Consumo responsable y futuro sostenible

Por Andrea Munguía Sánchez

“Tener una casa es un lujo. No debemos mirarla una carga.

Y por eso hay que estar agradecidos”.

Anónimo.

 

El hogar de todos

Cohabitar un espacio en común con una o varias personas, aún siendo de la misma familia, ya de por sí es muy difícil. Todos tienen gustos, horarios, voluntades y hábitos distintos, pero todos tienen las mismas necesidades básicas, y en particular una: tener un hogar. Que de acuerdo a Mónica Chao (en Tintoré, 2021), es el punto de partida para mejorar nuestro nivel de vida.

La participación de todos para el mantenimiento y cuidado de ese hogar es importante; implica un sentido de corresponsabilidad entre todos los habitantes y es fundamental que se encuentre un equilibrio entre las aportaciones, las tareas domésticas y el uso/consumo de los servicios. No sería coherente que la persona que menos aporta económicamente a la casa sea la que más energía consuma o mayor número de comidas tenga, al mismo tiempo que responsabiliza a sus semejantes de esas facturas. No obstante, podría ser la que menos proporciona a la casa pero que en medida de sus posibilidades acuerda otras tareas en las que puede aportar para, como bien mencioné antes, encontrar un equilibrio. Lo crucial es pensar cómo mis acciones me afectan a mí y a esas dos o tres personas que viven conmigo y, qué puedo hacer para mejorar esa experiencia de vivir juntos.

Ahora bien, compartir un hogar con 7.700 millones de personas implica un nivel de compromiso mucho más grande y complejo. No sólo porque todos quieren cosas distintas sino porque las brechas de igualdad y oportunidades entre cada uno pueden ser abismales. Pensar en cómo les afectará cada una de mis acciones o viceversa parece excesivo pero no imposible.

Una forma de hacerlo viable nos la ofrece lo que desde hace unas décadas se conoce como consumo responsable -una de las perspectivas de la ética del consumo-. Se trata en pocas palabras de adquirir conciencia sobre el modelo consumista en el que participamos individual y colectivamente, y de cómo podemos “ir paliando” el impacto social y medioambiental que el mismo sistema ha generado, por el bien de todos los que estamos hoy aquí y las futuras generaciones.

Es importante que antes de adquirir algún producto nos hagamos las siguientes preguntas: ¿Lo quiero, pero lo necesito?¿Su proceso de producción y distribución es justo y amigable con el medio ambiente?¿Existió algún tipo de violencia durante su elaboración (explotación laboral, precios justos, reconocimiento del productor primario)?¿Cuál es su periodo de degradación, su efecto en el medio ambiente o su durabilidad (reciclaje)? y ¿Existen otras alternativas de este producto que puedan satisfacer mi necesidad/deseo? Al cuestionarnos esto ya estamos modificando hábitos y prácticas de consumo, uso y desecho (en lo personal, colectivo, institucional, organizacional y político), en el que se involucra también el proceso de producción y distribución en el consumo.

 

Dimensiones del consumo responsable

El número 12 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) es la producción y el consumo responsable. Éste se enfoca en una economía que gestione los bienes y recursos de manera eficiente, para evitar en medida de lo posible el desperdicio. El mismo programa en el informe de 1998, examina el consumo desde la perspectiva del desarrollo humano y enuncia que las formas de consumir y satisfacer las necesidades no sólo es desigual sino insostenible en dos dimensiones: la ambiental y la social. Atentando contra nuestro propio bienestar. La dimensión ambiental del consumo responsable implica que se realicen acciones para el cuidado y la sostenibilidad de la vida. Y en la dimensión social, la justicia social tiene un papel eje a través de la equidad, la solidaridad, democratización y redistribución.

 

Consumo, medio ambiente y calidad de vida

No todo lo que gira en relación al consumo debe ser rechazado, existe un vínculo estrecho entre él, el desarrollo humano, y la calidad de vida de las personas: el acceso y mejoramiento de los medios de transporte, la introducción de nuevos medicamentos, las telecomunicaciones y en general todo aquello que nos brinda la posibilidad de acceder a bienes y servicios, contribuyen al mejoramiento de las condiciones de vida, y por ende a la calidad de vida.

Los resultados negativos del consumo surgen cuando éste es usado en “pro de la rivalidad social, teniendo efectos sobre el consumidor, sobre otros, sobre otros a través del medio ambiente y, sobre otros por medio de la desigualdad y exclusión social. (,1998:44) Su impacto puede ir desde lo individual, lo comunitario o a nivel mundial.

