Libertad personal y cuidado hacia el otro

 

Por Giampiero Aquila

Son las circunstancias de este año que estamos “viviendo peligrosamente” las que nos invitan a plantearnos la pregunta de la razonabilidad del cuidado del otro. 


La pandemia es una provocación que pone al descubierto el nervio sensible de la conciencia del bien y de las energías que nuestra persona está llamada a poner en acción para perseguirlo.

El problema se reveló cuando las autoridades de todo el mundo comenzaron a indicar el confinamiento en los hogares, el uso del cubre bocas, el distanciamiento físico y las estrategias indispensables para afrontar, en emergencia, la difusión del contagio.

Es evidente que la imagen que acostumbrábamos tener del concepto de emergencia como algo que demanda una rápida solución, no aplica para nuestras circunstancias, ya que llevamos casi un año en confinamiento (los que podemos) y detrás de nosotros una larga, larga estela de fallecidos, con la clara percepción, al menos de mi parte, de que el cerco se aprieta cada vez más.

En los periódicos se avizora una luz al final del túnel, encendida por unas vacunas que -esperamos sean eficaces- la emergencia ha motivado a producir con una prontitud nunca antes vista y que el concierto de los países ha financiado urgentemente a los laboratorios farmacéuticos.

La férvida mente de algún novelista estará seguramente escribiendo un libro que contará a la posteridad, a los sobrevivientes, las esperanzas inútilmente puestas en un fin próximo del contagio, en una capacidad de control que la tecnología de nuestra civilización avanzadísima nos pone a disposición, de la capacidad de producir en tiempo récord vacunas resolutivas que, finalmente, nos iban a devolver nuestra añorada, y momentáneamente perdida, autonomía.

Probablemente nuestro escritor, para darle sustancia a la novela, nos contará de una realidad post-apocalíptica en la cual nuestra progenie estará viviendo en condiciones muy precarias: nos hablará de un reducido grupo de supervivientes cuyo ideal de autonomía tendrá que confrontarse con adversidades antes inimaginables, poniendo al descubierto el hecho muy sencillo de que nuestra libertad no es absoluta;  no es pura opción así como no es puro deber ser sino que se puede mover sólo como respuesta a  una realidad dada. Es más, que esta realidad dada, que tiene la forma de las circunstancias cotidianas, es la condición necesaria, aunque no suficiente del expresarse de nuestra libertad, ya que a la vez de que la libertad manifiesta la dignidad absoluta de nuestra persona también muestra su vulnerabilidad constitutiva.  


Lo que esta pandemia nos obliga necesariamente a poner en la mesa de nuestros razonamientos y experiencias es tratar de responder a la acuciante pregunta sobre la natura de nuestra maltrecha libertad y de nuestro anhelo a una vida buena.

En los debates que escuchamos y leemos se ponen en evidencia las dos perspectivas que marcan el dilema sobre cómo conducirnos en estos tiempos difíciles: por una lado la libertad negativa y por el otro la libertad positiva

Apoyémonos en la prosa de Isaiah Berlin,  en su preocupación por comprender los conflictos políticos y sociales: “es necesario sobre todo comprender las ideas o la actitud hacia la vida que le subyacen, es lo único que hace que estos sean parte de la historia humana y no meros eventos naturales” (Berlin, 2002:171).

En caso de la libertad negativa nuestro autor comenta que:

la esencia de la libertad siempre ha consistido en la capacidad de elegir como deseamos elegir, por la única razón que es nuestro deseo, sin que suframos coerciones o violencias, sin que nos trague algún inmenso sistema; y en el derecho de oponernos, de ser impopular, de defender nuestras convicciones por el solo hecho de que son nuestras convicciones (Berlin. 2002:172).

En síntesis la libertad negativa es libertad de toda interferencia.

Por el otro lado la esencia de la libertad positiva se entiende como la capacidad de elegir lo que es un deber hacer en cuanto a que coincida con el orden de lo se considera verdadero, objetivo, racional, por ejemplo:

si lo padres y los docentes obligan a unos niños que no quieren ir a la escuela a empeñarse decididamente en nombre de los que esos niños tienen que querer en verdad – cuando tal vez ni lo sepan – y lo hacen porque se trata de aquello que todos los hombres tienen que querer por el simple hecho de ser hombres ¿acaso están mutilando su libertad? Cierto que no. Los padres y los profesores sacan a la luz el Yo oculto o real de los niños y se ocupan de sus necesidades, contrarias a las peticiones efímeras del Yo más superficial, que una mayor madurez dejará como una segunda piel (Esposito, 2008:6).

