Violencia y atrocidades, el gran dolor de México

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Por Fidencio Aguilar Víquez.

 

La violencia exacerbada en México

La violencia atroz se ha desatado en varios lugares del país. Afecta a poblaciones enteras, especialmente a los jóvenes. Las noticias que diariamente nos llegan dan cuenta de cómo grupos del crimen organizado irrumpen en zonas rurales y en zonas urbanas para someter, con fuertes dosis de crueldad, a los miembros de dichas comunidades. Esto en medio de varios procesos electorales que están por realizarse y que ya empañan su realización.

Los datos son preocupantes. En lo que va de este sexenio, más de 180 mil crímenes dolosos a lo largo y ancho del país, más de 110 mil personas desaparecidas, más de 23 candidatos asesinados y aspirantes a cargos de elección popular que han decidido no participar por las amenazas de los miembros de las mafias criminales. A lo anterior, hay que agregar la creciente extorsión en diversos lugares y ciudades el país, el robo al transporte en las carreteras, así como el cobro de piso para negocios o actividades económicas. Algunos actores y analistas políticos han señalado que las elecciones de este año se encuentran bajo fuego.

El pasado 11 de marzo, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), los Jesuitas de México, los líderes de congregaciones religiosas y la Dimensión de Laicos de la Iglesia católica convocaron a las candidatas y al candidato presidenciales a firmar un Compromiso por la Paz (Monroy, 2024). En ella se presentó un diagnóstico que elaboraron durante más de un año y medio, a partir del asesinato de dos jesuitas en Cerocahui, Chihuahua. Más de 20 personas participaron escuchando a madres buscadoras de hijos desaparecidos, o a quienes han tenido pérdidas de sus seres queridos por la violencia, y que han planteado vías para construir la paz.

Sin embargo, pese a lo anterior y a que las candidatas y el candidato firmaron esa agenda, en esta ocasión la delincuencia organizada busca incidir en las elecciones. Ya en la elección intermedia de diputados federales, en 2021, algunos analistas habían dado seguimiento de cómo el crimen de varios candidatos, la inhibición de los electores por los criminales y la amenaza de éstos a los funcionarios de casilla, habían arrojado resultados favorables al oficialismo en zonas que son un polvorín de violencia social y que están bajo el control de dichos grupos criminales. La preocupación de esto ha rebasado las fronteras nacionales.

El sábado 9 de marzo en el Festival de las Ideas llevado a cabo en Puebla, Cayetana Álvarez, una diputada española, hizo un llamado a los jóvenes para que protejan la democracia en México. Dijo: “No permitan que nadie, por incompetencia o interés, destruya la democracia que sus padres con tanto esfuerzo les dejaron. Les va la vida en ello y lo digo literalmente, sin seguridad no hay libertad, ni bienestar ni prosperidad ni presente ni futuro ni nada.”  Por su parte, la Internacional Socialista, encabezada por el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, alertó que el crimen organizado amenaza a México.

El documento que leyó a nombre de los principales partidos políticos de izquierda del globo señala:

“Es imperativo abordar el nexo entre el crimen organizado, la violencia política y la erosión institucional para salvaguardar el futuro democrático de México. La falta de acción podría socavar aún más la confianza en los procesos democráticos y provocar un retroceso. Por lo tanto, es esencial actuar de manera concertada para contrarrestar las amenazas del crimen organizado y preservar las aspiraciones democráticas de México”.

Algunas otras instituciones, como Integralia y Citibanamex, han presentado estudios sobre la violencia de los grupos criminales y su incidencia en las elecciones. Según datos de la primera, el crimen organizado ha intervenido e intervendrá en los procesos electoraes 2024 mediante: “i) asesinatos, ii) financiamiento de campañas, iii) imposición de candidaturas, iv) movilización o inhibición del voto, y v) alteración de la votación en casillas.” Además lo hará particularmente en las elecciones locales por estos motivos: “i) una gran cantidad de grupos criminales en conflicto armado entre sí, ii) proliferación de mercados ilícitos, aparte del narcotráfico y iii) la disputa de mayor número de presidencias municipales.

