Por Jorge L. Navarro|
El New York Times publicó, hace un par de años, la carta de una joven madre, neoyorkina, en la que relata la situación de pérdida de su hijo recién nacido en una guardería.
Su relato nos pone delante de una situación social y personal que afecta a millones de mujeres en el mundo y nos deja una pregunta que en cierto modo nos concierne a todos. ¿Mi bebé seguiría vivo si yo no hubiera vuelto a trabajar? “Amber” es el nombre de esta madre.
La pregunta anterior tiene un transfondo: la circunstancia de Amber y de tantas mujeres incorporadas al mundo laboral que tienen que dejar a sus bebés en guarderías o al cuidado de otros familiares o personas cercanas.
México se encuentra entre los paises latinoamericanos con menos participación femenina en el mercado laboral con menos del 60% de mujeres en edad laboral incorporadas al trabajo, en contraste con el 95% de los varones. Sin embargo en las últimas décadas la participación de la mujer ha ido en crecimiento: en los 70´s representaban el 20% de la población opupada frente al 80% de los varones y para 2005 la proporción era del 40% frente al 60%, según el estudio de Gina Zabludoski (2007, 13). Para el 2019 parece mantenerse la misma proporción.
No sobra señalar que además de diferencia en la participación laboral, existen otras diferencias en salarios y acceso a trabajos mejor remunerados, que manifiestan la persistencia de desigualdades de género.
Ahora, sin embargo, nos interesa reflexionar sobre un fenómeno social al que las estadísticas nos invitan a mirar. Todos conocemos a nivel micro que el trabajo femenino es un hecho al interior de la vida familiar, y la expectativa de la mujer respecto a la educación, el empleo y el desarrollo profesional. Todo lo cual altera el rol tradicional que se le asignaba dentro de la familia. Y provoca una tensión difícil de resolver entre el trabajo y la familia.
No puede dejarse la carga de esta dificultad a la mujer, ni la solución. Es un problema de todos que compromete dos derechos fundamentales del hombre y de la mujer; el derecho al trabajo y el derecho a fundar y tener una familia. La Organización Internacional del trabajo, OIT, ha reparado en la dificultad y la complejidad del tema y lo ha formulado en estos términos: “Se trata de garantizar el derecho de tanto hombres como mujeres a un trabajo remunerado sin tener que renunciar por ello a una vida familiar”. (OIT-PNUD, 2009, 16-17).
La pregunta de Amber: ¿Mi bebé seguiría vivo si yo no hubiera vuelto a trabajar?, en parte revela esta tensión, pero va más alla de esta. Amber no se queja de malas condiciones o de falta de facilidades para dar a luz; ha podido acompañar a su hijo en las primeras 15 semanas de su vida. Además disponía de una guardería confiable y cercana a su lugar de trabajo que le daba la posibilidad de asistir, cada día, un tiempo breve para amamantar a su bebé.
Reconoce que la experiencia de aquellas semanas con su bebé le hizo pensar en la posibilidad de ampliar un par de meses el permiso, aun sin sueldo, pero le fue negado. Consideró que el “doble ingreso”, el suyo y el de Lee, su compañero, se podía sacrificar, ya que de cualquier manera el ahorro del pago de guardería compensaba la disminución del ingreso. Pero no podía perder el seguro médico que protegía a los tres. Ni quería, a mediano plazo, quedarse sin empleo.
El primer día de retorno al trabajo y de ingreso de Karl, el bebé, a la guardería, a pesar de las estupendas condiciones y la cercanía para regresar a amamantarlo cada mañana unos minutos, no le ahorraron a Amber, el miedo y la angustia de la separación. Quería convencerse de haber hecho todo lo que estaba en sus manos para asegurar los cuidados del bebé.
Aquel día, después de un par de horas de haberlo dejado, el bebé estaba muerto. No hay indicios para atribuirlo a una negligencia de la institución. Todo parece indicar que se trata de uno caso de “muerte súbita”.
Ambar afirma que el motivo de su artículo no era acusar a la empresa, ni a la guardería. Reconoce que tenía condiciones estupendas para el parto y de tiempo para el cuidado del bebe, mejores que las de muchas otras trabajadoras.
Hay otros casos -y otros países- en los que la mujer trabajadora no dispone de tan amplios permisos para dar a luz y para los cuidados posnatales, con circunstancias en las que el trabajo de la mujer simplemente no es sacrificable y la desatención a los hijos se vuelve más crítica y a veces casi imposible de resolver. Los hijos crecen en el abandono.
Las preguntas de Amber, sí cuestionan a “una cultura que no valora el cuidado de bebés y niños pequeños”, que no considera el cuidado como una aportación social e incluso económica significativa y necesaria. Ya hay algunas voces de científicos sociales que sostienen que entre los indicadores de bienestar se debería incluir el cuidado como un factor de relevancia para la sociedad.
Mientras tanto, los padres tienen que resolver sus apremios solos y, sin embargo, se podría demostrar que los permisos de maternidad/paternidad reducen la mortalidad y tienen consecuencias importantes en la salud y el equilibrio emocional de los futuros ciudadanos.
Me llama la atención la perspicacia de esta madre, que no sólo percibe el “malestar de una cultura”, sino la hondura de su mirada sobre su propia pregunta. Aun en el sistema social más perfecto, dice: “puede que Karl no hubiera vivido un día más, pero si hubiera estado conmigo, donde yo quería que estuviera, yo no estaría aquí sentada, atrapada por la angustia de una pregunta que no tiene respuesta”. Es decir, una madre o un padre no pueden asegurar la vida de su hijo, pero sí una forma de atención y de cuidado que nadie más podría darle.
Referencias:
- Zabludoski,, G. (2007). Las mujeres en México. Trabajo, educación y esferas de poder. En Política y cultura, n 28. UAM. Xochimilco, México.
- OIT-PNUD (2009). Trabajo y familia: Hacia nuevas formas de conciliación con corresponsabilidad social. Santiago. Oficina Internacional del Trabajo y Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.