Migración, educar para convivir

Por: Cristóbal Barreto|

La migración no es un fenómeno nuevo, data con la propia historia del hombre. Migró el homo habilis, el erectus o el sapiens, como también los judíos en Oriente Medio y una parte de África, los tribus nahuas en el continente americano o los gitanos en Europa, por citar algunos ejemplos de grupos humanos. Las razones, en todos los casos, en busca de mejor vida, que se sintentiza en techo, alimento y clima.

La migración ha estado asociada a la injusticia, al esclavismo, a la explotación laboral, a la segregación y a la marginación, en la mayoría de las veces en busca de mejores condiciones de vida que dasafortunadamente concluye en pobreza extrema.

En los último 40 años, los mayores grupos humanos que se han movido dejando sus tierras y su patria son los sirios, como antes lo fueron kurdos, iraquíes, iraníes, jordanos, libios o palestinos. Una parte importante de estos grupos se han ido a Europa, en busca de salir de la guerra, de la violencia por las prácticas religiosas y por preservar su cultura.

Por esta migración los europeos se han venido quejando debido a que los migrantes les compiten por trabajo, porque traen una cultura distinta, porque no respetan los derechos humanos, porque no cuidan el ambiente, entre otras muchas cosas, y porque gozan de todos los derechos que les benefician sin hacerse corresponsables de sus obligaciones civiles al país que llegan. Todo esto ha dado como resultado movimientos nacionalistas en Europa, movimientos que han sido manipulados por partidos y políticos para participar en campañas por cargos de gobierno, enarbolando las banderas de rechazo a la migración, a los distintos en color de piel y en prácticas culturales.

En México ha sido tema de discusión de cuando menos 50 años atrás, por la cantidad de mexicanos que acuden en su calidad de indocumentados a los Estados Unidos, por el trato que reciben allá, por las deportaciones, por los delitos en los cuales son juzgados, en especial, por los condenados a muerte y, últimamente, por los adjetivos puestos por Donald Trump de violadores, asesinos y narcotraficantes.

En este año, como en 2018, el tema ha estado en la discusión de los mexicanos, no sólo por los constantes referencias despectivas que hace el presidente norteamericano a los mexicanos, sino también por las caravanas de hondureños y por el aumento del flujo de salvadoreños y guatemaltecos que cruzan nuestro territorio para llegar a los Estados Unidos. Al respecto se han expresado opiniones a favor y en contra de su paso y de la posibilidad de ofrecerles trabajo para se queden en nuestro país, de manera temporal o como residentes.

Ahora somos los mexicanos los que opinamos del fenómeno de la migración por experiencia propia, nuestra posición no es por lo que dicen los europeos de las migraciones de África, Asia u Oriente Medio, o la que señalan los políticos norteamericanos de nuestros connacionales en Estados Unidos, sino por los centroamericanos que pisan nuestro suelo.

Es contradictoria la opinión respecto a la migración, criticamos a los que la condenan en su país pero no la respetamos ni aceptamos cuando la vivimos. El mejor dato que lo ilustra son las encuestas levantads por el periódico El Universal en octubre de 2018 y en junio de 2019; en octubre 46.6% rechazaba se les diera una visa de trabajo contra el 46.8% que estaba de acuerdo; en junio de 2019 42.1% está de acuerdo y 53.7% está en desacuerdo; en octubre de 2018 el 37.8% expresaba su desacuerdo en que se les diera refugio y se les permitiera el ingreso al país contra 48.7% que está de acuerdo; en junio de 2019, 37.2% está de acuerdo y 56.8 está en desacuerdo. En ambos casos, la ola de migrantes ingresó al territorio con visa de trabajo para los centroamericanos; existe un incremento en el rechazo de la población mexicana a la migración de centroamericanos.

¿Por qué esta posición contradictoria de la mitad de los mexicanos, de negación y de rechazo ante la necesidad de otros seres humanos? Las respuestas pueden estar en la educación que hemos recibido, en la preocupación por la competencia en el empleo y en las prácticas que podrían realizar en el espacio que residan y se desempeñen. Razones semejantes por las que los europeos y los norteamericanos han renegado los migrantes que llegan a sus países.

En cuanto a la educación, la respuesta está en que una parte de los contenidos curriculares que se reciben en la escuela apuntan a un proceso de “adiestramiento del individuo a la vida pública, en la que actúan diferentes corrientes ideológicas, que compiten entre sí por la hegemonía cultural… y en ella se responde a otras exigencias: la afirmación de la cultura del consumo, de la ideología del conflicto, del pensamiento relativista, etc”.

