Filosofía en la poesía de Rosario Castellanos (1925-1974)

Por Sagrario Chávez Arreola

 

En el Centro de Investigación Social Avanzada estamos llevando a cabo desde febrero de este año un curso sobre filosofía en la poesía. En la sesión inaugural, presentada por el profesor Ramón Díaz Olguín (CISAV), establecimos que en este curso buscamos «ver filosofía en la poesía», lo que significa que, dado que el centro es la poesía, descubriremos si en la poesía se realiza la filosofía, es decir, si la filosofía hace presencia en la poesía.

Además, nos planteamos cuatro preguntas que indagan en la relación entre filosofía y poesía: ¿Por qué nos gusta leer poesía? ¿Cuándo encontramos filosofía en la poesía? ¿Por qué encontramos filosofía en la poesía? Y ¿Quién encuentra filosofía en la poesía? En aquella ocasión, pudimos aprender, entre otras cosas, que cuando leemos o escuchamos poesía estamos ante un objeto que nos abre a la conciencia de otra cosa, que nos remite, de manera especial, a algo que está relacionado estrechamente con la experiencia humana. Así que encontramos filosofía en la poesía cuando las obras tienen una clara estructuración simbólica, porque la poesía se sustenta en un trasfondo mítico.

Para eso es indispensable que los poetas impriman en su obra un dolor, una esperanza, un anhelo. Desde estas consideraciones sobre la poesía, asentamos que es crucial concebir a la filosofía como sabiduría, y no como conocimiento abstracto, ya que la sabiduría implica -en palabras del profesor Díaz Olguín- «lo íntimo del sentimiento».

Sobre quién encuentra filosofía en la poesía también se mencionó algo muy interesante: toda persona que se deja interpelar por el carácter simbólico de la poesía, o sea, encuentra filosofía en la poesía todo aquel que abre su experiencia vital, aportando sus propios dramas, búsquedas, dolores . Con estas distinciones, podemos extraer una conclusión entre otras: los artistas geniales son aquellos que hablan desde sí mismos, pero a toda la humanidad.

Hemos presentado el repaso anterior para ubicar las premisas generales desde las que abordaremos el tema que introduciremos a continuación: Filosofía en la poesía de Rosario Castellanos (1925-1974). Nuestro propósito amplio, como ya dijimos, es descubrir la presencia de filosofía en la poesía. Así que la pregunta fundamental con la que nos encontramos ahora es ¿encontramos filosofía en la poesía de Rosario Castellanos?

Adecuando las preguntas generales señaladas más arriba, podemos interrogarnos de la siguiente manera: ¿a qué nos remite la poesía de Castellanos? Y ¿es ella una de las que hablan desde sí misma a nuestra humanidad? A lo largo de estas líneas ensayaremos una respuesta a cada una de estas preguntas acerca de la filosofía en la poesía de Rosario Castellanos. Sin olvidar, claro está, el centro desde el cual estamos siendo interpelados: nuestra propia existencia.

 

Al encuentro con la poesía

Rosario Castellanos nació el 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México. A los pocos meses de nacida, su familia y ella se trasladaron a Comitán, Chiapas. Su hermano menor murió cuando ella tenía 8 años, y él tan sólo 7 años. En enero de 1948 sus padres fallecieron y, en septiembre de ese mismo año, publicó su primer libro Trayectoria del polvo. Obtuvo la Maestría en Filosofía por la UNAM el 25 de junio de 1950, en donde también estudió la Licenciatura en Filosofía. Realizó también estancias de estudio e investigación en el extranjero. Murió inesperadamente el 7 de agosto de 1974, en Israel, mientras fungía como embajadora de México en aquel país. Castellanos escribió poesía desde los 15 años.

En 1962, la poeta le concede una entrevista al escritor mexicano Emmanuel Carballo (1929-2014). Esta entrevista está incluida en un compendio de entrevistas y cartas a veintidós poetas, escritores y pensadores mexicanos del siglo XX (Carballo, 2003). A lo largo de la entrevista, podemos encontrar referencias relevantes sobre el itinerario poético de Castellanos. Por ahora, detengámonos un momento en el inicio de la entrevista, en donde Carballo le pregunta por qué llegó y se quedó en la poesía.

