Por Giampiero Aquila.
Discursos político acerca de la diversidad y convivencia en contextos de diversidad. Las migraciones: una provocación a la acogida.
Los discursos políticos acerca de la diversidad han tomado derroteros distintos, que corren desde una visión en última instancia racista (o cripto-racista) y, que ven en la diversidad cultural una diferencia más profunda, cualitativa e insalvable. Pasando por modelos de corte multicultural creen en la yuxtaposición de culturas diferentes armonizadas por un marco normativo que regule las diferencias en el ámbito público para que se eviten los conflictos que pueden surgir al interior de la convivencia.
Si nosotros observamos detenidamente algunas políticas que han surgido de este enfoque también podemos constatar que con frecuencia conducen a una guetización de las comunidades culturalmente minoritarias. Considero que el caso más emblemático sigue siendo el de Francia, donde las políticas de ocultamiento en el espacio público de las diferencias culturales y religiosas conducen a fenómenos de marginación social de las comunidades de emigrantes con consecuencias ya conocidas. Sin embargo, más allá de las políticas públicas adoptadas por los diferentes países, el enfoque multicultural supone una visión relativista de las expresiones culturales que implica la imposibilidad última de vinculación entre las culturas, poniendo en el terreno de los discursos políticos una falsa disyuntiva entre la integración cultural, con frecuencia entendida en términos de asimilación al pensamiento dominante en un contexto social determinado, y el enriquecimiento del mismo pensamiento, por las distintas aportaciones que proceden de la diversidad cultural.
Un enfoque estrictamente multicultural, si bien concibe la igualdad de derechos, resulta limitado para comprender plenamente los fenómenos de movilidad poblacional y la amplísima posibilidad de interconexión que las redes sociales ofrecen en la actualidad.
Sin embargo, más allá de la visión multiculturalista, las migraciones sacan a relucir un dilema constitutivo de las democracias liberales y que desemboca en una tensión abierta entre la soberanía del Estado y el respeto irrestricto de los Derechos Humanos.
En palabras de Donatella Di Cesare:
Ante el Estado el migrante constituye una anomalía intolerable, una anomia en el espacio interno y en el internacional, un reto a su soberanía. No sólo es un intruso, tampoco un forajido, un ilegal. Con su misma existencia rompe el eje entorno al cual el Estado se ha edificado, socava ese vínculo precario entre nación, suelo y monopolio del poder estatal, que se encuentra en la base del orden mundial (Di Cesare, 2017:226).[i]
En este horizonte resulta más asequible un enfoque intercultural que haga énfasis en las políticas de corte más bien subsidiario que desde la realidad social -a través de organizaciones y empresas-, que valore la capacidad de integrar las diferencias en un contexto social no rígido, sino en constante evolución.
En el caso de México, a pesar de que en 2001 se reconoció formalmente la realidad multiétnica y multicultural que tiene, gracias a los 62 pueblos originarios que viven a lo largo de su territorio, las políticas públicas aún presentan una cuenta pendiente con todos ellos. La expresión “indio” sigue siendo despectiva y la integración plena a la dinámica nacional de los pueblos ancestrales es una cuenta pendiente (Singer, 2014)
Aunado a lo anterior, México también es un país que con una muy significativa e histórica tradición de movilidad humana hacia los Estados Unidos. Sin embargo, la reciente crisis migratoria en la frontera sur con Guatemala, que en la actualidad se encuentra fuertemente militarizada, se va reflejando en la correspondiente crisis en la frontera norte hacia los Estados Unidos, en un primer momento ocasionada por las políticas de corte soberanista y racista promovidas por el presidente Trump y ahora, con un discurso menos agresivo, con el nuevo gabinete, que sin embargo no ha modificado los esfuerzos de contención de los flujos de migrantes.
Estas coyunturas están provocando una crisis migratoria en donde no existe una política de integración laboral y social para quienes ingresan al país. Quienes intentan inútilmente transitar a los Estados Unidos en un porcentaje siempre más significativo, intentan establecerse en México (INEGI, s.f).[ii]
Racismo encubierto en México
Dos casos:
- Migrantes centroamericanos
- La integración social de los indígenas
Como se mencionó en el apartado anterior, México vive de una historia marcada por el mestizaje y la integración de oleadas de migrantes que en distintas épocas han entrado al país encontrando la disponible acogida de las autoridades y de los ambientes sociales. Al mismo tiempo, es un país de emigrantes, pues hay regiones enteras en las que las familias se dividen entre los que viven al otro lado de la frontera y los que siguen, es un país que ha vivido de migraciones circulares durante largos periodos de su historia reciente y menos reciente.
