Por Cristóbal Barreto
La solidaridad como valor tiene menos uso en la práctica y mayor uso como palabra que adorna listas de buenas intenciones en las organizaciones.
En la política ha perdido efectividad en tanto se utiliza como adhesión y apoyo a grupos y gobiernos con una misma filiación ideológica. En todos los casos hay más pose que generosidad. Ante una sociedad cargada de múltiples problemas, se requiere fortalecer la amistad social, la generosidad, un nosotros abrazador y disminuir los egoísmos.
La expresión solidaridad normalmente se usa como acto de hermandad, de generosidad, de comunidad, de compartir, de estar de acuerdo en causas y luchas. En varios ambientes, de manera especial en la izquierda, es tomada como acto exclusivo cuando en realidad es una acción y práctica por organizaciones de la más diversa orientación política, ideológica y religiosa. Seguramente quienes la practican han de coincidir que se requiere en mucho esta acción y menos su contraparte: egoísmo.
Es una realidad a la vista de nuestro tiempo que la solidaridad como valor tiene menos uso en la práctica y mayor uso como palabra que adorna la lista de intenciones a llevar a cabo de muchas organizaciones. De igual manera, en la política ha perdido efectividad en tanto es usada como adhesión y apoyo a grupos y gobiernos con una misma identidad ideológica. Los gobernantes dicen solidarizarse con tal o cual causa o situación que padece otra nación que es encabezada por alguien de semejante filiación política. En todos los casos hay más pose que generosidad.
En América Latina la solidaridad está muy asociada a una práctica comunitaria y también a movimientos sociales y políticos. En lo comunitario como ejercicio de apoyar al desvalido, al necesitado, al que ha caído en desgracia, al que requiere un empujón para salir de sus problemas; visión que surge de la expresión samaritana de la religiosidad popular. En los movimientos sociales como el ejercicio de agrupamiento para resolver problemas comunes que les afectan y ofrecer colaboración a otros que requieran de su participación, con su presencia, con asesoría, con bienes materiales o simplemente con movilización. En lo político como lucha contra el poder que llevan a cabo los sindicatos, los universitarios, las organizaciones sociales y los partidos políticos.
La solidaridad se cree equivocadamente que es algo propio de la izquierda, porque su ejercicio es más difundido por las acciones que realizan los sindicalistas y organizaciones asociadas a esta corriente ideológica; sin embargo, es llevada a cabo de manera más ampliamente por la cultura comunitaria porque forma parte de su identidad, del ethos cultural latinoamericano, como lo llama Pedro Morandé, y no de una expresión excluyente o filiación política.
Emilio Durkheim distinguía dos tipos de solidaridad, la mecánica y la orgánica, que se reflejan en las relaciones y expresiones de una sociedad. La mecánica, es aquella donde los integrantes de la comunidad se asemejan entre sí por las prácticas que llevan a cabo, por repetir conductas, adherirse a los mismos valores, ejercitarse en trabajos de sus antecesores y expresar sentimientos comunes. La orgánica, aquella donde los miembros de la colectividad se notan y reconocen diferentes y los une el consenso de aceptarse distintos (Aron 1985:23).
En la sociedad de nuestro tiempo, cuando menos de la industrialización (siglo XIX) hacia nuestros días, es más común ver esta conceptualización de Durkheim, la solidaridad orgánica, sin que la mecánica deje de estar presente en muchos espacios, en especial en el medio rural o en pueblos absorbidos por la mancha urbana que conservan prácticas tradicionales. La expresión más clara de la solidaridad orgánica se observa en la idea de que cada quien se salva solo, que cada uno resuelve sus asuntos y problemas en lo individual, que cada comunidad atienda sus necesidades con lo que tiene y que no hay mejor forma de sentirse integrado a la sociedad en la que se comparte la idea de que cada quien atienda y resuelva lo que a cada quien corresponde.
Esta manera egoísta de mirarse y sentirse lleva a una sociedad fría, distante y alejada del prójimo, del migrante, del distinto en físico y prácticas culturales, del desvalido o del adulto mayor. Pero no sólo eso, de igual manera las comunidades con una cierta identidad por afinidad de intereses sólo miran para sí y es ajeno lo que padecen los que no son como ellos. En ninguna de estas formas la solidaridad se hace presente con el otro que es distinto, en lo individual o en lo colectivo, no sólo porque no hay coincidencias políticas sino también identitarias.
Frente a este desafío de lo individual, en buena medida traído por la modernidad, la Iglesia respondió con documentos que orientaran la práctica de sus pastores y creyentes, que hicieran frente al cambio radical en las relaciones humanas que traía consigo el progreso. Las encíclicas Rerum Novarum y Populurum Progessio son esa lectura que la Iglesia hizo de lo que vendría con el avance del individualismo, el egoísmo y el consumismo y con las que ofreció una orientación para que en la sociedad y en especial en la comunidad creyente hubiera concordia, cohesión y por supuesto esperanza.
La Doctrina Social de la Iglesia tiene como base de expresión la solidaridad, no sólo para su comunidad sino en lo general, en la que el gesto del buen samaritano sea el ejemplo que guíe. Donde prive el nosotros, los que hacen comunidad por causas, prácticas o ideas comunes que no deja afuera a nadie. En el que no hay otros, sino un nosotros comunitario en los que todos son vistos y apoyados con espíritu de generosidad (Francisco 2017, 35)
El papa Francisco llama a hacer memoria del bien, bien que contempla la solidaridad, el perdón y la fraternidad (Francisco 2017, 249). Bien que hace a una sociedad de relaciones más humanas, más generosas y menos egoístas, en las que el tejido social cobra una identidad comunitaria de un pasado no lejano hermanado. Mismo criterio tendría que aplicar en la relación entre los gobiernos de las naciones, en los que no esté como condición de expresión de amistad, apoyo y generosidad la filiación o simpatía política, sino el reconocerse como el nosotros que reclama la verdadera amistad, el amor y la fraternidad.
Referencias Bibliográficas
- Aron, R (1985). Las etapas del pensamiento sociológico T. II. Siglo veinte, Buenos Aires.
- Francisco (2020). Carta Encíclica Fratelli tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social. San Pablo, México.
- Morandé, P (1997). Cultura y modernización en América Latina. Encuentro ediciones, Madrid.