Todo lo anterior genera un clima de temor, zozobra, apatía e incertidumbre. No sólo para participar en los procesos electorales, sino en la convivencia diaria. La sociedad se atomiza, lo cual quiere decir que cada quien se preocupa sólo de sí mismo y los principales ámbitos de la actividad humana, como lo son la familia, la escuela (o la universidad), el trabajo y la política quedan a la deriva, es decir, es fácil volverse extraño, extraña, con los miembros de cada uno de estos espacios. Ante este panorama, quisiera proponer una mirada más profunda, más honda, más rigurosa, sobre el mal que estamos percibiendo.

 

La banalidad del mal

Es muy conocida la obra de la filósofa Hannah Arendt sobre la política, los orígenes del totalitarismo y la banalidad del mal. Este último rubro está contenido en su libro Eichmann en Jerusalén. Se trata del seguimiento del juicio del responsable de los nazis de ejecutar la llamada Solución final, que fue la eliminación en las cámaras de gas de los judíos en los campos de concentración. El juicio se llevó a cabo en 1961, después de que el año previo el teniente coronel de las SS fuera secuestrado en Argentina y llevado a Israel acusado de eliminar a millones de judíos. Sabemos que en el holocausto murieron 6 millones de ellos en esos centros de horror y de muerte.

No se trata aquí de contar la historia del juicio y de lo que ahí se dijo, sino, como lo hace Arendt, de mostrar la tesis según la cual una persona considerada “normal” puede llevar a cabo esas tareas de eliminación de personas, sin haberlo hecho personalmente, directamente, sino formando parte de un circuito de eslabones, una cadena de mando, una parte de una maquinaria echada a andar por el Fürer y su cercano colaborador Himmler para la mencionada eliminación. Después de sus jornadas en los campos de concentración, Eichmann regresaba a su casa, escuchaba música y por la noche dormía a sus hijos contándoles cuentos y leyéndoles historias. ¿Es posible que no haya conciencia de culpa?

Claro que esto toca la condición humana, ¿puede alguien, como en México, dedicarse a tareas de inhumanidad, de eliminar personas, y luego tranquilamente llegar a su casa y ser tierno y cariñoso con su esposa y con sus hijos? No sólo es para mirar a los sicarios del crimen organizado, sino, como lo hace Arendt,  es para mirar a quienes han formado parte de un Estado, de una autoridad, de un poder, y que, al amparo de leyes ad hoc, cumplan órdenes de organizar un sistema de “eliminación” de personas consideradas “enemigos” de la nación. De no cumplir con dichas órdenes, tales funcionarios podrían ser acusados de traición a la patria. El caso de Eichmann es ilustrativo de lo que significa la banalidad del mal.

Hay que considerar algunos rasgos de este caso tan emblemático y ya clásico de la condición humana en el ámbito de la dinámica estatal y política. Se trataba, como bien sabemos, del Estado alemán dirigido por el régimen nazi. Y Hitler había ordenado esa Solución final. De manera que, como dijo Eichmann, él sólo cumplió órdenes. El no cumplirlas no sólo le acarrearía problemas en su carrera político-militar, sino incluso remordimientos de conciencia. Arendt demostró dos cosas en su libro sobre el juicio: 1) que si Eichmann hubiera desobedecido las órdenes de enviar a la muerte a los judíos, no habría pasado nada grave, como de hecho pasó en algunos casos de desobediencia; 2) que Eichmann siendo normal, decidió deliberadamente apagar su conciencia moral y no cuestionar las órdenes recibidas.

Ahora bien, aquí está el núcleo del asunto: cualquiera puede desconertar su conciencia moral si no reconoce lo que se está jugando con las decisiones, si no reconoce la realidad, la verdad de las cosas, en el caso de Eichmann, que no haya reconocido la humanidad de los judíos, y en tal reconocimiento, juzgar que lo que le estaban ordenando era un crimen de lesa humanidad. Él quiso justificarse señalando que sólo cumplía órdenes, y que de no hacerlo podría ser acusado de traición.