Para evitar que estas posturas egoístas con la migración y otros fenómenos sigan sucediendo, se hace indispensable, como señala el papa Francisco, “humanizar la educación… transformarla en un proceso en el cual cada persona pueda desarrollar sus actitudes profundas, su vocación y contribuir así a la propia vocación de la comunidad. Humanizar la educación significa poner a la persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino común”. Destino común que va derivar en “relación a la razones del humanismo solidario”.

En cuanto al empleo, desafortunadamente para estos migrantes, a lo que aspiran en su mayoría es a un trabajo manual, a jornalero, ayudante en la construcción, entre otras tareas no calificadas, por lo que podrán percibir uno, dos o hasta tres salarios mínimos por día, y en las más de las veces sin seguridad social.

Por la práctica de su cultura, que no es lejana a la del mexicano, no habría razón para tener una preocupación, puesto que no son caníbales ni adoradores ni practicantes de rituales extraterrestres. El centroamericano es más cercano a nuestra cultura de lo que nos imaginamos, la práctica de su creencia, su espiritualidad y sus festejos son semejantes a como los llevan a cabo los oaxaqueños, chiapanecos o quintanarroenses; en una palabra son como los mayas y/o sus descendientes, y seguramente en algún momento han sido vecinos, compañeros de trabajo o de escuela. Independientemente de cómo sean físicamente, qué tradiciones y festejos realizan, y en qué puedan ocuparse laboralmente, tenemos que verlos como lo que son: personas.

Respecto al tema, Riccardo Mazzeo precisa que existe en los ciudadanos dos reacciones opuestas al fenómeno de la migración: “la mixofobia, el miedo usual a verse involucrado con extranjeros, y la mixofilia, la alegría de sentirse en un entorno distinto y estimulante”. En este sentido, una parte de los mexicanos muestra esta mixofobia que refiere Mazzeo.

Quienes no abrazan a los migrantes se muestran poco solidarios y reflejan muy bien una formación en el egoísmo y en una visión muy patrimonialista de lo colectivo. Además, al expresar rechazo a la migración de centroamericanos por el hecho de pasar por nuestro territorio o por la posibilidad de hacer su vida en suelo nacional, están coincidiendo con el argumento que esgrimen los norteamericanos sobre los mexicanos en aquélla nación.

Las razones que justifican a los mexicanos que acudan a laborar a Estados Unidos no han de estar lejanas de las que motivan a los hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, beliceños, entre otros, a probar suerte en otro país, que seguramente han de ser empleo, seguridad y un entorno distinto.

Si es así, entonces hay un factor común que identifica a los migrantes mexicanos, centroamericanos, caribeños y sudamericanos: el deseo de encontrar mejores condiciones de vida que en su país no encuentran, por diversas circunstancias, entre ellas, la violencia que se padece aquí y allá por grupos de narcotráfico.

Por eso el papa Francisco señala sobre los migrantes en el mundo, “esperan que tengamos el valor de destruir el muro de esa ‘complicidad cómoda y muda’ que agrava su situación de desamparo, y pongamos en ellos nuestra atención, nuestra compasión y dedicación”.

Precisamente para alcanzar esa atención, dedicación y empatía es necesario formar, en la familia y en la escuela, el respeto, la solidaridad y la sana convivencia, entre otros valores humanos. Con ello se generará una sociedad más sensible, compartida y que vaya poniendo freno al egoísmo, al consumismo y a deponer el rechazo al otro por ser distinto en nacionaliadad, color, estatura, lengua y prácticas culturales.

 

Referencias:

 

  • El Universal. Repunta en México rechazo a migrantes. 12 de junio de 2019. https://www.eluniversal.com.mx/nacion/mexicanos-quieren-que-se-impida-paso-de-migrantes
  • Actas y Documentos Pontificios (2017). Educar al humanismo solidario. San Pablo, México.
  • Bauman, Z. (2017). Sobre la educación en un mundo líquido. México: Paidós.
  • Aciprensa. Papa Francisco recuerda que en la migración están en juego personas y no números. 14 de junio de 2018. Visible en: https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-recuerda-que-en-la-cuestion-de-la-migracion-estan-en-juego-personas-no-numeros-71641