Llegué a la poesía tras convencerme que los otros caminos no son válidos para sobrevivir. Y en esos años lo que más me interesaba era la supervivencia. Las palabras poéticas constituyen el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo. Por esos años, y después de una fuerte crisis religiosa, dejé de creer en la otra vida. (Carballo: 500)

Interesa subrayar sobre todo qué son las palabras poéticas para ella: el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo. Ahí también nos habla de la relación que esa concepción acerca de la poesía tiene con su búsqueda personal de una vida trascendente. Más adelante, en la entrevista, cuenta también cómo se dio a conocer entre un grupo de jóvenes, con algunos de ellos incluso llegaría a forjar una amistad,. Se trata del grupo conformado por Dolores Castro (1923-), Jaime Sabines (1926-1999), Emilio Carballido (1925-2008), Ernesto Cardenal (1925-2020), Efrén Hernández (1904-1958), entre otros poetas que, ciertamente, influyeron en su forma de hacer poesía.

 

Entre lo abstracto y lo concreto: un camino de ida y vuelta

A propósito de la pregunta sobre su poemario De la vigilia estéril –como también puede leerse en dicha entrevista-, la poeta afirma que la escritura de poemas intelectuales, la abstracción, era algo que deseaba evitar.

Quería crear poemas si no emotivos por lo menos con imágenes referidas a cosas concretas. Leí autores y textos que me condujeron a ese mundo de carne y hueso. Para mencionar algunos, citaré la Biblia y a Gabriela Mistral. Esas dos influencias, y el deseo de nombrar los objetos que estaban al alcance de mi experiencia, dieron por resultado De la vigilia estéril y, después, El rescate del mundo. (Carballo: 501)

A pesar del énfasis en lo concreto de los objetos para hacer poesía, ella sostiene con sencillez que, en sus poemarios posteriores (El rescate del mundo, publicado en 1952, así como en Poemas 1953-1955, publicado en 1957), volvió a la abstracción. Mediante la pregunta de Carballo sobre si era la misma abstracción que en sus primeros poemas, Rosario Castellanos responde: “No, mi paso por lo concreto me abrió nuevas perspectivas. Traté de encontrar entre los objetos que me rodeaban aquellos que fueran más significativos, más esenciales, los que me permitieran integrar mi propia visión del mundo. (Carballo: 502)

Sobre cómo era su visión del mundo en aquel tiempo de los primeros poemas, ella resalta la vivencia religiosa del mundo que le hacía sentirse conectada con las cosas, desde un punto de vista «emotivo», así como desde una «contemplación estética». Es ahí en donde también menciona los «raptos de júbilo» que le provocaba la transformación de las cosas (que se encontraban a su alrededor) en poemas. Así como identifica en la lectura de la Biblia y de la poesía de Mistral (1889-1957) una influencia para poetizar lo concreto, lo mismo reconoce en la poesía del español Jorge Guillén (1893-1984). En este punto nos dice Castellanos:

Desde esa perspectiva quise ver y entender el mundo. La forma era transparente, cristalina. Los objetos, sumamente puros, pugnaban por revelar sus secretos. Es algo que no se puede concretar en ideas sino en imágenes. Imágenes traspasadas por una acción gozosa y que los críticos juzgaron como dolorosa. (Carballo: 502)

Al inicio de este escrito hablamos del carácter simbólico que, en la poesía, nos remite a objetos, los cuales quedan retratados, de alguna manera, en imágenes. En este punto vale la pena sumar a un interlocutor que nos puede ayudar a expresar en qué consiste la importancia del símbolo ante expresiones humanas como la poesía. El filósofo español Joan-Carles Mèlich afirma:

El símbolo no solamente significa, sino que da a sentir. El símbolo es una imagen de sentido. El sentido del símbolo puede ser acogedor y cálido, y confortable. Recogidos bajo las imágenes simbólicas los seres humanos miran de frente al tiempo, la contingencia y la muerte. El símbolo configura una “esfera de confianza”. Pero, al mismo tiempo, el símbolo siempre es el resto de una ausencia, de una falta, de una pérdida. No permite nunca la plenitud. El símbolo expresa la excentridad de los seres humanos, unos seres que se reconocen alejados de su centro, un poco extraviados…(2005: 66)

Lo que queremos subrayar en este caso es que, por boca de la misma Castellanos en aquella entrevista, encontramos una estrecha vinculación entre lo que dice acerca de su poesía y el carácter simbólico, el cual -por su propia naturaleza- es una fuente de ebullición sobre el sentido de la experiencia humana.

Posteriormente, en la misma entrevista, Castellanos indica un cambio en el punto de partida para su poesía en Lívida Luz, publicado en 1960, puesto que su reflexión sobre el mundo se orientaba ya no por la contemplación estética, sino por considerar que el mundo es el “(…) lugar de lucha en el que uno está comprometido” (Carballo: 503). También señala que en esos poemas puede descubrirse de manera más o menos notoria el comienzo de su interés por cuestiones sociales y políticas (relacionadas con su trabajo en el Instituto Indigenista de Chiapas, así como en algunos ambientes semejantes en la Ciudad de México).

