Gestos y palabras en el magisterio de Francisco

Por Jorge L. Navarro.

 

Desde su llegada al pontificado Francisco nos ha sorprendido, principalmente con sus gestos, pero también con su lenguaje poco convencional. Gestos y palabras son signos; los gestos son actos o hechos que implican un significado, las palabras, suele decirse que son voces significativas. 

 

Es verdad que cada Papa impregna con los rasgos de su personalidad la misión petrina, del mismo modo que cada uno se caracteriza por la manera como afronta las circunstancias a través de las cuales tiene que conducir al pueblo de Dios. Las circunstancias son un factor esencial para comprender su misión.

En la imagen convencional que nos hemos formado de los últimos papas, también juegan un papel decisivo los medios de comunicación ya que a través de ellos se han vuelto mas accesibles, con acceso siempre mediatizado, su presencia y la difusión de algunos momentos de su vida privada. Estas construcciones mediáticas son ambiguas, ya que transparentan y ocultan, revelan y distorsionan, exaltan o censuran, la figura de cada uno. El papa que sostuvo el Concilio Vaticano II hasta llevarlo a su culminación, era alabado por haber conducido a la Iglesia en el aggiornamento y al diálogo con el mundo moderno, en cambio, no le fue tolerada su postura sobre la moral conyugal y los anticonceptivos en la Humanae vitae; a la figura mediática de Juan Pablo II que podía atrapar televidentes durante horas, casi como un reality show, se le reprobaba su moral sexual, su defensa de la vida, o en algunos ambientes neocon, influyentes en los mass media, se le silenció su interés y aprecio por algunas formas de “teología de la liberación” latinoamericana.

Un papa no es el rol que realiza o el que se le asigna, en las estrategias editoriales. No es un gerente que conduce la “empresa” a nuevos estadios de éxito, como un CEO. Hemos escuchado muchas ocasiones que Francisco rechaza la idea de evangelización como proselitismo y como conquista que para él son categorías autorreferenciales e inadecuadas para expresar la misión de la Iglesia: su objetivo no es conseguir o ampliar adeptos, para mi o para mi grupo, ni arrebatar adeptos a la competencia. La “misionariedad” de la Iglesia es seguir la obra de Otro: escuchar y mirar los signos de esa obra en proceso, estar “en salida” hacia los hermanos y todos en camino.

Un Papa es un don. Y un don se define con palabras como gratuidad, gracia, novedad y sorpresa, gesto y signo, correspondencia. A su vez, un gesto es un acto, que como todo signo, remite a “otra cosa”. Según la enseñanza de la Iglesia, el Papa mismo es un signo; eso significa la palabra “vicario”, representación de Cristo. Sin embargo, en Francisco hay que reconocer su peculiar forma de expresarse a través de gestos: recuerdo como resonaron en su primera aparición en el balcón de San Pedro aquel, “buona sera”, o el  “…por favor, no se olviden de rezar por mi”; tampoco podemos pasar por alto lo que nos ha dicho sobre la relevancia de recuperar los “gracias”, “permiso”, “perdón” para alimentar la convivencia cotidiana.

Estos pequeños gestos, en el caso de Francisco, hay que colocarlos junto a otros de más resonancia, como el viaje a Lampedusa, para manifestar su cercanía a los inmigrantes también al inicio de su Pontificado; sus entrevistas con personalidades, los encuentros en el avión con la prensa y su determinación al afrontar temas controversiales, como los divorciados en segunda unión, los homosexuales, sus uniones civiles o personas trans.  

Estas y otras acciones son verdaderos gestos en los que se revela una “sensibilidad” y una tensión para afirmar la dignidad de las personas, de todas y de cada una, pero especialmente la de las descartadas o en desventaja, de las excluidos y las personas de las periferias. Para ellas y para todos los hombres sigue habiendo una “buena nueva” anunciada por la Iglesia en esos signos a veces pequeños como el abrazo, la sonrisa, la visita al lecho de dolor, al que se encuentra solo, la ducha y la comida para los sin techo. Con estos gestos, Francisco nos muestra que el cristianismo sigue siendo estupor -mirada conmovida- por el hombre, como lo expresó S. Juan Pablo II, en Redeptor hominis.

