Las críticas, las burlas, los apodos, la imposición de roles, la infidelidad, se perdonan como si realmente no dañaran a las mujeres y promovieran un orden social funcional. Pocas acciones de los hombres contra las mujeres son consideradas violentas y dejamos que éstas incrementen el grado de daño que provocan, incluso hasta volverlas irreversibles e inconmensurables. Mientras tanto, se espera de la mujer que permanezca en silencio. De no hacerlo, se le impone el mutismo.
Pasar por alto las ofensas, considerarlas poco graves o insignificantes, ha permitido que el asesinato de una mujer, por el hecho de serlo, parezca viable, por lo menos socialmente. Como lo explican Nelson Arteaga y Jimena Valdés: El feminicidio no se entiende como un hecho aislado y cerrado en sí mismo. Debe ser analizado en el contexto de los entramados sociales y en el proceso cada vez más profundo de construcción de una subjetividad femenina (Nelson, Valdés, 2010: 16).
Parecería que la cultura de superioridad de los hombres ha servido para justificar la reacción de las autoridades, especialmente las policiales, frente a la desaparición y asesinato de las mujeres.
El caso de Querétaro es cada vez más preocupante. Los medios de comunicación, día con día, aumentan la intensidad de la denuncia y la focalización sobre “las desaparecidas”, mujeres que simplemente ya no están, que parecen ya no tener nombre, que se convierten en humo y que nunca más regresan. Basta con buscar “feminicidios en Querétaro” para encontrar frases como: El número de muchachas de entre 13 y 16 años que simplemente “desaparecen” ha aumentado exponencialmente a partir del 2010 (Espinosa, 2012); tan sólo en el año 2007, 30 mujeres queretanas fueron asesinadas dolosamente (Arreola, 2011); en el mes de octubre, se contabilizaron (sic) en la página oficial de la PGJ la desaparición de 15 mujeres jóvenes (Martínez, 2012).
Los motivos con los que se ha intentado explicar la desaparición de tantas mujeres son ridículos y apelan al estereotipo de la mujer inmadura, emocionalmente inestable, histérica, caprichosa e irracional. Sin embargo, las causas concretas de las desapariciones no han sido explicadas. Ni siquiera formuladas. Algunas aparecen asesinadas y las demás, según los secretos a voces, entran a la red de trata.
Uno de los últimos artículos publicados al respecto afirmaba que, sólo en Querétaro, desaparecen 2 mujeres a la semana en promedio (Aldama, 2012); y es hasta ahora que nos parece imperdonable lo que está sucediendo. Debimos haber gritado desde que se asesinó a la primera mujer. Debimos haber roto el silencio femenino. Debimos haber exigido la condena o eliminación de la actividades que sustentan la trata la personas. Debimos haber buscado la forma de detener la violencia contra la mujer. Sin embargo, el no haberlo hecho no implica que nos resignemos a tal grado que nos parezca natural.
Ahora, más que nunca, es necesario hablar del feminicidio, de la prostitución como uno de los fines de la trata de personas, del maltrato hacia las mujeres (aunque consideremos algunas actividades poco ofensivas). Mientras no exista una persecución formal de los feminicidas, nosotros, como sociedad, debemos crear consciencia, en hombres y mujeres, para debilitar las estructuras que promueven tanto los feminicidios como la trata. No hemos de soportar un solo abuso más.
Bibliografía:
ARTEAGA, Botello Nelson, coord. (2012): Por eso la mate, Editorial Porrúa, Universidad Autónoma del Estado de México, México.
ALDAMA, Garnica Iván (2012) “Desaparecen 2 mujeres por semana en Querétaro, en Libertad de palabra, México, 13 de noviembre.
ARREOLA, Juan José (2011): “Aumenta el número de feminicidios en Querétaro” en El Universal, México, 01 de agosto.
ESPINOSA, Verónica (2012): “Las desaparecidas de Querétaro y las cifras maquilladas” en Revista Proceso, México, 15 de septiembre.
MARTÍNEZ, Galán Alejandra (2012): “Feminicidios y desaparecidas en Querétaro” en Libertad de palabra, México, 20 de noviembre.