 

Poesía y filosofía: hablar lo humano, a través de sí mismo

Al inicio de estas líneas nos propusimos responder la pregunta por lo que nos dice Castellanos sobre la experiencia de la vida, a través de su poesía. A primera vista, esto podría entenderse como una especie de exploración y exposición autobiográfica por vía, claro, de la poesía. Incluso muchos de sus poemas parecen hablarnos de ella misma mediante una variedad de imágenes que nos hacen comprender, por ejemplo, a la madre que espera anhelante la llegada de su primer hijo, en La Anunciación leemos:

Por humilde me exaltas. Tu mirada,

benévola, transforma

mis llagas en ardientes esplendores. (Castellanos, 2020: 36)

Otra imagen del ser madre, pero luego de que ha transcurrido un tiempo desde la llegada del hijo, la encontramos en Se habla de Gabriel: “Quedé abierta, ofrecida a las visitaciones, al viento, a la presencia.” (Castellanos: 300) También nos hace comprender a la persona que se duele por todo lo que una desgracia amorosa trae consigo, como en Lamentación de Dido:

Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte.

Porque el dolor -¿y qué otra cosa soy más que dolor?- me ha hecho eterna. (Castellanos: 104)

Igualmente nos hace ver a la persona cuya búsqueda de la felicidad parece haber sido trastocada por una cierta tradición negligente con lo más íntimo de la afectividad, como en Autorretrato:

Sería feliz si yo supiera cómo.

Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,

los parlamentos, las decoraciones.

En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto

es en mí un mecanismo descompuesto

y no lloro en la cámara mortuoria

ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.

Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo

el último recibo del impuesto predial. (Castellanos: 299)

Otro ejemplo de lo que intenta hacernos comprender por medio de una imagen que parece hablarnos de ella misma es ese descubrimiento al que se llega cuando, habiendo alcanzado cierta madurez, uno se encuentra con la fuerza que tienen las palabras, como leemos en Entrevista de prensa:

Y luego, ya madura, descubrí

que la palabra tiene una virtud:

si es exacta es letal

como lo es un guante envenenado. (Castellanos: 302)

Un ejemplo más lo encontramos cuando nos ofrece una imagen del resquemor que se produce cuando el trabajo que uno mismo ha hecho, que lleva el nombre propio, no aparece en las plataformas de reconocimiento social, puesto que -por alguna razón- le concedemos un lugar fundamental en nuestra vida, como en Narciso 70:

¡Bah! ¡Qué importaba! ¡Estaba ahí! ¡Existía!

Real, patente ante mis propios ojos.

Pero cuando no estaba…Bueno, en fin,

hay que ensayar la muerte puesto que se es mortal

Y cuando era una errata…(Castellanos: 303)

Sirvan estos ejemplos para mostrar que nos encontraremos con estas y tantas otras imágenes en torno a lo cual acontece la vida humana: el dolor, el desamor y el amor, la maternidad, la vida cotidiana en casa, la búsqueda de la felicidad y del reconocimiento social

No obstante, es necesario hacer una distinción importante entre lo que -para Rosario Castellanos- es «poesía autobiográfica» y lo que es «hablar desde la propia experiencia, de cara a lo humano». Según lo que comparte en la entrevista referida, a la pregunta expresa sobre si su poesía es autobiográfica, ella responde:

De ningún modo. Por el contrario, y desde el principio, el pudor me impide referirme a esos temas. Además, desconfío de la eficacia del desahogo. No creo que los estados de ánimo sean válidos; por el hecho de ser fugaces, variables, no los considero como elementos que aspiren a la permanencia, que es lo que pretende la poesía. (Carballo: 503)

De lo que puede desprenderse que Castellanos identifica la «poesía autobiográfica» con una vía de desahogo estrechamente vinculada con los estados de ánimo. Por cierto, una vía de cuya eficacia desconfía y que su propio pudor no le permitió transitar, según nos dice. En este punto suponemos, a modo de hipótesis, que Castellanos desmarca su poesía de cierto prejuicio -más o menos generalizado- que asocia la poesía con expresiones anímicas de sensiblería y que pueden tener como principal tema el encontrarse o sentirse bajo los influjos de tal o cual estado de ánimo. Así que la poeta parece establecer lo siguiente: los estados de ánimo son elementos cambiantes en la trama de la vida, y la poesía aspira a la permanencia, por tanto, los estados de ánimo son inválidos para hacer poesía.