Pero su falta, antes del aspecto moral, es su incapacidad para juzgar. Esta obnubilación de la inteligencia es lo que lo llevó a banalizar el mal que hizo. Hay otros detalles: por ejemplo, confesó que personalmente no le caían mal los judíos, que no guardaba un sentimiento de animadversión o desprecio. Con lo cual Arendt sostiene que, precisamente ahí, se encuentra una conciencia que banaliza el mal. Un poco a la manera de los grupos mafiosos: “No es nada personal, son órdenes”, o “son negocios”. Hasta aquí, la tesis de Hannah Arendt.

Hay otros ejemplos de esa banalización. Veamos el caso de Jesús de Nazaret y su condena por Poncio Pilato. Éste sabía que el acusado era inocente. De hecho por un momento quería absolverlo. Cuando el gobernador romano se dio cuenta que el “reino” del que hablaba Jesús no le podía competir a Roma, se convenció que el acusado no representaba peligro. ¿Por qué entonces terminó condenándolo? Por pragmatismo. Los judíos lo estaban presionando para ello y llegaron al extremo de decirle que si no lo hacía era enemigo del César. No quiso, finalmente arriesgarse a tener conflictos con Roma, que miraba con recelo a Judea. Saco a colación lo del nazareno porque la banalización del mal tiene que ver con no mirar la verdad, anular el juicio sobre la realidad, que fue lo que pasó con Pilato y con Eichmann.

¿Qué tiene que ver la banalización del mal con la situación de violencia en México? Ya varias voces han señalado que el régimen que gobierna parece tener connivencia con el crimen organizado y que éste amenaza los procesos electorales en puerta. Si no hay un reconocimiento de la realidad, si no hay aceptación de la verdad, ocurre justamente lo que señala Arendt: el mal, la violencia, se hace banal, trivial y nos acostumbramos a ello. Entonces, lo que dice esta filósofa es, a partir de la verdad, formar un juicio sobre los actos de los demás y sobre los propios actos. ¿Puede volver a ocurrir lo que pasó con el totalitarismo nazi? La respuesta de nuestra autora es contundente: Sí, puede volver a pasar. Ninguna sociedad está a salvo de la banalización del mal ni del totalitarismo.

 

Acotaciones sobre la condición humana y el mal

El mal no es sólo un desafío para la filosofía y la teología, sino para todo ser humano. El mal existe, es real. Y no me refiero sólo a la violencia y sus diversas formas que hemos considerado al inicio, sino también a nuestra condición humana: el mal no sólo lo podemos hacer, también lo podemos infligir. El tema ha suscitado reflexiones de diversos pensadores, sobre todo cuestionando, por ejemplo, si el mal existe, ¿dónde está la omnipotencia de Dios? ¿Dónde está su bondad absoluta? Porque los tres no pueden existir.

En su análisis sobre la modernidad, Albert Camus señala que uno de los reclamos de aquélla es este: el llanto de los niños y la muerte del inocente cuestionan a Dios. Pero el mismo autor, citando a un personaje de Dostoievski, Iván Karamázov, reconoce que sin Dios todo está permitido. La modernidad entonces, no sólo acusó a Dios, sino que también lo condenó: si existe, ¿por qué no puede con el mal? Si no puede, no es omnipotente. A lo mejor es bueno, pero de nada le sirve su bondad. El asunto es que, cuando la modernidad ha derribado el Cielo, se empeñó en construir la Tierra, el más acá, pero no ha podido.

Quiso implantar, la modernidad, una revolución, pero terminó creando una maquinaria de funcionarios y burócratas que no trajo justicia social, ni calmó el llanto de los niños ni evitó la muerte de los inocentes, al contrario, los acentuó. También quiso implantar un modelo de Estado y un modelo de Mercado, pero ni uno ni otro han traído la justicia ni han conjurado el llanto de los niños ni la muerte de los inocentes. Y hoy por hoy, todo el globo padece de las atrocidades de los diversos poderes fácticos que se valen tanto del Estado como del Mercado para sus fines de control y de dominio al costo que sea.

