Por Cristóbal Barreto.
México entre revoluciones. A más de una centuria de las revoluciones mexicanas del siglo XIX y XX se observa que las causas que dieron pie a los estallidos sociales: paz, justicia y libertades, siguen pendientes, con otras características y circunstancias.
Tanto Porfirio Díaz como Francisco I. Madero equivocaron parcialmente lo que quería el pueblo que representaban, lo que dio pie a otra revolución, en el primer caso, y a la prolongación de la misma en el segundo. Ninguno de los dos movimientos satisfizo las expectativas de los protagonistas ni a su descendencia, a pesar de la violencia y el dolor que causaron. Aun así, el tigre del México profundo se encuentra amarrado y obnubilado, por el momento.
En la revolución de 1910 Francisco I. Madero escogió darle libertades políticas a la sociedad mexicana -y no sociales que también se reclamaban- como producto de la rebelión contra el antiguo régimen. Por su parte, Porfirio Díaz, por el que se generó la gran movilización nacional de principios del siglo XX, como militar rebelde y conocedor del pueblo indígena y sus costumbres ya como gobernante, interpretó que el pueblo mexicano por su población indígena se guiaba más por la disciplina y subordinación a la autoridad que al reclamo y a la exigencia de sus derechos. Uno y otro líder equivocaron parcialmente sus decisiones de lo que demandó el pueblo de su tiempo. Paz y estabilidad política en el último tercio del siglo XIX y libertades, comida y justicia a la sociedad de principios del siglo XX.
A más de una centuria de distancia de aquellas interpretaciones que hicieron los líderes de lo que creían era lo más urgente y necesario para la sociedad que lideraban, se siguen arrastrando algunas de esas demandas que dieron pie a los estallidos sociales, pero con otras características y circunstancias. Las libertades, para elegir y ser electo son una realidad formal pero distante de la realidad que opera. La paz es clara y plena, libre de asonadas militares, invasiones e intervenciones extrajeras, pero llena de sangre por violencia interna como si se tuviera una guerra civil por la cantidad de personas que mueren a diario producto de la violencia con armas y comunidades desplazadas o abandonadas donde gobierna la delincuencia. Pobreza y pobreza extrema siguen presentes, aunque porcentualmente menor a la de aquellos tiempos. La estabilidad política se observa como el logro más consolidado, porque se da el relevo de autoridades conforme a los periodos establecidos legalmente y esas autoridades no son desconocidas ni enfrentado sublevaciones como las escenificadas en el siglo XIX y principios del XX.
Las revoluciones que la sociedad mexicana ha visto y protagonizado al paso de su historia, no cubrieron las expectativas de quienes las vivieron ni de sus antecesores que las evaluaron. La sangre derramada aparece desigual frente a los resultados de justicia, seguridad, riqueza repartida y en general mejora en el nivel de vida. Daniel Cosío Villegas (1947: 34) la valora de la siguiente manera, sólo haciendo referencia a la de 1910:
“Todos los revolucionarios fueron inferiores a la obra que la Revolución necesitaba hacer: Madero destruyó el porfirismo, pero no creo la democracia en México; Calles y Cárdenas acabaron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana (…) A los hombres de la Revolución puede juzgárseles ya con certeza, afirmando que fueron magníficos destructores, pero que nada de lo que crearon para sustituir a los destruido ha resultado indiscutiblemente mejor.”
En esta misma línea de evaluación, para este autor, lo único digno de reconocerse es la obra educativa iniciada por José Vasconcelos, que instruyó y alfabetizó a millones de mexicanos, a partir de una idea y proyecto claros. En las otras áreas no hay mucho que destacar puesto que los hombres ganadores de la revolución eran de escasa formación y cultura.
A través de los contenidos escolares se ha enaltecido a la Revolución Mexicana, como continuación de una tendencia histórica que inició con la Independencia y le siguió la Reforma, diciendo que es a partir de ella que surge el México moderno y las condiciones materiales que gozamos. La revolución cimbró a la sociedad de su tiempo, por su significado de conflicto armado, porque promulgó una nueva Constitución que incorporó los derechos sociales más avanzados de la época, generó cambios en los grupos gobernantes y en la aparición de uno nuevo: los revolucionarios; y como el gran hecho comparable en la historia con las otras que se sucedieron en otras latitudes, la rusa de 1917 y la china de 1927.
La expresión Revolución Mexicana poco dice y menos significa para las nuevas generaciones, no pasa de ser un tema y módulo que se repasa en la escuela con héroes y villanos que lucharon, unos por derrocar a los malos gobernantes y otros por impartir justicia, repartir la riqueza e institucionalizar el cambio de los gobernantes. Eso no quiere decir que desde el gobierno se haya dejado de impulsar un legado que dejó el movimiento armado, la presencia casi omnipresente del Estado. Esta presencia ha estado vigente con menor o mayor fuerza en los distintos gobiernos y a estas alturas apunta a retomar el vigor de sus mejores años.
La sociedad mexicana actual se ve y se siente lejos de la última revolución que se vivió en el país, los ideales por los que se luchó quedaron atrás, pero el sufrimiento de quienes la padecieron está en el recuerdo de los que escucharon sus narraciones de hambre, terror y desesperanza. Algunas de los temas que prevalecían en aquellos años siguen presentes en nuestro tiempo. La violencia aparece incontenible, la injusticia prevalece donde el que no tiene los recursos económicos para defenderse será recluido en un penal sin que se le dicte sentencia, y en algunas zonas del país el ciudadano no puede elegir a la autoridad que desea sin sentir la presión de la delincuencia organizada que lo orilla a votar por un determinado partido o candidato.
Los saldos que tiene México como resultado de sus revoluciones puede decirse que son positivos en algunos aspectos, pero no equivalentes al dolor y a la sangre derramada. Madero escogió libertades políticas, razones que llevaron en el corto plazo a un periodo de más tiempo de violencia porque los grupos sublevados no se conformaban con lo logrado, puesto que lo social había postergado a quien había asumido el poder formal. Antes Díaz elegió paz y estabilidad, que en el corto y mediano plazo se logró, pero que al largo provocó un estallido social.
La sociedad actual, heredera de aquellas gestas, por una u otra razón puede decirse que está agraviada, por la pobreza, por la falta de atención médica, por la violencia, por la inseguridad e injustica de muchos tipos, más no se observa en el horizonte riesgo de estallido social como se dieron en el siglo XIX y en el XX. El tigre a que tanto temía Porfirio Díaz cuando gobernaba no solo está amarrado sino obnubilado, por el habla permanente de quien encabeza el gobierno federal y por el reparto de los programas a sectores sociales específicos.
Los indicadores económicos, de desarrollo social y humano que tenemos los mexicanos no equivalen al sacrificio de quienes padecieron los momentos de violencia y sus consecuencias inmediatas.
Bibliografía consultada
Cosío V. D. (1947). La crisis de México. En Cuadernos Americanos, Año VI vol. XXXII, marzo-abril.
Crespo, J. A. (2010). Contra la historia oficial. Debolsillo, México.
Meyer L. y Aguilar C. H. (2000). A la sombra de la Revolución Mexicana. Cal y Arena, México.
Krauze, E. (1992). Textos heréticos. Grijalbo, México
(1994). Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910). Tusquet, México.
(1998). La historia cuenta. Tusquet, México.