Sentencia que ilumina la historia: la justicia en el caso de los mártires de la UCA

 

Dra. María Elizabeth de los Rios Uriarte|

Profesora e investigadora de la Facultad de Bioética

Universidad Anáhuac México

  • “La paz debe realizarse en la verdad, debe construirse sobre la justicia,
  • debe ser animada por el amor, debe hacerse en la libertad.
  • Verdad, justicia, libertad y amor. Sin ellas no hay paz”. (Ellacuría, Ignacio. Escritos teológicos. III.UCA, 2002. P. 24)

El pasado 11 de septiembre fue un día memorable para aquellos que buscan la justicia, especialmente cuando su búsqueda se ha prolongado por más de 30 años.

Me refiero aquí a la sentencia histórica dictada por la Audiencia Nacional Española a Inocente Orlando Montano, ex Viceministro de Seguridad Pública del Ejército de El Salvador, quien fuera uno de los perpetradores del asesinato de los cinco jesuitas y dos mujeres en la Universidad José Simeón Cañas (UCA) la madrugada del 16 de noviembre de 1989.

La orden de asesinar a los sacerdotes de la Compañía de Jesús, significaba, más allá de la pérdida de su vida física, una pasión por silenciar voces que se atrevían a develar la verdad sobre las atrocidades cometidas por los mandos militares con la anuencia y hasta el mandato de las autoridades representadas por el presidente Cristiani.

De entre ellas, la que más destaca es la de Ignacio Ellacuría, quien se ofreció, incluso, a ser mediador con las fuerzas guerrilleras para encontrar posibles salidas al conflicto armado que ocasionó miles de pérdidas y sumergió a El salvador en un mar de sangre y sufrimiento humano.

Ellacuría estaba convencido que, el primer paso para la paz, debe ser la justicia pero el primer paso de ésta debe ser el conocimiento de la verdad, de tal manera que, la justicia y la verdad, constituyen un binomio indisoluble para encontrar caminos de reconciliación personal y comunitaria. Por ello se consagró a la búsqueda de la verdad y al esclarecimiento de los hechos fraguados en la opacidad y bajo el amparo de la fuerza y de la violencia. Sus ideas, como las de sus compañeros jesuitas que hicieron de la UCA un lugar de “frontera” que se puso de lado de los oprimidos y los cobijó valientemente, le costaron su vida pero no su lucha.

Durante más de 30 años se había buscado hacer justicia por Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno Pardo y Joaquín López, así como por dos mujeres que fueron asesinadas junto con ellos: Elba Ramos, pareja de uno de los cuidadores de la Universidad y su hija, Celina Ramos. Una lucha infructuosa por el –aún hoy- encubrimiento de los hechos por parte de las autoridades de El Salvador pero que, finalmente encontró su cauce en la Audiencia Nacional Española quien tuvo competencia en función de la nacionalidad de algunos de los asesinados, entre ellos, Ignacio Ellacuría, originario de Portugalete, en la provincia de Vizcaya, en el País Vasco, España.

El juicio no alegra pues nunca será motivo de alegría la constatación de la perversidad humana, por eso, más allá de la condena a 133 años de prisión a Inocencio Orlando Montano, lo que ilumina la historia desde ayer es el proceso de investigación y la apertura a indagar sobre las causas de su asesinato así como por los actores que lo ordenaron en El Salvador, es decir, la verdad histórica revelada en las declaraciones de Montano. Ahí, en esa declaratoria y en ese des-ocultamiento de un episodio de la historia de El Salvador,  radica la posibilidad de la reconciliación social y política.

La verdad, de la mano de la justicia y viceversa, abre la posibilidad para sanar heridas, conocer los hechos permite entenderlos y bajo el cobijo del entendimiento surge la franja de la reconciliación y del perdón. Pero el perdón es enemigo del olvido, el que perdona no olvida si no que recuerda, pero lo hace sin rencor porque ha comprendido lo que realmente sucedió, por eso la verdad es herramienta indispensable en los procesos de paz.

Este 11 de septiembre se recordará, primero, como la fecha en que la lucha por la justicia se reivindicó a favor siempre de los  oprimidos, tal como fue el testimonio de  Ellacuría y sus compañeros; segundo, como el día en que la verdad triunfó por encima del oscurantismo y de los esfuerzos por negarla, sobre todo, hay que considerar que este proceso nunca fue posible en El Salvador si no que fue desahogado, finalmente, por un órgano de justicia española, lo que deja en entredicho el aparato político y gubernamental del “Pulgarcito” de América  y, tercero, como la fecha en que se descubrió que la sangre derramada tuvo y tiene un sentido en la búsqueda de la paz y este sentido es la herencia que nos invita a continuar de pie y creyendo que es sólo utópica y esperanzadamente puede uno creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección” (Ellacuría, I. “El desafío de las mayorías pobres”. En ECA, 1989. P. 1078)