Dicho lo anterior, podría alguien preguntarse ¿entonces Rosario Castellanos no nos habla de su experiencia, de su andar en la propia vida? Y ¿qué significa que un poema aspire a la permanencia? Una vez más recuperemos otro fragmento de la entrevista, cuando Carballo le pregunta: “¿Hasta qué punto Lamentación de Dido incide en lo personal?” (2003: 503), a lo que ella contesta:

En este poema quise rescatar una experiencia, pero no me atreví a expresarla sino a través de una imagen dada en lo eterno, en la tradición: la imagen de Dido. La desgracia amorosa, el abandono, la soledad después del amor, me parecieron tan válidos y absolutos en Dido que los aproveché para expresar, referidos a mí, esos mismos sentimientos. A través de ellos pude contar mi propia historia, que era, desde luego, bastante más pobre. (Carballo, 2003: 503-504)

De manera franca, nuestra poeta reconoce que la experiencia particular que alguien (ella misma) tiene acerca de cualquier cosa, porta una cierta «pobreza» que consiste en lo que uno, a título personal, ha vivido, pero sin apropiarse de lo que la tradición -poética en este caso- pone a disposición de cada persona para su propio crecimiento. La tradición, lo humano, aparece en la poesía de Rosario Castellanos en aquello que en la entrevista llaman «los motivos» ¿cuáles son esos motivos? Dice ella que, además del amor, aparece:

La soledad, que es como otra cara del amor, la muerte y, también, el destino. ¿Por qué vivimos? ¿Por qué vivimos de determinada manera? ¿Cómo podemos realizarnos? Hasta aquí puedo decir que la mía era una poesía subjetiva, de experiencias personales pudorosamente disfrazadas. Otro aspecto, al que tenía desconfianza es la colectividad. Primero la entendí como historia (en “Testimonios” y en los poemas que, indebidamente, han sido juzgados como “indigenistas”). Después la colectividad fue convirtiéndose en materia entrañable. Entonces me atreví a escribir y publicar poemas de tal índole. Este tema está muy ligado con mi prosa, con la elección de los asuntos en mis novelas y cuentos. (Carballo: 504)

A manera de síntesis, hagamos una observación: es imprescindible el diálogo entre la tradición y las experiencias personales que cada uno verifica a lo largo de la vida, con tal de potenciar la propia humanidad. Con lo que podemos ya decir que, lo que hace Rosario Castellanos en su poesía, es hablarnos de lo humano en un sentido amplio, universal, que abarca su existencia tanto como la de cada uno de nosotros. Pero siempre desde una tradición que es renovada mediante su obra y que, a su vez, ofrece a cada uno de nosotros para que libremente crezcamos en nuestra humanidad

Lo que hemos indicado hasta aquí parece permitirnos concluir lo siguiente: Rosario Castellanos es una poeta que habla desde sí misma, para toda la humanidad. Pero para verificarlo es preciso descubrirla a ella en su poesía, más allá de los encabezados estelares, casi siempre conmemorativos ¿por qué? Porque quedarnos ahí podría llevarnos a fosilizar su poesía en la grandeza inalcanzable de su figura. Y ella misma nos hizo saber que eso no es suficiente para acceder a la poesía.

Lo que ella nos muestra, en cambio, es el drama de la realización personal, sin duda atravesada por su propia experiencia como mujer, como madre, como poeta y escritora, en un mundo marcado por la indiferencia, los estereotipos, el individualismo, la injusticia, entre muchos otros males. Pero, para concluir, hagamos memoria de lo dicho hasta aquí: si podemos «escuchar» la experiencia de Rosario Castellanos en su poesía es porque ella imprimió su comprensión sobre lo humano, depositado en la tradición, de tal manera que uno mismo -al leer sus poemas abriendo la propia experiencia personal- capta eso que «de lo humano» vive en cada poema, pero sobre todo eso que somos cada uno en tanto persona.

 

Referencias bibliográficas

Carballo, E. (2003). Protagonistas de la literatura mexicana (5º ed.). Porrúa.

Castellanos, R, (2020). Poesía no eres tú. Obra poética (1948-1971) (4ª ed.). Fondo de Cultura Económica.

Mèlich, J. (2005). Del símbolo, En: Bárcena, F. y Larrosa, J. Entre pedagogía y literatura.

Miño y Dávila. Recuperado de https://elibro.net/es/ereader/bibliouaq/94318?page=66.