Origen del antropocentrismo. Critica a Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica de Lynn White Jr.
Por Reiniel Hernández Sierra.
Actualmente el debate sobre la importancia de introducir cambios radicales en la relación hombre-naturaleza gana espacios en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Sobre el cuidado del medioambiente se discute en congresos científicos, parlamentos políticos, sistemas de enseñanza (a todos los niveles), conversaciones familiares, etc… Si bien el tema es muy amplio y hay muchos puntos controversiales, con facilidad llegamos a consenso sobre el daño que ha provocado la cosmovisión antropocéntrica absolutista (de la cual somos herederos) rectora de la relación hombre-naturaleza y el uso irresponsable de los recursos naturales.
Cada año tienen lugar nuevas medidas para el cuidado de la casa común. Aún así, los esfuerzos científicos y las agendas de políticas ambientales, hasta ahora propuestos, no logran aportar cambios verdaderamente capaces de asegurar a nuestros hijos y nietos el goce de un medioambiente sano. Dejando limitado la capacidad de nuestra generación y las próximas para construirse sobre la base de un desarrollo sostenible. Las propuestas terminan por ser poco efectivas debido a su pretensión de resolver la crisis ecológica y asegurar futuros mejores, desconociendo realidades ulteriores que laceran diariamente la dignidad de muchas personas.
El problema tiene muchas aristas. Una de ellas radicar en la incomprensión de su origen a cabalidad y no saber cómo obrar frente al reto del cambio climático antropogénico. El actual modelo de ética ambiental en sus cuatro posturas fundamentales (antropocéntrica, biocéntrica, teoría de la liberación y derechos de los animales, ecocéntrica) carece de los recursos necesarios para articular la justa relación Ética entre hombre-naturaleza, siendo incapaz de otorgar/reconocer valor intrínseco a/de la naturaleza. Sin caer en excesos que redunden en errores antropomorfistas o relativizaciones que instauren relaciones exclusivamente utilitaristas entre ser humano y su entorno,
La Ética Ambiental se originó como resultado de la revolución de pensamiento introducida por Raquel Carson en 1968, con la publicación de su libro “La primavera silenciosa”, esta prestigiosa bióloga marina introduce en la palestra científica el debate sobre el daño causado por el poderío ilimitado del ser humano sobre el medioambiente. En este aspecto la ética intenta (entre otras cosas) responder si la naturaleza como hábitat del hombre debe ser materia de discusión moral al igual que la propiedad privada, la salud, etc… Si los paradigmas éticos tradicionales son capaces de solucionar el problema ecológico global. Si el centro de la obligación moral (si la hubiera) del hombre con la naturaleza, debe estar en los postulados de los pensadores ecologistas, o en el propio hombre como afirmaría Kant, o en Dios, y en compromisos de carácter metafísicos como proponen algunas corrientes religiosas.
De las cuatro posturas la más criticada y defendida es la antropocéntrica. Esta corriente ha sido sin duda la protagonista durante el desarrollo científico técnico de la humanidad. No reconoce ningún valor intrínseco en la naturaleza, sólo comprende su importancia y necesidad de cuidado enfocada hacia la utilidad que ésta tiene para los seres humanos.
A mi juicio un problema importante en el debate sobre antropocentrismo en la relación hombre-naturaleza subyace en la incomprensión de sus alcances concretos y la repetición acrítica de definiciones de varios pensadores ecologistas, en algunos casos carentes de precisión. Para hablar sobre este paradigma generalmente, los ponentes asumen de forma dogmática las ideas contenidas en un famoso artículo de la revista Science titulado “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”, publicado en 1968 por Lynn White Jr.
Es vital conocer con certeza el origen de una corriente ética para comprender su propuesta o para introducir en ella cambios, si se estiman necesarios. De lo contrario, estaríamos replicando un error y las posibles soluciones aportadas serán en el mejor de los casos intentos fallidos poco vinculados a la realidad del problema. Por ello, sin pretender aclarar todas las cuestiones referentes al antropocentrismo, quisiera dilucidar algunos errores presentes en el siempre citado artículo de Lynn White.
El origen de este paradigma tiene dos fuentes, una en el ámbito religioso y otra en la filosofía.