Todos hemos tenido y sufrido la experiencia del mal. Las explicaciones sobre el origen y la razón de ser del mal ha suscitado los diversos tipos de reflexión, mítica, teológica y filosófica. Y lo que es más relevante, ¿cómo se puede enlazar el pensar sobre el enigma del mal con la acción y el sentimiento? Nuestra condición humana nos hace asociar tres términos vinculados de algún modo, pero esencialmente distintos: el pecado, el sufrimiento y la muerte. En otros términos, experimentamos el mal cometido y el mal sufrido. Claro, nos referimos al mal moral, porque el mal ontológicamente no existe.

Rápidamente una disquisición. Cuando algo existe, su propia existencia, su ser, es algo bueno. El bien que se basa en el ser se llama bien ontológico. Si, además, ese ser, cuya existencia de suyo es buena, actúa conforme a su ser, para el caso de los seres personales, ahí, además de bien ontológico, hay bien moral. En cambio, el mal no tiene sustrato en el ser. Decimos del mal cuando nos referimos a una carencia, a la ausencia de algo que debería tenerse, como la vista. La ceguera sería un mal, no en sí, sino en referencia al ser o cualidad que debería tenerse. En ese sentido no hay mal ontológico.

Cuando hay mal moral, la conciencia señala a la acción humana, hace una imputación, una acusación y una reprobación. En la primera establece un sujeto responsable; en la segunda, señala que la acción es violatoria del código ético; y en la tercera establece un juicio de condena; el autor de la acción es culpable y, por tanto, debe ser castigado.  Desde luego, el castigo supone un sufrimiento, una pena. Ésta se debe a la culpa por el mal cometido. El sufrimiento no necesariamente lo provocamos, algún fenómeno natural, las enfermedades, las incapacidades del cuerpo y de la mente, la aflicción por la muerte de seres queridos, el terror ante la propia muerte, la disminución de nuestra integridad física, psíquica y espirirual. Todas estas cosas son factores de sufrimiento.

En el plano moral, insistimos, el mal cometido por uno, es el mal padecido por otro. Se da entonces el hecho de que el hombre es víctima de la maldad del hombre, como lo constatan los Salmos del rey David, o la acusación que Marx hizo de la alienación humana: el hombre reducido a mera mercancía. Brota entonces el lamento.

Sin embargo, la mirada no sólo se centra en quien sufre el mal, sino en quien lo comete, y por lo tanto, quien tiene experiencia de la culpa, también tiene la sensación de que hay fuerzas maléficas superiores que le dominan. Es decir, se siente víctima de ser culpable. De esta manera: “Puesto que la punición es un sufrimiento que se considera merecido, ¿quién sabe si todo sufrimiento no es, de una u otra manera, el castigo por una falta personal o colectiva, conocida o desconocida?”

El mal en el pensamiento antiguo tenía un sentido cósmico: las mismas cosas, al buscar el equilibrio y la armonía (precisamete cosmos significa orden), podían generar padecimientos, sufrimientos a un pueblo, a una familia o a un individuo. El afectado podría acudir a un brujo o un sacerdote para hacer actos rituales que ayudaran a restablecer ese equilibrio. El mal está justificado y tiene un sentido de purificación o de armonización. Si alguien sufría un mal, aunque no fuera consecuencia de sus actos, podría ser porque sus ancestros o alguno de ellos hizo algo que desarmonizó el orden.

En el pensamiento judeocristiano, el mal no existe a la manera del bien, como he tratado de explicarlo. Su origen está en la libertad humana. El drama de la libertad es precisamente la posibilidad del mal. El caso extremo es Job, el inocente, que padece todo tipo de males e infortunios. Job es puesto a prueba por el mismo Dios, instigado por el diablo. Dios apuesta a que Job, independientemente de fortunas o infortunios, le será fiel: no necesita de bienes ni beneficios para adherirse a Él. Es la libertad leal más allá del mal mismo. San Agustín justamente señala que la libertad es lo que define al ser humano para su pertenencia a la Ciudad de Dios o a la ciudad del mundo. En ese sentido, la vida, la historia, es la lucha entre el bien y el mal por el corazón humano.