El ejemplo arriba mencionado sobre los efectos de las acciones y la carga de las tareas en un hogar se representa con facilidad en el capítulo IV del informe de 1988 del PNUD: aunque los efectos del consumo tienen implicaciones en distintos ámbitos, el ambiental es de los que mayor desigualdad ocasiona y perjudica más a las personas que viven en condiciones de pobreza, afectando principalmente su salud, los medios de vida y su seguridad alimentaria.

Esta relación con el medio ambiente debe analizarse y comprenderse no sólo en línea a los niveles de ingreso o a las conductas ambientales de las personas. Hay que colocarla a la par del crecimiento de la población, el incremento de la pobreza y la vulnerabilidad (acentuadas por la actual pandemia), y lo que esto implica en el acceso, uso y abuso de los recursos, especialmente aquellos que no son renovables y aquellos que sí lo son pero que el mismo nivel de explotación ha generación degradaciones irreversibles en ellos. Limitando la calidad de vida de las generaciones futuras.

La carga climática también es distinta para las poblaciones en condiciones de mayor pobreza, se ven afectadas por desastres naturales, disminución de los recursos no renovables, la pérdida de cosechas y están expuestas a constantes enfermedades, algunas de ellas controlables en la mayoría de los países, pero que en sus circunstancias pueden ser mortales.

 

La práctica social del consumo hacia un futuro sostenible

Desde la sociología y la antropología, Marcel Mauss habló de la producción simbólica, refiriéndose a los sentimientos y el valor que las personas y grupos sociales le dan a los objetos y al sistema completo de consumo, “en él se crean y estructuran gran parte de nuestras identidades y formas de expresión relacionales”. (España 2020)  Actualmente para comprender el consumo más allá de la simple elección individual y las respuestas a las preguntas arriba hechas, se busca que exista una comprensión del origen y desarrollo de las prácticas de consumo insostenibles, para romper con ellas y darle una solución a las crisis económica y ambiental.  Pero ¿es entonces el consumo responsable esta solución?

El Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental (CCEIM), en el 2012 presentó el informe “Cambio Global En España 2020/50” que es un diagnóstico sobre el consumo sostenible y la actual crisis económica. A pesar de que está elaborado con datos sobre la población española, algunos factores que se evidenciaron en el documento tienen un carácter global que ayudarían a comprender el sistema de consumo mundial y de manera particular las prácticas de consumo locales en aras de un futuro sostenible y justo, donde la percepción de las necesidades, el bienestar y la adaptación a la crisis son el punto de partida para este cambio.

En el diagnóstico se propone la repartición de la responsabilidad entre la esfera privada (ciudadanía) y la esfera pública (gobiernos e instituciones en distintos niveles, y empresas). En este esquema de repartición el medio ambiente es uno de los más beneficiados; a través de las denuncias y demandas de la población, las empresas e instituciones adquieren argumentos y propuestas ambientales y de responsabilidad social, a favor de una nueva cultura de consumo y estilos de vida sostenibles. Sin embargo, se debe evitar la institucionalización del tema, y seguir reconocimiento aquellos movimientos sociales que de lo privado, respondiendo a las preguntas del consumo individual y colectivo,  introdujeron el medioambiente a lo público y que han generado cambios en los procesos de producción y distribución.

Por lo tanto, el primer pas  es reconocer que el consumo responsable, no es simplemente una iniciativa o política pública de buena intención tratando de responder a una demanda social o por cumplir una agenda[1], sino un ejercicio de corresponsabilidad y equilibro en el que intervienen los distintos niveles existentes en la sociedad y en el que atienden necesidades actuales y efectos o resultados a largo y corto plazo. Una empresa o un gobierno no debe instalarse en una población sin considerar que a la vez que cumple con su objetivo, cohabita un espacio -de recursos limitados- con otras personas que también tienen necesidades y desean satisfacerlas,  y sin una visón de responsabilidad y justicia social.

Finalmente, repito, este el primer paso hacia el futuro sostenible y asegurar el desarrollo integral de las 7, 700 millones de personas con las que compartimos este planeta que consideramos nuestro hogar.

 


 

Referencias

Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental. 2012. Cambio Global En España 2020/50. CCEIM.  http://habitat.aq.upm.es/org/anuncios/n690.pdf

Tintoré, E. 07/06/2021. El consumo responsable es una gran arma para poder salvar el planeta. En La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/economia/20210607/7510307/el-consumo-responsable-es-una-gran-arma-para-poder-salvar-el-planeta-brl.html

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. 1998. Informes sobre Desarrollo Humano 1998. Mundi-Prensa Libros. España.

[1] Un ejemplo es la prohibición de bolsas de plástico  y desechables, que si bien se ha implementado en varios países, las condiciones del aislamiento por la pandemia y el aumento de los servicios de alimento a domicilio generaron un incremento de estos productos altamente contaminantes y de degradación lenta.