Por lo anterior, fueron de sorprender los comentarios que acompañaron las primeras “caravanas” de migrantes que entraron al país en 2018, con cierto beneplácito del gobierno actual. Fue una sorpresa significativa que, a través de las redes sociales se revelara esta ánima racista en un país como México, cuya naturaleza originaria y de existencia se debe precisamente al mestizaje y la capacidad para abrirse a la integración de distintas oleadas de migrantes de todos colores, latitudes, credos y culturas.
Por el contrario, existe una diferencia radical entre los migrantes centroamericanos procedentes de países con graves crisis institucionales y en el total desamparo económico, en búsqueda de una oportunidad de vida en los Estados Unidos y las oleadas de migrantes europeos que llegaron a México en otros tiempos, y que aún en épocas más recientes a causa de la crisis del 2008, son recibidos por las autoridades sin discriminación y con recursos culturales y económicos que les permite insertarse y prosperar. El caso de los migrantes guatemaltecos, en general centroamericanos, pone de manifiesto una raíz racista y oculta de una sociedad profundamente desigual, no sólo a nivel económico (en 2020 el coeficiente de Gini para méxico fue de 48,0) sino también a nivel cultural.
Antes, del 2001, cuando se realizó la modificación constituí zonal para el reconocimiento de la raíz pluricultural de México, la educación indígena del Sistema Educativo Nacional, tenía como objetivo “la castellanización”. Y es sólo a partir de este evento que el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) inició con la producción de libros de texto gratuitos traducidos a las principales lenguas indígenas del país.
Sin embargo, el proceso de incorporación de las poblaciones indígenas a la vida social, productiva y cultural en México no deja de ser marginal.De acuerdo a los datos del Consejo Nacional de Evaluación la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) aproximadamente el 70% de la población indígena se encuentra en situación de pobreza y el 28% en pobreza extrema. (CONEVAL, 2018)
Erradicar estos fenómenos discriminatorios implica, seguramente, reforzar los esfuerzos educativo en pos de una mayor inclusión y empoderamiento de los mismos pueblos ancestrales, superando así el asistencialismo que ha caracterizado muchas de las estrategias pasadas. No es posible impulsar la educación intercultural para todos sin, al mismo tiempo, resolver los graves problemas que afectan a la educación de los pueblos indígenas, que a la fecha es la población menos beneficiada por el sistema educativo nacional.
Un enfoque de tipo pluricultural no deja de ser limitado, es imposible si es pluricultural y al mismo tiempo racista. Es necesario impulsar una educación intercultural que trascienda sin olvidar los aspectos identitarios,centrándose en la interacción entre las culturas a partir de tres principios básicos: el respeto, desde planos de igualdad y mutuamente enriquecedoras. (Schmelkes, 2013: 1-12)
En este horizonte es posible pensar no solamente la Educación indígena, sino la educación en general, como educación intercultural en un contexto de globalización que, si bien propicia el contacto entre identidades diferentes, al mismo tiempo muestra una tendencia depolarización social que la pandemia ha puesto en evidencia ampliando las brechas en todas sus dimensiones, desde la económica a la educativa.
Declaración de Beirut y diálogo interreligioso
El concepto mismo de “dignidad de la persona”, si bien tiene un poderoso fundamento racional, no es descubierto como conquista del intelecto, no entra la cultura a través de la pura reflexión filosófica o política. Su ingreso como categoría cultural es a través de la reflexión religiosa (Declaración de Beirut n.3), en lo específico fueron los Padres Capadocios, Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno quienes acuñaron el término de “persona”, desconocido en la filosofía griega y latina, hasta el siglo cuarto. La palabra “persona” lleva inscrito en sí misma el valor de la dignidad absoluta del individuo humano, su fundamento en la personalísima conciencia de estar en relación con un Absoluto de manera única, irrepetible y, sobretodo, insustituible. Todos estos atributos que describen la dignidad de la persona.