Con la secularización de la modernidad, como he apuntado al citar a Camus, el mal no se ha eliminado, pero sí se ha justificado. La revolución o el Estado, que tiene la violencia legal, la violencia legítima, pretende justificarlo con el ejercicio del poder. El problema, como ya lo han señalado varios pensadores, es que cuando la razón o la conciencia se someten al poder, abdican de sí mismas: que es descubrir y reconocer la verdad. La razón y la ciencia, en efecto, se sometieron al poder y emergió con ese sometimiento la serie de las grandes armas que pueden dirigirse contra los seres humanos, como de hecho ocurrió con las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Ahora bien, después de esa amarga experiencia, aunada a las experiencias anteriores de dos guerras mundiales, la aparición de los totalitarismos, la guerra fría que se volvió una carrera armamentista, todo ello significó el sometimiento de la razón y de la conciencia humana al poder. Por ello, la sensibilidad de que se garantizaran ciertos derechos fundamentales hizo que, posteriormente a la guerra, se estableciera la Declaración universal de los Derechos Humanos. La conciencia moral, atenta a los riesgos del poder, hizo que despertara el anhelo de hombres y mujeres de un Estado de derecho que protegiera derechos fundamentales.

 

Las cosas no están bien

Aquí es donde quiero insistir que la situación de violencia que vive nuestro país, como en otros momentos de la historia universal, está poniendo en riesgo el Estado de derecho que garantice el resguardo y la vigencia de los derechos humanos fundamentales, así como los derechos civiles y políticos. Cuando la violencia campea impunemente, no sólo se desmorona el Estado de derecho, sino el tejido social mismo. En otras palabras, se trata de rescatar y fortalecer ese Estado de derecho para tener una convivencia civilizada y humana.

Las cosas no están bien en México. Si de por sí siempre es bueno no conformarnos con la situación que vivimos, o con el mundo que nos ha tocado vivir, qué podemos hacer para salir de la situación en que nos encontramos. Cuando menos podemos imaginar, pensar, querer un México idóneo: en paz, sin violencia, sin la impunidad del crimen organizado, sin la corrupción en las esferas del poder; un México donde podamos realizar nuestros más queridos sueños. El poder, quienes lo tienen, siempre van a decir que las cosas están bien. Pero el pensamiento y la conciencia moral, nos van a indicar que puede haber mundos mejores, más humanos, más justos, más fraternales.

La democracia en nuestro país necesita moralizarse, hacerse eficiente, de otro modo no traerá justicia social, desarrollo humano integral, y el malestar, la frustración, el desencanto y el resentimiento, junto a la miseria, la pobreza, la inequidad y, ahora mismo, la violencia y la inseguridad, formarán el coctel social explosivo para que el autoritarismo populista se autolegitime para ejercer el poder despóticamente: con mano dura si la sociedad lo pide, por ejemplo, ante el asedio del crimen organizado; o entablando alianza con éste para el control clientelar y de dividendos económicos entre la nueva casta política y los criminales.

Para una democracia es indispensable defender y ejercer los derechos civiles y políticos, además la crítica -para lo cual se necesita que haya información, se requieren medios de comunicación sin monopolio-; para ello se necesita la armonización entre lo público y lo privado. En suma, se requiere que se rompa tanto el monopolio de Estado como el monopolio de Mercado en favor de la Sociedad civil. De hecho, mientras haya armonía entre Estado, Mercado y Sociedad civil, un país puede tener desarrollo humano integral en torno al bien común, con paz, justicia y dignidad. En el fondo en eso radica el Estado de derecho.

Por su parte, los intelectuales, escritores, universitarios deben participar en el debate intelectual, filosófico, político, para discutir y resolver los problemas acuciantes de la sociedad. Con ello pueden los intelectuales mover y conmover, entusiasmar y alentar a la sociedad a ser consciente de su responsabilidad social y política. Eso significa comprometerse, asumir, materializar nuestra disposición anímica para concretar nuestras obligaciones de ciudadanos. Una ciudadanía madura, responsable, atenta a los asuntos públicos, generará una conciencia crítica y moral del poder, para acotarlo y limitarlo, y ponerlo al servicio del bien común, la justicia, la solidaridad y los más vulnerables de la sociedad.