White centraba en la comprensión judaico-cristiana del mundo el origen del problema ecológico actual, como resultado de la enseñanza bíblica ubicada en el libro de Genesis donde Dios concede al hombre el poder y dominio sobre la tierra en su beneficio. Este historiador norteamericano da un paso más lejos, y explica cómo muchas de las religiones precristianas tenían un compromiso con el cuidado del medioambiente. Comprensión que, a su criterio, desapareció radicalmente con “la victoria del cristianismo sobre el paganismo” en Occidente y con “ella el fin del animismo pagano” que daba gran importancia a los seres no humanos.
Lynn logra hacer algunas deducciones certeras, en su artículo olvida u omite ciertos criterios que podrían socavar los fundamentos de toda su argumentación teórica. En primer lugar, la concepción del hombre como medida de todas las cosas (axioma principal del antropocentrismo) no tiene su antecedente más claro en el cristianismo, sino en los filósofos clásicos con Protágoras de Abdera, cuatro siglos antes del anuncio cristiano al mundo.
Segundo, afirmaciones como “nuestra crisis ecológica es el producto de una cultura democrática emergente, completamente nueva” o “nuestros hábitos cotidianos de acción, por ejemplo, están dominados por una implícita fe en un progreso perpetuo” a primera vista pueden ser compartidas por cualquier lector. El problema aparece luego en las ideas implícitas de centrar como base de ambas sentencias los axiomas cristianos. White, destaca que nuestra sociedad vive en la era postcristiana pero a su entender “la esencia permanece asombrosamente similar a aquella del pasado”.
Ningún ecologista consciente puede compartir estas ideas en la actualidad. Desde Van R. Potter (promotor de la bioética), Paul Taylor (autor principal del biocentrismo); Singer, Regan, Schweitzer (exponentes de la teoría de la liberación y derechos de los animales), Aldo Leopold (quizás el mayor pensador del ecocentrismo) hasta Judith Butler (filósofa feminista, muy distante del pensamiento cristiano) reconocen, incluso con fuerte discrepancias entre sí mismos, como raíz principal del problema ecológico actual al consumismo desmedido que encuentra aliento en la economía de mercado, la incapacidad sociocultural para otorgar valor al resto de los seres vivos más allá de los intereses humanos, la desvinculación de la ética respecto al progreso científico, entre otros.
El ansia de progreso científico perpetuo no se fundamenta en la comprensión lineal de la historia que introduce el cristianismo como destaca Lynn. Si bien es cierto que la teología cristiana presenta alternativa al ciclismo metafísico propio de religiones hindúes o budistas, el cristianismo reconoce el carácter finito del hombre y de su poder transformador.
Lynn White Jr. desconoce a la base teórica desarrollada por Francis Bacon y René Descartes con su carácter promulgador del ser humano como agente transformador (cuyo único límite es el alcance de la ciencia de su monto) del medio que lo rodea. Para ambos pensadores no existe un atisbo de sacralidad en la vida humana ni en su entorno. Descartes entiende al ser humano como una máquina perfecta capaz de someter al resto de las criaturas y con el deber de velar por su propia superación. Estos filósofos distantes del cristianismo, proponen abandonar el modelo contemplativo propuesto por la escolástica y pasar directamente a la observación, la experimentación controlada y la corroboración empírica.
Posteriormente la ilustración prometió alcanzar la plenitud de nuestra especie con el dominio de la ciencia y el progreso científico. A su vez, el propio conocimiento científico seria autorregulador del progreso enfocándolo hacia el bien. Instaurando así la utopía de modelo cientificista donde la ética no tiene relevancia y en el cual, todo lo científicamente posible sería éticamente correcto.
En Descartes y Bacon la filosofía racionalista modera encuentra sus fundamentos. Podemos reconocer que la ciencia en los últimos 70 años ha avanzando más que en todo el conjunto de la historia de la humanidad la promesa de plenitud sigue pendiente y la crisis ecológica crece a ritmos incomparables con ningún otro período histórico.
Es importante aclarar que las ideas vertidas en este artículo, no se hacen en defensa de ninguna fe particular ni con carácter apologético. La intención es aportar luz sobre el origen de la grave crisis ecológica global que afecta en distinta medida a toda la humanidad. No comprender la raíz del problema y traspasar su origen a un modelo ético específico (en este caso el heredero la moral cristina) repercute en la falta de claridad para enfrentarlo y por ende en la incapacidad de darle solución.
Bibliografía
White, L. (1968). Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica. Science 155: 1203-1207.