Las pestes que han afligido a las sociedades humanas a lo largo de la historia han puesto en evidencia esta tensión entre el deseo personal y la necesidad de ceñirse a una vida buena, objetivamente buena, dejando huellas en la literatura en obras como el Decameron de Boccaccio, los cuentos de Edgard Alan Poe o Albert Camus.

Las dos libertades, representan de manera evidente la dicotomía entre negacionistas y legalistas como posturas que la pandemia pone en evidencia: por una parte quienes defienden su derecho a la libre circulación, a reunirse y convivir, que esto no implique ocultar una parte de nuestro rostro, muestra inequívoca de nuestra identidad, y por la otra, quienes quisieran que el ejército patrullara la calle y encarcelara a los transgresores por difundir el contagio.

Ante esto la solución sería sólo violencia si la libertad positiva de adherirse a un bien dado no defendiera la libertad negativa de quererlo hacer. 

El genio de C.S. Lewis, en su epistolario imaginario del diablo que orienta a otro aprendiz identifica al “Enemigo” con el Dios de tradición cristiana justamente por su intento de proponer la libertad como unidad de la persona:

Debes haberte preguntado muchas veces por qué el Enemigo no hace más uso de Sus poderes para hacerse sensiblemente presente a las almas humanas en el grado y en el momento que le parezca. Pero ahora ves que lo Irresistible y lo Indiscutible son las dos armas que la naturaleza misma de su plan le prohíben utilizar. Para Él, sería inútil meramente dominar una voluntad humana… No puede seducir. Sólo puede cortejar. Porque su innoble idea es comerse el pastel y conservarlo; las criaturas han de ser una con Él, pero también ellas mismas; meramente cancelarlas, o asimilarlas, no serviría… Él no puede «tentar» a la virtud como nosotros al vicio. Él quiere que aprendan a andar, y debe, por tanto, retirar Su mano; y sólo con que de verdad exista en ellos la voluntad de andar, se siente complacido hasta por sus tropezones (Lewis, 2001:35).

No es la libertad que decide del bien: el bien, cuando es tal, requiere y, paradójicamente, garantiza la libertad de elegir: la libertad es adhesión a un bien pero no es un bien aquello que no defiende la libertad de elección (Esposito, 2008:74).

La realidad en la formas de las circunstancias concretas se nos presentan entonces como la condición previa del ejercicio de nuestra libertad. Sin el ofrecimiento del don de la realidad ante nuestro afecto y ante nuestra inteligencia, nuestra libertad, negativa o positiva, permanecería en el limbo de la pura posibilidad. Para hacer experiencia de la libertad es necesario un punto previo, es necesaria una presencia que la provoque y la ponga en movimiento. 


Nuestra libertad es ante todo, respuesta a algo que se da antes como una presencia que la provoca, la pone en movimiento el vínculo entre el deseo personal y el bien, entre esfera privada y esfera pública. Amar al otro y cuidar del otro es ante todo cuidar de que su libertad pueda estar unida a las circunstancias que la realidad pone enfrente. Es por eso que no puede consistir en imponer una respuesta prefabricada como tampoco es posible que se deslice hacia la indiferencia y la extrañeza de la indiferencia.
El cuidado del otro implica el arduo camino de la acogida del otro con la totalidad de su ser personal. La semilla de la acogida madura dentro del terreno de la paciencia y del abono del testimonio.

Tangerines (Urushadze, 2013) [Mandarinas] es un hermosa película que narra un tramo de la vida de Ivo, un carpintero estonio que, durante la guerra de independencia en la década de los  90 del siglo pasado, decidió quedarse en su casa en la región caucásica de Georgia en lugar de volver a su tierra como todos sus vecinos, con la finalidad de ayudar a Markus en la colecta de la última cosecha de su huerta de mandarinas. Le tocará cuidar de dos soldados; uno checheno y el otro georgiano, musulmán uno y cristiano ortodoxo el otro. Dos enemigos que aún heridos buscan matarse y entre ellos está solamente la persona de Ivo. No hay en él ni prohibición ni indiferencia, cuida de sus cuerpos pero sobretodo cuida de su persona y de su libertad. La única condición inevitable es tomar posición ante su persona donde todo descansa en lo que podríamos llamar un profundo “optimismo antropológico”, la certeza de que el corazón del hombre está dispuesto a reconocer el bien cuando la ideología logra dejar espacio a la realidad.

Referencias

  • Berlin I., 2002, Two concepts of freedom, en H. Hardy (ed.) Liberty. Incorporating Four Essays on Liberty, Oxford, Oxford University Press, 2002.
  • Esposito C. (et al.), 2008, Il potere della libertà, Bari, Edizioni Pagina.
  • Lewis C.S., 2001, The Screwtape letters, (6ª ed) Londres, Harper Collins.