 

¿Qué pueden hacer las y los jóvenes universitarios en todas estas circunstancias?

Además de la gran energía vital, los jóvenes tienen dos características más: 1) La capacidad crítica, el no aceptar las cosas si no están examinadas, probadas, si no hay verdad en ellas; 2) Un sentido de justicia, por el que se indignan ante el trato no igualitario de las personas, o ante el no reconocimiento de los méritos, o ante el castigo desproporcionado y, por tanto, injusto. Así, pues, energía, razón y justicia forman la trilogía de los atributos juveniles que pueden reanimar a una sociedad que parece fenecer ante el asedio de la violencia en sus diversas formas, especialmente la del crimen organizado.

Hace falta mirar con nuevos ojos, tener una visión de lo que se está haciendo y de lo que se quiere. Esta visión, esta mirada, esta perspectiva hará la diferencia. Les contaré la siguiente historia para ilustrar lo que quiero decir:

Un visitante de una construcción miró a varios trabajadores haciendo lo suyo. Se acercó al primero y le preguntó: “¿Qué haces?” La respuesta de aquél fue: “Pego tabiques, ¿no estás viendo?”. Luego se acercó al segundo y le hizo la misma pregunta. Éste le contestó: “Estoy levantando un muro”. Finalmente se acercó a un tercer trabajador y le preguntó lo mismo. La respuesta de este último trabajador fue: “Construyo una catedral”. Los tres trabajadores hacían físicamente lo mismo, pero con distinta visión. Los tres miraban cosas distintas.

Los dos primeros quizá no podían mirar más allá, estaban enceguecidos, incapaces para ver más allá de sus narices, más allá del aquí y ahora. No podían mirar con amplitud. Estaban atrapados en lo efímero del presente. No estaban alertas. Su capacidad crítica estaba apagada. En cambio, el tercer trabajador, aunque estaba pegando tabiques en los hechos, ya miraba el conjunto de la obra: una catedral. La catedral aún no existía de hecho, pero estaba ya en su mente y su corazón, ya la hacía suya, ya la tenía en sí.

En ese sentido, sería oportuno que nos preguntáramos, estimadas y estimados jóvenes, ¿qué México estamos construyendo? ¿Qué México quieren? ¿Qué México es posible, mejor que el México que ahora tenemos? En la medida en que miremos más allá de nuestros ojos, más allá del momento presente, más allá de nosotros mismos, en esa medida podremos mirar la “catedral” que queremos. Y construirla desde ahora mismo, con el estudio, la preparación, la investigación y el trabajo con los demás.

Eso también significa que hay que salir de nosotros mismos. Quiero ilustrar esto con otra historia. Se trata de un cuento jasídico. Un rabino de una ciudad del este europeo, Varsovia, frecuentemente soñaba que, en otra ciudad, Praga, debajo de un puente, había un tesoro. El sueño era tan vivo y recurrente que decidió ir a esa ciudad para encontrar su tesoro. Ya en Praga, ubicó el puente y comenzó a rascar la tierra. Un guardia que lo miraba con curiosidad, se le acercó y le preguntó qué estaba haciendo. El rabino le contó su sueño.

El guardia, entonces, le comentó: “¡Qué curioso! Yo también he soñado que en la ciudad de Varsovia, en una casa con tales características, debajo de la estufa, hay un tesoro. Pero, la verdad, yo no voy a guiarme por un sueño.” El rabino comprendió que el guardia se refería a su casa. Entonces regresó a su casa, rascó debajo de la estufa y encontró el tesoro.

