Por Andrea Munguía Sánchez
Quién no recuerda a Don Arnoldo López Conejo, el abuelo de la serie “Una familia de diez”, carismático personaje interpretado por Eduardo Manzano que se ha ganado el corazón de muchos mexicanos y representa uno de los tantos escenarios de la vejez en nuestro país. Al parecer Don Arnoldo, de no ser por la situación chusca -y a la vez real- en la que su hijo no encuentra un trabajo que le permita mantener a los más de 10 miembros de su familia, no tiene relativamente nada de qué preocuparse. Si no está comiendo tamales, está viendo televisión. Y cuando no está durmiendo con un birote entre sus manos, está recordando el sin fin de mentirotas, ¡perdón!, anécdotas de sus trabajos en el cine y la televisión mexicana.
Y es que ¿a poco no se antoja vivir la etapa de adulto mayor sin otro plan que disfrutar de la vida? Ya sea pasar, por decisión propia, el día en pijama y bata de dormir, como Don Arnoldo, o en otro escenario, disfrutando de los beneficios que trae la jubilación y un proyecto de vida alcanzado, pero en familia. Al menos, a mí sí se me antoja.
No obstante, las condiciones actuales en la que viven los 15.1 millones de adultos mayores en México distan mucho de la comodidad que seguramente quisieran para su vejez. Condiciones que no se ven mucho mejores para los que nos encontramos por debajo de los sesenta años pero que estamos en una edad productiva, ni tampoco para las generaciones más jóvenes.
No es desconocido que el envejecimiento poblacional va en aumento a la par del incremento de la esperanza de vida, pero no se puede olvidar que lo importante no es llegar a viejos, sino llegar con calidad de vida. Las cifras confirman que en los últimos 200 años la población de adultos mayores en el mundo se multiplicó por siete, y se estima que para el 2050, tan sólo en México, habrá 33 millones de personas mayores. Sin considerar el hecho de que, para finales del siglo, la humanidad podría alcanzar hasta los 130 años de vida. Esto provocaría la necesidad de reestructurar las etapas de la vida por edad, lo que daría por resultado que “para la mayoría la vejez será una etapa más prolongada que la infancia (…), que la adolescencia (…) e incluso más larga que las distintas subetapas de la edad adulta (Ronzón, 2011 en Gutiérrez, L. y Giraldo, L., 2015;32) ”. y de no tomarse las acciones necesarias, en el futuro la población envejecida podría vivir no sólo en condiciones de deterioro físico y mental, sino mayormente en situación de pobreza.
Cabe mencionar que el envejecimiento no es homogéneo y si consideramos que a su alrededor existen diversos estereotipos negativos, la población de adultos mayores, que representa aproximadamente el 12% de la totalidad de mexicanos, se encuentra en la categoría de grupo vulnerable.
La discriminación que vive este sector de la población está íntimamente relacionada con la percepción general que se tiene de la vejez como una etapa del declive de las capacidades físicas y mentales, acompañada de la imagen de una persona enferma, sin seguridad económica o social, dependiente, sola, carente de sentido de vida, etc. Circunstancias naturales que a decir verdad los coloca en desventaja a comparación de otros ciclos de vida ante los cambios culturales, económicos e incluso ambientales.
Sin alejarnos tanto en el futuro, si consideramos que a partir del 2030 la esperanza de vida de los mexicanos será alrededor de diecisiete años más después de los sesenta, vale la pena dejar de sobrevalorar la juventud como la etapa más vital del ser humano, comenzar a tomar el envejecimiento activo como una realidad y atender los retos que trae consigo, como las reestructuras familiares (debido a los hogares envejecidos), la multigeneracionalidad, la feminización del envejecimiento, el maltrato, las enfermedades crónicas y discapacidades, así como las oportunidades laborales, productivas y de participación colectiva o individual activa en las comunidades.
Como se mencionó anteriormente, el que las generaciones logren vivir más años es importante, pero será importante también que desde ahora se contemplen las medidas necesarias para que su calidad de vida y desarrollo personal no se vean mermados por la situación económica, nivel de dependencia, necesidad de atención médica o deterioro físico. Con esto no estoy diciendo que las actuales generaciones de adultos mayores deben quedarse como están, al contrario, deben promoverse líneas de acción que les permita hacer, y disfrutar, durante el máximo tiempo posible las cosas a las que les dan valor (Organización Mundial de la Salud), así como evitar los escenarios de abandono, institucionalización, pobreza y pobreza extrema, y depresión.
Ya lo dice el Papa Francisco, la ancianidad causa miedo, nadie parecía estar preparado para vivirla. La incertidumbre sobre en qué condiciones llegaremos a ella y la obsesión por evitar todo lo relacionado físicamente al envejecimiento que predomina en la actualidad, da como resultado que de manera casi inconsciente se interiorice la idea del descarte (Francisco, 2022) hacia la fragilidad y la debilidad de los adultos mayores.
Sin embargo, el problema no podrá resolverse sólo con subsidiariedad, transferencias y planes de asistencia, como tampoco lo será obligar a las generaciones futuras a una cultura del ahorro para su vejez (). Es por eso que nos hace un llamado a la revolución de la ternura, donde participemos tanto ancianos como jóvenes, adultos y niños. Empezando por recordar aquellos momentos de necesidad, nuestros abuelos y abuelas nos cargaron en brazos, nos enseñaron con cariño y procuraron nuestro bienestar. Su papel será transmitirnos la experiencia y prepararnos para el futuro. El de nosotros, ofrecer nuestra compañía, escucha y caricias. Se trata de poder reconocernos en alianza los unos a los otros como hermanos y reconocer en una larga vida una bendición.
En este sentido, como respuesta al miedo que genera llegar en soledad o en enfermedad durante la ancianidad, debemos reconocer que para lograr un envejecimiento con calidad de vida uno de los factores determinantes es la salud. Por eso, el objetivo 3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas estipula que debe garantizarse una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades a través de la cobertura sanitaria y la protección contra riesgos financieros.
El compromiso social es en realidad atender de manera integral al problema. La vejez debe ser vista como una oportunidad de desarrollo personal, de un nuevo proyecto de vida, en donde las personas que tengan la posibilidad de vivir más tiempo puedan gozar de los beneficios de una buena salud y ambientes adecuados que les permitan “participar en la sociedad y contribuir a ella de muchas maneras, como mentores, cuidadores, artistas, consumidores, innovadores, emprendedores y miembros de la fuerza de trabajo”.
El objetivo, no es llegar a viejos, sino juntos trabajar por un envejecimiento con el que todos nos reconozcamos y aspiremos tener. Por ambientes como los de Don Arnoldo, en familia, disfrutando de nuestra vejez, sin importar si decidimos pasarla frente al televisor, como empresarios, como abuelos; una vejez, más que asegurada, comprendida y respetada.
Referencias
Gutiérrez, L. y Giraldo, L. (coords.), (2015), Realidades y expectativas frente a la nueva vejez. Encuesta Nacional de Envejecimiento. Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM. México. Pp. 29-49
Iglesia Católica. Papa (2013 – : Francisco)., & Francisco, P. (24 de julio de 2022). Mensaje del Santo Padre Francisco para la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores.