Vejez y COVID 19[1] Por José Enrique Gómez Álvarez[2]
La pandemia por COVID 19 aumentó la vulneradbilidad de sectores de la población que por sus condiciones ya eran considerados como vulnerables, uno de esos sectores fue el de los adultos y las adultas mayores. El COVID-19 representa, hasta la fecha, un factor de rieso para ellos, pero fue el confinamiento que hizo evidente y ceneraria la reflexión sobre la fragilidad de la vida y la (auto)percepción que se tiene acerca de la vejez.
El envejecimiento poblacional es un fenómeno bien conocido. La “aparición” o visibilización de los ancianos ya es inevitable. El incremento de la longevidad con cada vez un mayor número de personas mayores de 65 años, plantea retos como la integración de los mismos a la sociedad. Claro está, la vejez es un constructo social o al menos en parte es así. Existen elementos biológicos que surgen con la edad, pero la delimitación de la frontera biológica es difícil, de ahí que el rango de lo que se considera la vejez sea tan amplio, por ejemplo, comenzar a los 50 años o tener su inicio en edades más tardías como los 70 años. Además, a menudo, el criterio del comienzo de la vejez suele estar marcado por categorías sociales, como la jubilación.
La vejez a menudo es comparada con la infancia. Se considera que el anciano requiere una atención en donde se supla su voluntad. Aunque esta infantilización es incorrecta, no obstante apunta a la peculiaridad de la vulnerabilidad. Por supuesto, en cualquier edad se es vulnerable, pero esto es notorio en ciertos momentos de la existencia. Pero como es sabido, los síndromes geriátricos muestran o catalogan esa vulnerabilidad. Lo anterior como es de suponerse se incrementó por la pandemia de COVID 19. Por ejemplo, el riesgo de caídas muy probablemente se multiplicó al estar los ancianos aislados en sus viviendas.
La vulnerabilidad lo define un diccionario de bioética como:
Las características de una persona o grupo desde el punto de vista de su capacidad para anticipar, sobrevivir, resistir y recuperarse del impacto de una amenaza natural implicando una combinación de factores que determinan el grado hasta el cual la vida y la subsistencia de alguien queda en riesgo por un evento distinto e identificable de la naturaleza o de la sociedad (García, G. Ramírez, E. 2011, pp. 145-146).
La persona vulnerable es aquella que tiene menos recursos para resolver o enfrentar las situaciones de riesgo, pero en última instancia es una cuestión de grados. Así, catalogar la vejez como vulnerable es cuestionable. En el caso del COVID 19 no fue, ni es lo mismo, ser anciano de clase media a vivir en una zona marginada. Así la catalogación de considerar a los ancianos vulnerables en la pandemia dejó corto los matices de las condiciones por clase social.
Por supuesto, el propio COVID 19 fue y es un factor de riesgo para las personas mayores. No obstante, lo que me interesa señalar es la vulnerabilidad como eje central del COVID 19 en relación del fenómeno de la vejez. La vulnerabilidad así se conjugó entre el propio fenómeno de la enfermedad y sus consecuencias con otro fenómeno, ser un grupo instrumentalizado e infantilizado: nosotros los jóvenes y adultos tomamos las mejores decisiones, como el aislamiento, para protegerlos de sí mismos a pesar de que en algunos países generó consecuencias de alta mortalidad como en los asilos.
Otro modo de decirlo es que el propio COVID 19 reforzó el imaginario social de la decadencia y dependencia de la vejez. No se pretende negar el hecho de una mayor mortalidad entre adultos mayores, sino de hacer notar consecuencias epistemológicas y hermenéuticas en la manera de reforzar la interpretación de la vejez como decaimiento en los distintos grupos que no entran en esa categoría biológico social.
Una pregunta interesante es qué sucede con la autopercepción de las personas mayores después de la parte más intensa de esta pandemia. Habría que valorar, de nuevo, como se perciben en su vulnerabilidad. ¿Se incrementó? ¿Se mantuvo igual? Faltaría realizar estudios empíricos para confirmar o esclarecer este tema.
Regresando al concepto de vulnerabilidad social como señala Carlos Miranda (en un artículo titulado: “Es la enfermedad de los viejitos. Covid-19, vejez y discriminación”):
Frente a estas realidades, las medidas de “sana distancia” y “quédate en casa”, para estos sectores representan un serio retroceso y atentan contra sus derechos debido a que por su condición tan precaria, son medidas que no pueden ser observadas por las y los viejos como se esperaría, como sí sucede con otros sectores de la población, en particular pertenecientes a las clases media, media alta y alta que se han podido adaptar más fácilmente a estas medidas, contrario a los sectores más empobrecidos y que viven al día en el comercio informal o en el sector servicios y que no pueden darse el lujo de quedarse en casa (pp.65-66).