Todos buscamos nuestro tesoro, sobre todo los jóvenes. Son los sueños de nuestro corazón, los anhelos más sublimes que parten de lo más hondo de nuestro ser. Tienen que ver con el amor, la amistad, la familia, la educación y el país que queremos. Pero para ello, como el rabino, necesitamos determinación, decidirnos a salir de nuestra ciudad, es decir, de nosotros mismos. Necesitamos dejar nuestra casa, muchas veces nuestra propia subjetividad y salir a otra ciudad, a otro lugar, quizá lejos. En ese lugar lejano, y este es el segundo gran mensaje de la historia, otro nos platicará sus sueños, quizá sin darles crédito, como el guardia. Y en ese otro nosotros podremos reconocer que en nuestra casa, en nosotros mismos, se encuentra el tesoro. Pero es necesario que otro nos lo diga.

Resumiendo: 1) Necesitamos salir de nosotros mismos, de nuestra subjetividad, de nuestra propia mirada; es preciso ir a otro lugar, a lo extraño, a lo desconocido; 2) Necesitamos escuchar a otro, que contándonos sus sueños, sus ideas, sus pensamientos, sus sentimientos, nos haga caer en la cuenta que lo que buscamos no está sino en el retorno a la casa; 3) el tesoro, el sueño que buscamos realizar está en nosotros mismos. Me parece que, de ese modo, con la colaboración de otros, trabajando con ellos y escuchándolos, podremos reconocer lo que somos y lo que tenemos como personas.

Las dos historias son ilustrativas para formarnos una mejor visión de las cosas y de nosotros mismos. La capacidad juvenil de ser críticos, de seguir la verdad y la razón, es imprescindible para formar esa visión. Por su parte, el sentido de justicia, puede dar la sensibilidad para escuchar, ser atento con los otros, valorarlos y, con ello, volver a nosotros, en nuestro interior, para reconocer lo que somos, lo que valemos y lo que podemos hacer para construir un mundo mejor, ¿dónde? En la casa, en la familia, en la escuela, en la universidad, en el trabajo, con los amigos y en los asuntos públicos. Este es el gran reto, sobre todo para las y los jóvenes universitarios. Tendrán que convencerse de ello los propios jóvenes. Es posible y factible.

 


Referencias

  1. Monroy, A. (marzo 11, 2024). “Candidatos a la presidencia firman Compromiso Nacional por la Paz convocado por la CEM”. Universidad Intercontinental. https://acortar.link/BapDlV
  2. (marzo 11, 2024). “Llaman a jóvenes: protejan la democracia”. Periodismo Verdad Luces. https://acortar.link/CKyCNM
  3. Robles, L. (marzo 11, 2024). “Internacional Socialista alerta de crimen en las elecciones de México”. Excelsior. https://acortar.link/7X47NQ.
  4. Reporte especial. Primer reporte de violencia política. (2024). Integralia Consultores. P. 2. https://acortar.link/qwuxWX
  5. Arendt, H. (1999). Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona.
  6. , p. 27
  7. Ricoeur, P. (2011). El mal. Un desafío a la filosofía y a la teología, Amorrortu, Buenos Aires. P. 22.
  8. Camus, A. (1982). El hombre rebelde. Alienza-Losada. Madrid
  9. Ricoeur, P. (2011). El mal. Un desafío a la filosofía y a la teología, Amorrortu, Buenos Aires. P. 24.
  10. , p. 27.

En este trabajo se reúnen algunas facetas de la filosofía actual. Recientemente se han destacado algunas de sus corrientes, a las que conviene atender, para estar al día en nuestro conocimiento filosófico. Pues todo depende del diálogo que logremos sostener con esas escuelas o tradiciones. Dentro de ellas se encuentran: la filosofía analítica, la fenomenología, la hermenéutica, con especial énfasis en la hermenéutica analógica y el nuevo realismo.

Perspectivas actuales de la filosofía

Mauricio Beuchot

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Se trata de una mirada desde su acción pastoral que se enfoca en las heridas sociales, en las problemáticas que afectan a los diversos ámbitos comunitarios y contienen efectos transversales en la persona, las familias, las comunidades y la sociedad en general.

Dossier Vitalizar el tejido social para construir la paz social. Elementos para un diagnóstico social de la Diócesis de Querétaro.

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