Por Jorge L. Navarro|
Hace noventa años, en 1930, Ortega publicó un par de artículos bajo este título común -el mismo que encabeza esta aportación: “No ser hombre de partido” (Ortega, 2017:306-313).[1]
Hoy, casi un siglo después y en un contexto muy diferente al que Ortega tenía frente a sí, es posible que las razones que exponía, para sostener tan categórica afirmación, sigan siendo oportunas para nosotros.
De entrada, tendríamos que aclarar que no hay en esta afirmación, una llamada a no votar, a la indiferencia en política ni a deslegitimar la existencia de partidos políticos. La lucha entre grupos, al interior de una sociedad y el aglutinarse por intereses comunes seguramente han existido siempre. A ningún grupo, sin embargo, le ha sido otorgada la exclusividad para la gestación del Bien común; y cada uno, en buena lid, ofrece sólo una hipótesis sobre cuáles son, aquí y ahora, algunas vías posibles de su realización.
La reflexión de Ortega comienza con una observación que también hoy sucede: “Una de las cosas que más indigna a ciertas gentes es que una persona no se adscriba al partido que ellas forman, ni tampoco al de sus enemigos, sino que tome una actitud trascendente a ambos…” (Ortega, 2017:306).[2]
El contexto político de Ortega no es el nuestro, pero los reclamos al “partidismo” de ayer no son más ardorosos que los de hoy. Pero en todo caso, pienso con Ortega, que son reclamos “morbosos”. Hoy, la denostación a los que no se alinean a una estrategia de combate está a la orden del día, potenciada a grados inauditos por las redes sociales: cobardes, traidores, “comprados” o cómplices, son adjetivos que campean, lanzados contra los que se niegan a tomar un “partido”.
“No ser hombre de partido”, para Ortega, significa que el partidismo no es una auténtica vocación humana y, por ende, no puede exigir el compromiso radical de la propia vida. Vocación es tarea de realización personal, que supone una tensión a (relación con) los otros. La realización de la persona no es posible sin el entorno circundante: naturaleza, medioambiente, cultura, etc; por tanto, no es posible sin los otros, sin una presencia humana inmediata y la de otros con quienes contamos de múltiples maneras para realizar la finalidad primordial de cada uno.
Sería un error trágico admitir que la realización personal de alguno, su vocación, fuera el contubernio con los del propio bando o la lucha contra los otros que han enarbolado la posición contraria. La lógica del amigo/enemigo desfonda las condiciones para la construcción de la sociedad y la realización del bien común.
Amigo/enemigo es una lógica, pero principalmente es una retórica del combate. Esta asimilación del partidismo con la tarea fundamental de la vida ocurre cuando la polaridad se decanta como lucha entre el Bien y el Mal, entre Valores y Anti-valores; entre proyectos políticos que pregonan “vencer o morir”.
Según nos hace recordar Ortega, esta actitud “partidista” no ha existido siempre, se fraguó en las lides políticas del siglo xix y bajo el impulso de las ideologías. La guerra hasta el siglo xix, no era guerra de partidos; se hacía entre Estado, reino y clanes, diferentes y opuestos por diversos motivos, conquista, dominación, afrentas… La existencia de guerras intestinas no es ciertamente una novedad en la historia; pero siempre fue considerada una desgracia: el partidismo, al contrario, ha normalizado la confrontación.
La vida civil, en cambio, ha surgido del reconocimiento de lo que hay en común, a pesar de las diferencias, en un grupo humano y de apostar por la convivencia. La sola existencia de una lengua común ya manifiesta la prexistencia y la posibilidad de construcción de unidad superando la discordia.
Para Carl Schmitt -ideólogo y partidario del nacional socialismo- lo más específico de la política radica en la conflictividad, en la polaridad amigo/enemigo. La otra perspectiva -el comunismo- afirma la lucha de clases como motor de la historia. No obstante las diferencias entre ambos, hay una idea común: la conflictividad es inherente a la política y una de sus metas es la eliminación del enemigo.
No debería resultar extraño hoy que entre los grupos polarizados la existencia de un enemigo refuerce su identidad y los encienda en los llamados a la lucha.
Hoy tenemos necesidad de reivindicar la noción de política como capacidad diálogo, de negociación y de consenso. En lugar de confrontaciones maximalistas, irreconciliables, es necesaria la política: reconocimiento de la pluralidad y derecho a la participación en la gestión y realización del bien posible. Cuanto más extraño pueda parecer este llamamiento, más necesario es “tomar una actitud trascendente” a la polarización y el extremismo.
En 1940, diez años después de haber publicado “No ser un hombre de partido”, Ortega publicó otra serie de artículos bajo el título “Del Imperio Romano” (Ortega, 2017:83).[3] La palabra que abre estas reflexiones, bajo la guía de Cicerón, es “concordia”. La concordia explica la posibilidad de que coexistan en una misma sociedad las diferencias, consenso y disenso. Si el consenso supone la eliminación de la diversidad de opiniones, de intereses y agrupamientos civiles, destruye un factor valioso de perfeccionamiento y desarrollo de la sociedad. Y, por otro lado, el consenso, sobre algunas “opiniones últimas comunes” es imprescindible para la existencia de una sociedad. De aquí que para Cicerón la concordia es: “el mejor y más apretado vínculo de los Estados” (Ortega, 2017:89).