Quisiera profundizar un aspecto que en la declaración de Beirut está -pero considero que es dado como un supuesto- implícito y acallado. Per se las tradiciones religiosas afirman en fundamento absoluto del ser humano, diríamos que es nivel en el que la naturaleza se hace autoconsciente de su propio destino, que su existencia descansa en un valor que va más allá de las condiciones circunstanciales en las cuales se encuentra inmersa. Esta conquista de la razón acontece como reflexión sobre la experiencia, algo análogo a cómo toda persona reconoce la propia filiación como reflexión sobre la experiencia del cuidado recibido de los propios padres (Declaración de Beirut n.1 y n.2).
En la tradición occidental y moderna que evidentemente informa el documento la formulación de la dignidad de la persona, recibe su redacción típica en el imperativo categórico que Kant formula en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres con la conocida expresión “obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”. El supuesto kantiano es que esta afirmación sea “categórica”, es decir, que responda a un imperativo constitutivo de la razón independiente de la experiencia y en este sentido universal. La preciosa formulación expresa seguramente una exigencia racional sin embargo no es evidente en sí, lo muestran no sólo las vicisitudes históricas sino nuestra experiencia presente: a falta de una experiencia viva que haga evidente la conveniencia humana de la apertura al otro en contra de toda autoreferencialidad, los principios corren el riesgo de permanecer letra muerta.
Al interior de la tradición de la Iglesia Católica un punto de inflexión fundamental fue el Documento Conciliar “Dignitatis Humanae” justamente establece el nexo intrínseco entre verdad y libertad: no hay verdad que pueda ser auténticamente asumida sin el pleno ejercicio de la libertad (Declaración de Beirut n.5). Tomando distancia de todo dogmatismo se afirma la necesidad del diálogo como camino para la conquista de la verdad que, si bien es conquistada con cierto nivel de certeza, rehuye de toda posesión, como una “barrera elástica que se retira a medida que nos adentramos en ella”, como recita una expresión referida a Einstein.
Las grandes dificultades, y sobretodo las dolorosas reticencias, que encontramos ante la necesidad de emprender un camino plenamente respetuoso de la persona en el campo de las migraciones, también radican en el supuesto moderno de la separación rígida entre la dimensión religiosa de la persona y su dimensión cívica. Aún cuando exista, la primera es vivida como una algo totalmente interno, ajeno la vida social salvo por lo que une de manera sectaria a correligionarios.
De esta manera no sólo se fomenta una división compartimentada en sectas sino que se le permite a las distintas experiencias ofrecer los aportes al bien común, cada uno desde sus ámbitos y sus propias historias.
Referencias
Cárdenas, Luis. (4 de junio de 2020). Coeficiente de Gini. https://www.informador.mx/ideas/Coeficiente-de-Gini-20200604-0029.html
Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social. (s.f). Medición de la pobreza. https://www.coneval.org.mx/Medicion/MP/Paginas/Pobreza_Indigena.aspx
Di Cesare, Donatella. Stranieri residenti. Una filosofía della migrazione (Italian Edition) . Bollati Boringhieri, Torino 2017. Kindle Edition pos. 226.
Iglesia Católica Diócesis de El Alto. (2013). Declaración dignitatis humanae: Sobre la libertad religiosa. El Alto: Don Bosco.
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. (s.f). Población total nacida en otro país residente en México por entidad federativa según sexo y países seleccionados, años censales de 2000, 2010 y 2020. INEGI.
Schmelkes, Sylvia. (2013). Educación para un México intercultural. Revista Electrónica Sinéctica, núm. 40. Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente Jalisco, México. Pp. 1-12
United Nations Humans Rights. Beirut Declaration on “Faith for Rigths” https://www.ohchr.org/Documents/Press/21451/BeirutDeclarationonFaithforRights.pdf
[i] Traducción propia
[ii] En los últimos 20 años la población extranjera residente en México pasó de ser de 343,591 personas a 797,266 siendo en su mayoría procedentes de Guatemala (en en año 2000 eran 23,957 y en el año 2020 fueron 56,810. (INEGI, s.f)