Francisco no se priva de hablar con formalidad a través Encíclicas, Exhortaciones y Cartas (La alegría del Evangelio, Laudato`si, Amoris laetitia, Gaudete et exsultate, Querida Amazonia, Fratelli tutti, Lumen fidei (escrita a “cuatro manos” con el Papa Benedicto XVI). Sus homilías, sus discursos y sus meditaciones tienen un valor peculiar, para hacernos descubrir las sorpresas del Espíritu, poco a poco en el “sentir” de Francisco, que nos educa a “sentir con la Iglesia”. Lo que nos libera de la acusación de “papolatría”, que algunos esgrimen como argumento para disimular su desafecto a un papa que no se acomodó en sus moldes, es que los gestos y las palabras de Francisco no son autorreferenciales, por el contrario, invitan a todos y a la Iglesia misma a “descentrarse”, a mirar a Cristo; reiteradamente nos recuerda que somos signos -pobres- para el mundo. Recuerdo que en una de sus primeras audiencias en la Plaza San Pedro, en el recorrido que hace para saludar a los asistentes, se escuchaba el grito de ¡Francisco!, ¡Francisco!; él, al momento de tomar la palabra hizo una corrección: Al momento de tomar la palabra dijo: “No, Francisco no. Cristo”.

Gesto y discurso se corresponden y se enriquecen. El gesto es un acto que exhibe una intencionalidad, porque la lleva impresa; la palabra, a su vez, es vox significativa y por ello mismo, es intencionalidad expresiva. No es adecuado interpretar el sentido de los gestos de Francisco, sin escuchar sus palabras; ni tampoco, construir con su discurso una “doctrina” o una “ortodoxia” abstracta, sin conexión con sus gestos y, sobre todo, con la fe. Las palabras tienen una conexión inmediata con lo verdadero, al menos permiten la pregunta: ¿es verdad o no?, por su parte los gestos, por su inserción en la experiencia concreta ayudan a la verificación. El papa Francisco recurrentemente nos invita a verificar en la experiencia, a tocar la mano del pobre, al abrazo y la acogida del necesitado, que significan tocar la carne de Cristo, a acoger al extraño, alimentar al hambriento. No nos invita a hacer actividades de beneficencia, “No somos una ONG, suele decir”, y podemos añadir, que no lo dice en detrimento de las ONG´s, sino como llamado a nuestra autoconciencia. Nos llama a hacer experiencia de aquello que Cristo nos ha dicho: “cuando lo hiciste con uno de estos, a mi me lo hiciste”. (Mt. 25)

No es el momento de detenernos a considerar en esta dinámica entre los gestos y  las palabras, las correspondencias entre afecto e inteligencia, las conexiones y analogías que hay con la lógica del corazón y de la razón, ni nos detenemos en la reflexión sobre  la razón y la fe o  la manera como la fe, que es escucha e iluminación, puede ensanchar la ell horizonte de comprensión de la fe. En Lumen fidei Francisco y Benedicto XVI, nos ofrecen, una mirada más atenta al camino de diálogo entre razón y fe, o en Fides et ratio de Juan Pablo II.

Por el momento quisiera anotar que el lenguaje y los gestos de la fe hablan a una inteligencia afectiva, porque una razón creyente es “entendimiento de un amor iluminado” (San León Magno). La fe es una fuente de comprensión, la voz -y la luz-, de Dios nos habla, a través de los que la han recibido: en ella se expresa el juicio amoroso de Dios, dirigido a cada hombre: “…el amor de Dios no se ha acabado, no se ha agotado su ternura…” (Lm,23. Citado en EG: n. 6:), o dicho de otra manera: “tú eres precioso para mi”.