Sin burlarnos de la muerte

 

 

De entre las muchas criaturas so­bre la Tierra que mueren,

tan sólo para los hombres morir es un problema.

Comparten con los restantes anima­les el nacimiento,

la juventud, la madurez, la enferme­ dad, la vejez y la muerte.

Pero tan sólo ellos de entre todos los seres vivos saben que han de morir.”

(Elias Norbert, La Soledad de los Moribundos)

 

Por Andrea Munguía|

 

 

Han pasado dos semanas desde que se celebró una de las festividades más grandes en México: Día de muertos. Recordé aquella entrevista que le hicieron a Juan Rulfo hace 37 años en Argentina, donde le preguntaron sobre cómo vemos la muerte los latinoamericanos a diferencia de los europeos, su respuesta fue simple:

“Ellos nunca piensan en la muerte hasta el día en que se van a morir (…) Los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte, hasta para despedirse en la noche dicen ‘Dios mediante’ o ‘si Dios nos da vida’ (…) conviven con la muerte (…) van todos a los cementerios y comen calaveras de azúcar. Le hacen una ofrenda al muerto y después se comen la ofrenda. Y, según ellos, el muerto viene a visitarlos y se emborrachan y se comen la ofrenda y se ponen unas borracheras feroces… porque le ponen aguardiente al difunto, porque le gustaba tomar aguardiente, emborracharse, entonces también ellos se emborrachan, con aguardiente, mezcal, pulque, lo que sea” (Caparrós, 2017)

Y en gran medida, Rulfo no se equivocaba, si bien dicen que la muerte  es lo único que tenemos seguro desde el momento en que nacemos, la percepción que tenemos de ella ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Antes de la Conquista era simplemente un paso hacia la otra vida, otro mundo. Uno que estaba estratificado para recibir a los guerreros, la nobleza, e inlcuso había zonas específicas a las que llegarían las mujeres y los niños muertos durante el parto; con la evangelización, el cielo se establece como el punto donde todos por igual encontraremos descanso eterno. Claro que detrás de cada representación existe toda una explicación antropológica y religiosa, y la festividad de día de muertos tan sólo es una de tantas formas en la que manifestamos nuestro respeto por las personas que ya no están pero que amamos en vida.

Actualmente, con el avance de la medicina y el incremento de la esperanza de vida, la muerte ha adquirido diversos matices, la vemos acompañada de enfermedades que poco a poco deterioran el cuerpo, la relacionamos con la vejez y la pérdida de nuestras capacidades/habilidades, e incluso hablamos ya de diversos tipos de muerte: psíquica, biológica, fisiológica y social (Gómez, 2005; Norbert 1982). Esta última se define por la soledad en la que poco a poco van quedando las personas que padecen de alguna enfermedad grave o incurable, y como menciona Norbert (1982:10) “el problema social de la muerte está en que los vivos encuentran difícil identificarse con los moribundos”. Sin embargo algunos programas como los Cuidados Paliativos plantean una intervención integral para el paciente, acompañado o no de un tratamiento curativo con el fin de evitar en medida de lo posible el sufrimiento (sobretodo si la enfermedad inminentemente terminará en su fallecimiento), por lo se ofrece atención psicológica, tanatológica, espiritual y de trabajo social para el paciente y su familia, porque morir en soledad no es una opción.

Empero, a pesar de nuestra relación tan cotidiana con la muerte, como bien lo mencionó Rulfo, es poco probable que ésta sea tema se conversación en espacios familiares y sociales, por lo que hablar de ella se ha convertido en un tabú. Se le teme. Gómez (2005) hace mención a este miedo en relación a la paradoja de una sociedad fundada en el individualismo, donde imperan el narcisismo, la indiferencia, la ausencia de solidaridad y reciprocidad hacia el otro.

Del libro La soledad de los moribundos de Elias Norbert, es de llamar la atención algo que hoy en día con la pandemia se ha exponenciado, y es que dentro de los mayores peligros para el hombre se encuentran los propios hombres. Por mencionar algunos ejemplos, están todas las reuniones y fiestas que sin ninguna medida sanitaria se han llevado a cabo -a pesar de las recomendaciones para evitar contagios- tras cinco semanas de repunte a nivel nacional y aquellas personas escépticas a la enfermedad, creyéndose inmunes poniendo en riesgo a los demás.

A pesar de que los contagios por coronavirus no se detienen y los más afectados siguen siendo las poblaciones vulnerables, las detenciones por organizar reuniones masivas también se han elevado: bodas en donde más de la mitad de los asistentes se han infectado; familias donde padres y abuelos han fallecido porque un miembro asintomático llevo el virus a casa después de acudir a un evento sin protección; bares, antros y demás espacios sociales burlando a las autoridades o negociando los eventos. Así mismo en festividades como la de Día de muertos o la de San Judas Tadeo, donde en ésta última la gente que peregrinaba confesó que asistía para pedirle al santito por la salud de sus familiares a la vez que irónicamente llevaban a sus hijos sin cubrebocas y sin tomar sana distancia.

Esta indiferencia, la falta de cuidado mutuo y sobre todo lo repentino de este virus han reconfigurado no sólo la forma en que las personas percibimos la enfermedad y la salud, sino también la muerte. Enfermar de Covid-19 para algunos es un juego de azar, una probabilidad de “volverse inmunes al virus”, para otros es un camino de agonía, de morir en soledad, incomunicados o sin la posibilidad de salir del hospital.  Los mismos programas que procuran al paciente en sus últimos días se han visto obstaculizados para proporcionar confort, templanza y compañía a quien aislado muere por coronavirus.

La salud es ahora un bien invaluable, necesario, único para salir adelante; aquellas personas que no reconocen el sufrimiento del médico que ha perdido a sus compañeros porque se contagiaron dando todo de sí; los que no pueden ver el esfuerzo de miles de mexicanos que salen día a día exponiéndose al contagio para llevar comida a casa, a los que como dice el Papa Francisco ignoran la existencia y los derechos de los otros están ejerciendo violencia. Con estas acciones la fraternidad no es efectiva para todos (Francisco, 2020). Este año la muerte acogió a muchos en sus brazos, pero no es momento de celebrarla ni burlarse de ella, es tiempo de honrar y valorar la vida. De promover la corresponsabilidad en la salud y de apoyar a quien más le hace falta.

 

Referencias bibliográficas

 

  • Carrapós, M. (2017). Juan Rulfo: ‘Los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte’ en The New York Times.  Dispnible en :
  • https://www.nytimes.com/es/2017/05/15/espanol/opinion/juan-rulfo-centenario-caparros.html
  • Fracisco I. (2020). Carta Encíclica Fratelli Tutti del Santo Padre Francisco sobre la Fraternidad y la Amistad Social. Disponible en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
  • Gómez Sanchó, M. (2005). Morir con Dignidad. Arán. España
  • Norbert, E. (1982). La soledad de los moribundos. Fondo de Cultura Económica. México.