Por Fidencio Aguilar Víquez
La literatura en sus diversas formas nos ayuda a conocer los asuntos humanos cotidianos y especiales. En la forma de ensayo, narrativa o poesía, las obras literarias revelan los pensamientos, deseos y sentimientos de los seres humanos; como sostiene el papa Francisco en su Carta sobre el papel de la literatura en la formación (17 de julio de 2024), la literatura revela el corazón humano, sobre todo en la novela y la actividad poética. El lector de un libro amplía su mundo y su horizonte con la lectura.
La lectura no sólo nos lleva a descubrir un mundo nuevo, sino incluso el abismo del propio mundo interior, con sus simbolismos y dramatismos. Una relectura de la Carta del pontífice nuevamente me confirma su tesis de que la literatura es una llave de acceso al corazón humano. A partir de ella, tanto los candidatos al sacerdocio como los agentes de pastoral (y los cristianos en general) podrían tener una formación humana capaz de dialogar con el mundo contemporáneo.
Habría que añadir, además, que las obras literarias permiten formar a cualquier ser humano para que realice su propia humanidad. No viene en la Carta del Papa, pero aquí cabría mencionar la tesis de Vargas Llosa en el sentido de que la literatura nos permite imaginar y desear un mundo mejor que el existente actualmente. Esa es la capacidad que tiene la literatura en sus lectores: No conformarse con el mundo en el que viven, sino desear transformarlo en algo mejor, en un espacio más humanizado.
¿Quién no ha leído a largo de su vida un buen libro, un libro que le haya marcado por alguna idea, un pensamiento, un personaje, una imagen, un sentimiento o una situación que le dio alguna luz para asumirla en la propia vida? Si la memoria no me falla, yo recuerdo haber leído, a los 11 o 12 años de edad, una pequeña biografía de san Felipe de Jesús. No recuerdo al autor, sólo que fue publicada por Buena Prensa. Y me quedó esa imagen donde el barco naufraga y los sobrevivientes llegan a Japón.
Es poderosa esa imagen porque en cierto sentido evoca los naufragios que a veces enfrentamos en nuestra vida personal. Somos llevados, a veces dramáticamente, a tierras ignotas que nunca habíamos imaginado siquiera pisar. Y ahí o partir de ahí realizamos y cumplimos nuestra vocación personal, profesional o existencial. No fue el libro más relevante quizá, aunque fue uno de los que leí de un “jalón”. Enfrascados en la lectura, no sabemos si nosotros escogemos el libro o éste nos escoge y destina.
Citando un Diccionario de Teología fundamental, el Papa recoge este postulado: La literatura “Es la vida que cobra conciencia de sí misma” (1). Narrando su propia experiencia como profesor de literatura en Santa Fe, en los inicios de los años sesenta, el obispo de Roma sugiere que hay que leer por gusto, libremente, siguiendo incluso los deseos del corazón, porque éste nunca se cansa de buscar (2). En las obras literarias, en las tragedias clásicas, por ejemplo, sufrimos con los personajes.
Un libro, una buena lectura, es un compañero de viaje, particularmente en los momentos aciagos, difíciles, convulsos. A veces es esa “tablita de salvación” en nuestras tormentas existenciales y es acaso lo único que nos permite sobrellevar las situaciones difíciles que a veces nos asaltan. No sustituye nunca a las personas que pueden tendernos la mano, pero recoge la experiencia acumulada de otros o nos vemos reflejados en situaciones similares. Alguna pista nos sugiere para sobrevivir.
En el diálogo entre la fe cristiana y la cultura de nuestro tiempo, la literatura es indispensable. Citando al Vaticano II, el Papa indica que aquélla y el arte muestran las miserias y alegrías, necesidades y capacidades de los seres humanos (3). Por ello permite a los pastores (los futuros sacerdotes), a la manera de san Pablo, tener un diálogo fecundo con la cultura de su tiempo. En tal sentido, la preocupación de Francisco en la formación sacerdotal, es no ver en la literatura sólo “entretenimiento”.
El diálogo con la cultura de hoy permite al hombre de fe mirar en los acontecimientos la presencia o la manifestación del Espíritu en la vida humana de nuestro tiempo y de la cotidianidad (4). Además, cosa no menor, la literatura de alguna manera, al expresar el corazón humano, permite mirar al Cristo real: “esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad, perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor.” (5).
La literatura, citando a Jorge Luis Borges, dice el Papa, nos permite escuchar la voz de alguien (6), “la otra voz”, o ver la “otra orilla”, como diría Octavio Paz. Ayuda también al discernimiento, ese que tanto gustaba a san Ignacio de Loyola para identificar de dónde venían las mociones del alma, qué espíritus la animaban (7). Un ejemplo de esto es la novela de Fiodor M. Dostoievski, Los hermanos Karamázov, el pasaje del personaje de negro que dialoga con Iván en la habitación de éste.
Con la lectura, el lector “digiere” al mundo, “captando lo que va más allá de la superficie de la experiencia”. Así, la literatura ayuda a interpretar la existencia, “sus significados y tensiones fundamentales.” (8). Con la literatura, más allá del aislamiento, uno sale de sí mismo y se encuentra con los demás, escuchamos sus voces, sus sentimientos, sus pensamientos, sus más preciados deseos de su corazón.
“De este modo, nos sumergimos en la existencia concreta e interior del verdulero, de la prostituta, del niño que crece sin padres, de la esposa del albañil, de la viejita que aún cree que encontrará su príncipe azul. Y esto lo podemos hacer con empatía y, a veces, con tolerancia y comprensión.” (9).
De ese modo, la literatura va más allá del circuito cognitivo: verdadero-falso, o del circuito moral: bueno-malo, justo-injusto. No reduce el misterio del mundo y del hombre a tales binomios. El lector, al agudizar su mirada con la lectura, incluso es capaz de mirar que lo que sostiene la existencia humana en lo concreto es una suerte de presencia salvadora de las situaciones humanas, por muy dramáticas que sean éstas. Lo que en el cristianismo se conoce como gracia, “esperanza de salvación” (10).
Así, entre la diversidad de voces, la literatura permite al lector escuchar la Voz revelada. El Papa confía en haber mostrado:
“el papel que la literatura puede desarrollar educando el corazón y la mente del pastor o del futuro pastor en la dirección de un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad, de un reconocimiento fecundo del pluralismo de los lenguajes humanos, de una extensión de la propia sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran apertura espiritual para escuchar la Voz a través de tantas voces.” (11).
Finalmente, la literatura no sólo es relevante para la formación sacerdotal o pastoral, que lo es, desde luego, como escribe el Papa. La literatura es vital para la formación humana, para conocernos y humanizarnos. Ensayo, poesía y novela son la forma en que los pensamientos, los sentimientos y las experiencias humanas se ponen a nuestro alcance. No debería ser, como suele serlo incluso en personas cultas, un material de relleno, para el “tiempo libre”, sino el alimento cotidiano del corazón.
Referencias
(1) Francisco, Carta sobre el papel de la literatura en la formación, Roma 2024, n. 5; la obra citada es: R. Latourelle, voz «Literatura», en R. Latourelle-R. Fisichella, Diccionario de Teología Fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 830.
(2) Francisco, op. cit., n. 7.
(3) Ib., n. 8.
(4) Ib., n. 13.
(5) Ib., n. 14.
(6) Ib., n. 20.
(7) Ib., nn. 27-28.
(8) Ib., n. 33.
(9) Ib., n. 36.
(10) Ib., n. 40.
(11) Ib., n. 41.