Otro elemento de vulnerabilidad fue la tecnología. De hecho ya existía o existe la idea de que los “viejos” no pueden y/o incluso no deben involucrarse en la tecnología, sobre todo en ámbitos de poco acceso a esos medios. El COVID 19 hizo manifiesto esta discriminación y el atraso al acceso a los medios electrónicos. Las clases más privilegiadas tuvieron acceso a medios de contacto electrónicos, en cambio, los ancianos pobres quedaron excluidos.
La vulnerabilidad se manifiesta también en la debilidad de los organismos intermedios, creados y mantenidos por ciudadanos y que pueden o no depender de presupuestos del gobierno. De nuevo, con el COVID 19 se hizo manifiesto la debilidad de las instituciones de cuidados de largo plazo. Lo anterior, por otra parte, es un nicho de oportunidad, no de hacer negocio con la vulnerabilidad de los ancianos, sino de hacer conciencia y crear una política de salud enfocada a reconstruir los tejidos sociales, las redes de apoyo, en donde todos nos reconocemos como limitados y necesitados de ayuda. La pandemia, pienso, hizo patente que no tenemos unas redes sociales impecables y que debemos mantener las existentes y crear nuevos lazos para futuras crisis sanitarias.
La vulnerabilidad frente al COVID 19 mostró a toda la población la finitud de su existencia, nos recordó que somos frágiles. Pero esta fragilidad se hizo más manifiesta en los adultos mayores. Se hizo patente el remarcar cómo en este periodo de la existencia, la vida es frágil, tiene por decir de un autor, “fecha de caducidad”. Los ancianos sufrieron y sufren más esa etiqueta. En la juventud se ve lejos esa situación e indeseable, pero en la vejez se vuelve patente e incluso “aceptable”: puestos a elegir mejor que sobreviva un joven a un anciano.
Otro elemento de vulnerabilidad fue la imposibilidad, en muchos casos, de no poder realizar los ritos funerarios adecuados, provocando así una alteración del sentido de la muerte y del proceso de duelo de los afectados.
La actitud filosófica del diálogo y la crítica deben de estar presentes en el redescubrir y visibilizar la vejez. Diálogo: en donde busquemos vencer de una vez el edadismo y la discriminación ya apuntada anteriormente. Crítica: reconocer que nuestro trato entre nosotros, intergeneracionalmente, no ha sido el adecuado. Existe una falta de solidaridad que muchas veces se vio reflejada en las muertes de las personas aisladas de las demás.
¿Cómo responder a la realidad de la vulnerabilidad que desnudó y agudizó el COVID 19 ? Una idea puede expresarse por medio del acrónimo: CUIDAR
C: Comprender
La realidad de la vejez debe comprenderse y no solo observarse. Se debe generar la empatía con conocimiento, sin prejuicios de las verdaderas necesidades de los ancianos y no las que suponen en ocasiones, los más jóvenes que están al cuidado de ellos.
U: Unificar
Al comprender y conocer se deben descubrir de un modo dialéctico lo particular y lo universal. Descubrir las necesidades globales que se traduzcan posteriormente en política pública que genere beneficios concretos adaptados a los individuos.
I: Interrogar
Ya descubierta las auténticas necesidades y la vulnerabilidad real de los ancianos, hay que interrogarse y, sobre todo, preguntar a los ancianos qué es lo que requieren.
D: Decidir
Ya con lo anterior, reconociendo que los recursos públicos y privados son limitados, racionalizar los recursos siempre en beneficio de lo descubierto en las etapas anteriores.
A: Actuar
Llevar a la práctica lo planeado. A menudo las intervenciones sociales quedan solo en buenas intenciones.
R: Reevaluar
Como no hay procesos perfectos debe haber una continua evaluación de los resultados y regresar de nuevo al ciclo señalado. CUIDAR es la clave para realmente combatir la vulnerabilidad que hizo patente esta pandemia.
El COVID 19 en última instancia mostró y muestra que nuestra vulnerabilidad es un continuo biológico, social, cultural que tenemos que afrontarlo todos juntos y que requiere de solvencia moral de todas las personas en todas las edades.
[1] Una versión anterior de este escrito fue presentado en el 8o Foro de Investigación y Salud realizado en Querétaro en septiembre de 2023.
[2] Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Maestro en Gerontología Social por la UNINI. Maestría y licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana. SNI II. Actualmente investigador afiliado de la División de Bioética deL CISAV.
Referencias
García, G. Ramírez, E. (2011). Diccionario Enciclopédico de Bioética. Trillas: México.
Miranda, C. (2021). Es la enfermedad de los viejitos. Covid-19, vejez y discriminación. Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas, 28(81), 49-73. Recuperado en 24 de enero de 2024, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-84882021000200004&lng=es&tlng=es.