El disenso es posible e incluso necesario, mientras permanezca un sustrato de pertenencia común, una “amistad social”. En efecto la palabra “concordia”, de cum-cordis, enfatiza esa dimensión afectiva profunda, que nos hace “querer estar juntos”, “construir juntos” incluso, admitiendo la disensión, en aquello que es contingente, opinable y factible, que constituye el vasto campo de la política. Lo verdaderamente contrario a la unidad profunda de una sociedad no es, pues el disenso, sino la dis-cordia.
Hay, -puede haber- épocas de profunda dis-cordia, en las que parece que ya no tenemos nada en común y, sin embargo, permanecemos juntos y enfrentados en bandos; en ellas, si se desea la unidad, más que encender las pasiones con llamamientos a la lucha o a la ocupación de los espacios de poder, “se necesita una nueva revelación” -con minúscula- (Ortega, 2017:93) dice Ortega, no en vistas de una propaganda confesional.
Es necesario que los hombres nos sintamos interpelados por una realidad distinta y más grande que nosotros mismos, que funda la sociedad y una tarea en la historia de un pueblo. “Esta (realidad) es el único pedagogo y gobernante del hombre” (Ortega, 2017:93). Ortega no da al siguiente paso en este argumento, para darle rostro y cuerpo a este principio, porque su reflexión se dirige a los sucesos que llevaron a la fundación del Imperio romano, pero ambas afirmaciones me parecen ineludibles.
En cuanto a la necesidad de una “nueva revelación”: me parece que Ortega ve que una sociedad profundamente discordante y escindida en sus convicciones y normas fundamentales, necesita ir a la raíz de su cultura que es lo más radicalmente humano, al sentido religioso del hombre, ahí donde se descubre el significado de toda relación con la realidad (con lo otro, el otro y el Totalmente Otro). Porque en efecto, hay relaciones sin las cuales la realización personal, es imposible. Y la segunda, ligada a la anterior, significa la promoción de una “educación”, que puede ser bien comprendida como una nueva “cultura de encuentro”.
En el mundo actual es difícil encontrar una palabra más comprometida, que la de Francisco, particularmente en Fratelli tutti, para desafiar la “autorreferencialidad” de los hombres y de los grupos cerrados, y promover una “cultura de encuentro”, en el diálogo y el consenso.
Pero más allá de esto, nos ofrece, en la imagen del buen Samaritano, una pedagogía de la apertura al prójimo, que nos interpela y reclama nuestro cuidado: el reconocimiento activo del prójimo que se encuentra a la orilla del camino caído, herido, asaltado, incapacitado, desvalido.
Fratteli tutti, nos muestra un mundo ensombrecido para la cerrazón y nos invita a construir fraternidad a pesar de que todo parece ir en contra:
“En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial (…) un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y putos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberían ser siempre sostenidas” (Francisco, 2020)
Francisco hace una invitación a todos los hombres de nuestro tiempo a descubrir como en el diálogo y el consenso, se juega la capacidad de la inteligencia de reconocer la verdad, especialmente la que compete a la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales: verdades que tienen una profunda incidencia en la convivencia civil; por tanto, no es el relativismo el que puede dar solidez a una “cultura de encuentro”, ni tampoco el absolutizar la propia convicción contra la de los demás.
Fratelli Tutti, como se sabe, estuvo precedida y, en parte motivada, por el Documento sobre la fraternidad humana por la paz y la convivencia común, que contiene, entro otros un llamamiento al encuentro de todos los hombres.
“En el nombre de Dios y de todo esto, Al-Azhar al-Sharif —con los musulmanes de Oriente y Occidente—, junto a la Iglesia Católica —con los católicos de Oriente y Occidente—, declaran asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio.”(Francisco, 2019)
¿Son estos los signos de esa “nueva revelación” en la que Ortega pensaba que se encuentra las base de una nueva concordia?
Referencias bibliográficas
- Ortega y Gasset, J. (2017). Obras completas. IV. Taurus. Madrid. p. 306-313
- Francisco I. Vaticano II. Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común. 4 de febrero de 2019. Abu Dabi. http://www.vatican.va/content/francesco/es/travels/2019/outside/documents/papa-francesco_20190204_documento-fratellanza-umana.html
- Francisco I. Vaticano II. Fratelli Tutti. 03 de octubre de 2020. http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.pdf.
- [1] Ortega y Gasset, José. Obras completas. IV. Taurus. Madrid. 2017. p. 306-313
- [2] Ortega y Gasset, José. IV, 306
- [3] Ortega y Gasset, José. Obras completas. VI, Taurus. Madrid, p. 83.