La república: Camino hacia la hegemonía

 

Por Fidencio Aguilar Víquez|

El estancamiento económico, las olas de violencia que inundan al país y el acaparamiento y control del presupuesto por parte del gobierno federal, son los jaques que tienen al país en la zozobra, el pasmo y el marasmo. La caja china del poder ejecutivo vino a ser el arribo del expresidente de Bolivia, Evo Morales, que parece más un distractor que un problema central que tenga que resolver este gobierno, cuyo discurso no ha logrado estructurarse en una lógica básica de transparencia, comunicación efectiva y ruta crítica para la solución de los grandes problemas de la sociedad mexicana. El divorcio entre el gobierno federal y la sociedad es evidente y elocuente.

Si a lo anterior se añade el nombramiento de la titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), no queda sino claramente visto el control de los organismos autónomos por parte del régimen en turno, y su líder único, para volverlos alfiles de sus intereses de grupo. Ya lo han señalado analistas políticos, económicos y sociales, y se ha visto y comentado con amplitud en algunos medios de comunicación y en las redes sociales: no sólo el procedimiento viciado y poco transparente de su nombramiento, sino el conflicto de interés para la propia titular (entre su función como tal y su vínculo de dependencia con el actual régimen); en suma, su falta de legitimidad en un organismo tan importante como la mencionada Comisión, que en materia de derechos humanos debe ser un contrapeso natural del poder en turno.

Por dar un solo ejemplo, ya en su función de titular, ¿cuál será la postura de Piedra Ibarra ante el dictamen de la propia CNDH, en el sentido de que la supresión de las estancias infantiles era una violación de los derechos humanos de los infantes y de sus progenitores porque se les impedía el acceso a un derecho fundamental como la educación y la ayuda del estado para su cuidado mientras éstos acudían al trabajo? No hace falta imaginación para suponer que la novel funcionaria guarde silencio al respecto y envíe el expediente al baúl de las cosas olvidadas, o emprenda la elaboración de un nuevo dictamen en el que avale la decisión presidencial que dispuso tal supresión.

Otra de las instituciones en la mira del ojo presidencial es el Instituto Nacional Electoral (INE). No sólo será el presupuesto del 2020 lo que permitirá su control financiero, sino el próximo nombramiento de cuatro consejeros nuevos en abril de ese año. O bien la realización de una nueva reforma que modifique la dinámica de la actual conformación de su consejo general. En revistas como Vértigo, ya se anuncian los argumentos que busca utilizar el actual régimen para una eventual reforma electoral: el alto costo de los gastos del INE y una reforma que “corrija” la spotización de 2007 y las atribuciones del INE que se le dieron en 2014, entre las que se encuentran los nuevos modos de fiscalizar a los partidos políticos y la organización de consultas ciudadanas. Tal parece que al Presidente de la República no le gusta que le compitan, ni mediáticamente ni para realizar los ejercicios “democráticos” para legitimar sus decisiones.

Falta por ver si, como se dice en los corrillos mediáticos, otra institución autónoma que sigue en la lista de asaltos del control presidencial es el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Protección de Datos Personales (INAI). De ser así, los tentáculos del inquilino de Palacio Nacional habrán sometido a todo el entramado institucional de la República: los poderes legislativo y judicial, el INE, el INAI, la Comisión Reguladora de Energía, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, la CNDH y la Comisión Nacional de Hidrocarburos. Quizá hasta el Banco de México sea objeto del deseo presidencial, tampoco es difícil imaginarlo.

Lo anterior, más el control de los programas de toda índole dependientes del ejecutivo federal y el presupuesto para los estados, es suficiente para hacer notar la fuerza del centralismo, la hegemonía y el control de un régimen que, lejos de haberse ido gracias a los deseos de cambio de la sociedad mexicana, se ha transformado para volver a regenerarse: el sistema clientelar, autoritario y controlador que mantuvo al país sometido por más de 70 años durante el siglo pasado. La paradoja que ha resultado es esta: un gigante con nulos resultados en materia política, social y económica.

Ante tal panorama, los retos de la sociedad mexicana, plural y diversa, son amplios y a contracorriente. Nadie tiene una varita mágica para resolver nuestros problemas. Si no lo hacemos nosotros mismos nadie vendrá de fuera y lo hará por nosotros. Lo primero es tener información veraz y oportuna. Luego, un criterio que salga de la ideologización y del maniqueísmo que sólo genera una clasificación inadecuada de la realidad y de las personas. En pocas palabras, necesitamos fomentar el interés suficiente en los asuntos públicos y un involucramiento de facto en ellos, con la convicción de que sólo desde la sociedad -que es el verdadero pueblo- es posible empujar la palanca para que las autoridades asuman sus responsabilidades en generar seguridad, crecimiento económico y, en suma, bien común.

 

Referencias: