Sobre “la cuestión judía” y la teoría de la enajenación. Parte II

Por José Miguel Ángeles de León.

 

Sobre “la cuestión judía” y la teoría de la enajenación en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 del joven Marx (Parte 2).

 

 

1. “Sobre ‘La cuestión judía’” y la valoración marxiana de las religiones

 

La cuestión judía de Bruno Bauer se proponía explicar, de una manera secular, incluso antirreligiosa, el papel de los judíos ante la emancipación. Al parecer de Bauer, lo que mantenía oprimidos a los judíos era el mismo judaísmo, dice:

La cuestión es más bien saber si el judío como tal, es decir, el judío que reconoce, él mismo, que está obligado por su verdadera naturaleza a vivir en una eterna separación de los otros, es capaz de recibir los derechos universales del hombre y acordarlos a los demás. Su religión y sus costumbres lo obligan a una separación eterna. ¿Por qué? Porque ellas constituyen su esencia, pero en tanto que él opone esta esencia a lo que otros consideran su esencia y lo excluyen de ella, su esencia no lo hace hombre sino judío, del mismo modo que la esencia que anima a los otros no los hace tampoco hombres, sino cristianos o mahometanos. Sólo como hombres pueden los judíos y los cristianos comenzar a considerarse y a tratarse mutuamente, si abandonan la esencia particular que los separa y los obliga a la separación eterna, sólo así pueden reconocer la esencia general del hombre y considerarla como su verdadera esencia[i].

Uno de los muchos discursos de Bauer contra las religiones, muy cercano a las posturas de Feuerbach, es que las religiones segregan más a los hombres y los vuelven más ajenos entre sí; según ellos, si los hombres en vez de ser judíos, cristianos, musulmanes o ateos fueran “humanos” y le “rindieran culto” a la “humanidad”, a todo el género humano y no a un Dios, encontrarían una auténtica comunión, y con ello, se podría dar el salto de la religión a la verdadera política que vele por los intereses de lo auténticamente humano. Bauer también fue autor de los polémicos textos, marcadamente antirreligiosos, Presentación crítica de la religión del Antiguo Testamento (2 volúmenes de 1838), La crítica de la Historia a los Evangelio de los sinópticos (1841), La trompeta de la corte más joven sobre Hegel, el ateo y el Anticristo (1841)- Podemos concluir que, para Bauer, la emancipación sólo será posible cuando el religioso deje de ser religioso.

Marx encuentra múltiples deficiencias en las posturas de Bauer, a las que criticará severamente, sobre todo aquellas en torno al papel del religioso ante la emancipación y al papel del Estado ante la religión. Según Marx, Bauer se limita a someter a la crítica los “Estados religiosos” y no sólo al “Estado”, y tal crítica siempre la realiza desde un plano Espiritual, olvidándose por completo de la materialidad[ii]. Según Marx, si bien es necesaria la emancipación de la religión, esta no sirve de nada si previamente no hay una liberación política, que según Marx culminará con la abolición de la propiedad privada. Y para poder emancipar a los otros, primero es precisa la «autoemancipación».

 

Pero esto sólo es posible superando, «racionalmente», la religión. Dice Marx:

[…] La forma más rígida de la antítesis entre el judío y el cristiano es la antítesis religiosa. ¿Cómo se resuelve una contradicción? Haciéndola imposible. ¿Cómo se hace imposible una antítesis religiosa? Suprimiendo la religión. Sólo cuando el cristiano y el judío lleguen a ver sus religiones opuestas como meros estadios diferentes en la evolución del espíritu humano, como diversas pieles de serpiente abandonadas por la historia, y al hombre como la serpiente cuya piel han sido. Entonces dejarán de hallarse en una relación religiosa, para establecer una relación ya sólo crítica, científica, una relación humana. La ciencia será entonces su unidad. Y los conflictos en la ciencia se resuelven por la ciencia misma[iii].

Empero, tal «resolución» no se debe dar por la fuerza del Estado, sino que el Estado debe actuar para que, gradualmente, por vía de «la razón y de la ciencia», se supriman los hombres religiosos. El Estado, según Marx, debe garantizar la libertad de culto y él, por su neutralidad, debe ser ateo. Marx asume que lo propio de la “neutralidad religiosa” es el ateísmo. El Estado debe ser ateo, según Marx, para que, gradualmente, sus ciudadanos también sean ateos. El Estado ateo, según Marx, es el estado posterior al Estado religioso. Para que el Estado sea ateo, el primer paso, siguiendo al autor de los Manuscritos, es colocar al hombre al centro de la historia, desplazando a Dios. Por lo tanto, en consciencia, Marx no suprime de tajo la religión; sólo la suprime del plano Estatal y, dialécticamente, a su parecer, en un indiferentismo absoluto, gradualmente, el pensamiento religioso llegará a su fin. Al colocar al hombre al centro, y no a Dios, Marx sigue una antropología muy cercana a la de Feuerbach, dice Marx:

La religión ya no es para nosotros el fundamento sino sólo el fenómeno de los límites que presenta el mundo. Por tanto, las trabas religiosas de los libres ciudadanos las explicamos partiendo de sus trabas profanas. No afirmamos que tienen que superar su limitación religiosa para superar sus barreras mundanas. Afirmamos que superarán sus barreras religiosas tan pronto como destruyan sus barreras profanas. No transformamos las cuestiones profanas en teológicas. Transformamos las cuestiones teológicas en profanas. La historia ya ha sido reducida bastante tiempo a superstición, nosotros convertimos la superstición en historia. La cuestión de la relación entre la emancipación y la religión se convierte, para nosotros, en la cuestión de la relación entre la emancipación política y la emancipación humana[iv].

Para Marx, la religión no es un atraso del hombre, sino todo lo contrario, la religión –al igual que en Hegel— es un estadio más de la historia. El hombre, por la razón, debe aprender a «liberarse» de Dios, debe superar la infancia del «teísmo»[v]. Sin embargo, la religión, al ser obra del hombre, es digna de respeto. Pero, la interpretación que debe hacerse de la religión, y de todo lo propio del mundo y del hombre mismo, es desde las condiciones de ciencia propias DEL hombre que se ha autoemancipado. Luego, el discurso teológico debe «interpretarse» desde las categorías netamente humanas, de una manera muy similar a la realizada a mediados del siglo XIX por los filólogos y filósofos influenciados por Schleiermacher y Reimarus, por ejemplo, Hegel, David Friedrich Strauss o el mismo Bruno Bauer. Pero que también encuentran tal antecedente en la Ilustración temprana, sobre todo en Rousseau y Kant. Es por esto por lo que, en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, dirá Marx una de sus más célebres sentencias:

El sufrimiento religioso es, a la vez, la expresión de sufrimiento real y una protesta contra ese sufrimiento. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de condiciones sin alma. Es el opio del pueblo[vi].

Para Marx, la religión es una “fuga” del mundo, pues en ella se refugian los hombres para poder tener «motivos» para mantenerse en él, a pesar de tanto dolor y sufrimiento; pero tal escapatoria es falsa, pues la religión, considera, es un refugio inauténtico que, dado que es falsa, se puede utilizar para oprimir y alienar a los más desprotegidos. A su parecer, la religión fue fundada por los pobres, pero es administrada por los ricos. Se puede decir que, para Marx, irónicamente, es Dios quien «profana» la «religión», pues Dios es el «impedimento» para que el hombre realmente pueda «encontrar su autenticidad», que es la Razón, que «conduce» al género humano a la abolición de la propiedad privada. De ahí que sentencie Marx que «Transformamos las cuestiones teológicas en profanas»[vii]. Transformar las cuestiones teológicas en profanas no es sino pasar del plano del Espíritu al de la materia, de ahí que se afirme que el ideal de emancipación de las religiones –que siempre es en el plano del Espíritu—pase al de la emancipación política, sin embargo, para Marx, la emancipación política no es la emancipación humana: la emancipación humana sólo se logra con la supresión de la propiedad privada[viii]. Evidentemente, la emancipación política, según Marx, es en el plano de la materia. Para Marx, los ideales del hombre siempre deben imperar sobre los de la religión, pero, si se profanan los ideales de la religión, estos no son más que los ideales del hombre, objetivados –«proyectados» — en un algo «fuera de sí», ese algo «fuera de sí», es Dios. Entonces, para Marx, es así como la teología se transforma en antropología, y con ello, lo propio de Dios pasa a los hombres[ix].

Sin embargo, Marx parte en su lectura de la religión desde el materialismo, no sólo en una perspectiva epistemológica y ontológica, sino también desde las dimensiones de la Economía política. Por ello, para Marx, al igual que todos los productos humanos, la religión también es una mercancía[x]. Si las religiones han llegado a ser lo que son, cree Marx, ha sido por un poder político práctico que radica en ellas: el poder económico[xi]. En las religiones también habita la dialéctica, luego Marx se propone hacer un análisis económico político, en este caso, del judaísmo. Manteniendo su habitual metodología, dice:

Fijémonos en el judío real y terrenal; no en el judío sabático, como hace Bauer, sino en el judío de la vida corriente. No busquemos el secreto del judío en su religión, sino el secreto de la religión en el judío real. ¿Cuál es la base profana del judaísmo? Las necesidades prácticas, sus intereses egoístas. ¿Cuál es el culto profano del judío? El tráfico sórdido (el regateo). ¿Cuál es su Dios profano? El dinero. Bueno, pues la emancipación del tráfico sórdido y del dinero, o sea del judaísmo práctico, real, será la emancipación inmanente propia de nuestro tiempo[xii].

Al hacer Marx una interpretación materialista del judaísmo se da cuenta de que, en él, el culto a Dios es sólo un pretexto para ocultar al que, considera, es el verdadero culto del judío: el culto al dinero. Para el judío práctico, el dinero ha desplazado a Dios; el dinero se ha convertido en el objeto de todas sus prácticas y, a su lado, la religión es un simple accesorio[xiii]. Marx considera que tal culto –la profanidad del dinero en las religiones– se debe a la practicidad de la vida mundana. Según Marx, el judío, racionalmente, se da cuenta de que Dios es su creación y que, por ende, al menos en ese sentido, se encuentra emancipado, pero tal emancipación se oculta, pues el judío práctico se sigue reconociendo judío, pero se encuentra completamente alienado en su culto que no es al Dios de Israel, sino al Dios dinero[xiv]. Tal culto al dinero, según Marx, es la causa de toda alienación y los judíos prácticos son sus principales sacerdotes, sin embargo, tal sustitución del culto del Dios de Israel –que no es más que la proyección de los mejores atributos del hombre, siguiendo la antropología de Feuerbach y la «fuga» ante un mundo lleno de dolor, según Marx— se da en todas las religiones, pues el hombre, religioso o no, siempre es «enajenado» por el capital. Así concluye Marx Sobre La cuestión judía:

La esencia religiosa del judío ha alcanzado su realidad universal y profana en la sociedad burguesa. Mal podía ésta convencer al judío de la irrealidad de su ser religioso, que no es precisamente sino la concepción ideal de las necesidades prácticas. Por tanto, no es sólo en el Pentateuco o en el Talmud donde tenemos que buscar la esencia del judío actual, sino en la sociedad actual, no como algo abstracto sino como algo concretísimo, no sólo como limitación del judío sino como limitación judía de la sociedad. Tan pronto como la sociedad logre superar la realidad empírica del judaísmo, el tráfico sórdido y sus presupuestos, el judío se habrá hecho imposible; su conciencia habrá perdido su objeto, la base subjetiva del judaísmo –las necesidades prácticas– se habrá humanizado, el conflicto de la existencia sensible, individual del hombre con su existencia a nivel de especie, se hallará superado.  La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad frente al judaísmo[xv].

Al asumir de forma material la religión, centrando al hombre, Marx debe interpretar que su ser religioso es irreal y que lo «verdadero» que encuentre en ello se debe a la concepción ideal de sus necesidades prácticas: el sentimiento religioso, como ya había dicho Feuerbach, no es sino la idealidad objetivada de las añoranzas humanas. Aquello de «[…] Por tanto no es sólo en el Pentateuco o en el Talmud donde tenemos que buscar la esencia del judío actual, sino en la sociedad actual, no como algo abstracto sino como algo concretísimo, no sólo como limitación del judío sino como limitación judía de la sociedad» parece que se puede interpretar de dos formas: si el judío actual, el verdadero judío -no el alienado por el Dios dinero- realmente conserva una idealidad deseable para el hombre, puede ser que en el Pentateuco y en el Talmud podamos aprender la esencia de la realidad; si «el judío actual» es el judío práctico que ya nos describió Marx, en el Pentateuco y en el Talmud se encuentra la causa del culto al Dios dinero. Empero, parece que hay suficiente evidencia –por ejemplo, que Marx distingue entre «judío práctico» y «judío»—para sostener que Marx suscribirá la primera tesis, evidentemente, desde una perspectiva «materialista» y secular, o más bien “secularizante”. Además, sin tal posibilidad, resulta imposible para Marx, y para cualquiera, sostener, racionalmente, las propuestas sociales que expone en los Manuscritos. El dolor, evidentemente, es un hecho material, pero, parece, si queremos profundizar en él, debemos tener ojos más profundos y un seso más perspicaz, y nos daremos cuenta, quizás, de que la causa del dolor no se debe exclusivamente a la injusticia en la distribución de los bienes materiales o al abuso del poderoso sobre el débil, sino a muchas cuestiones intrínsecas a la naturaleza hombres; independiente de su situación política o condición económica. Así como el dolor, la avaricia tampoco se puede explicar del todo desde una visión materialista.

 

2. Los valores judaicos, fuente del derecho natural implícito en la teoría de la enajenación de los “Manuscritos económico-filosóficos de 1844”

 

Es posible que Marx encuentre en la tradición y en el canon judaico la inspiración para poder justificar la emancipación humana; la variación con la tradición serían los principios epistemológicos y ontológicos de los que parte su metodología. Sin embargo, esto choca de frente con su metodología materialista, porque su noción de «Ciencia», por más racionales que intentemos ser, no alcanza para explicar, sin acudir a algún compromiso ontológico, que es válida la preocupación por el otro. Lo mismo sucedería con cierta noción semejante a la de «dignidad», que dota de valor intrínseco a cada persona humana.

Marx, como otros discípulos y seguidores de Hegel, va en busca de una interpretación material del misterio, e intenta descubrir y demostrar «científicamente» que Dios es sólo una excusa práctica y necesaria para que los humanos aspiremos a nuestras mayores idealidades y así olvidemos nuestras miserias, incluso, para mantenernos controlados política y económicamente.

Siguiendo esta interpretación materialista del fenómeno religioso, se puede decir que un Estado político primitivo es lo que subsiste detrás de los preceptos éticos del mismo. Tal Estado primitivo tuvo una clase que adquirió suficiente poder como para dictar a sus congéneres qué es lo bueno y qué es lo malo, lo que llaman «clase sacerdotal».  Dentro de la antropología filosófica existe una enorme disputa sobre la cuestión de si la ética es anterior a la religión o viceversa; Marx seguramente, como buen materialista, profesaría que la ética es anterior a la religión, y que la ética se forja por las necesidades cotidianas de los hombres, en estos casos, como un opiáceo, para “calmar el dolor” terrible que representa la vida. Empero, esta postura es endeble cuando nos preguntamos sobre el porqué de las valoraciones, cuando descubrimos que nuestras ideas de «bondad» o de «maldad» van mucho más allá de la supervivencia orgánica y del dolor humano. De esto podemos concluir que en Marx subsiste una «antropología pesimista», basada en la carencia y en una nostalgia perpetua por una especie de paraíso, el cual se debe restaurar re-educando (emancipando) al género humano, según una verdad material (no trascendental), lo que distinguiría a su «doctrina soteriológica» de la mayor parte de las religiones. Este rasgo “emancipatorio” del mal, “salvador de la enajenación”, que se puede analogar con el pecado y la redención del mal, es común denominador también en Hegel y en Feuerbach, y para ellos es un rasgo típico y propio del “pensamiento religioso”, de los momentos “pre-filosóficos”. Por ello podríamos decir que el proyecto marxista no pretende los fines típicos de un programa filosófico o de un sistema filosófico: el proyecto marxista es, ante todo, una (des-)cimentación religiosa y metafísica. Esto lo podemos atestiguar, históricamente, a lo largo del siglo XX en las «dictaduras del proletariado» en las que abundó el culto a la personalidad, el exacerbo nacionalista con atisbos religiosos y los «destinos manifiestos».

En los Manuscritos filosófico-económicos no se habla de lo que, irónicamente, algunos han llamado «escatología marxiana», que para ellos no es sino un pretexto para mantener la esperanza, pero ¿cómo puede sostenerse la esperanza positivamente? ¿Puede haber esperanza sin fe? Evidentemente, para Marx, la fe jamás es positiva y, por lo tanto, la propuesta marxiana, aunque presentada «racionalmente», también es un opiáceo –una manera despectiva de llamar a la «esperanza» –, para que el hombre no “sufra tanto” y se mantenga “viviendo”. La tesis marxiana que sostiene que, con la abolición de la propiedad privada, redentoramente, se dará la «emancipación», presentada por la economía política como un «destino racional» de humanidad, se basa en una suerte de fe (o dicho en otra jerga, de «compromiso ontológico»); así como tampoco se puede saber racionalmente cuando será el «fin de la historia».  Marx, al igual que las religiones –al menos las hijas de Adán–, cree que el hombre está encaminado a redimirse – lo que en Marx, secular y desmisterizadamente, es la emancipación—, por lo que también anuncia y afirma que el hombre se encuentra en un estado «enfermo» –lo que las religiones del Dios de los Profetas llaman «caída», que en Marx puede leerse como «la existencia de la propiedad privada» –una suerte de «pecado estructural»— y que es la razón por la que el género humano precisa enderezar su andar, para volver así a un estado original de plenitud. Así, aquél que traiga tal paraíso, mediante la Revolución, sería el auténtico Mesías. Pareciera que para Marx la lucha obrera es al comunismo como el peregrinar del pueblo de Israel en la historia lo es para su redención a través del Mesías.

 


[i] Cfr. Bruno Bauer: o.c. pp. 87-88.

[ii] Para Marx, siguiendo la tesis XI sobre Feuerbach, Bruno Bauer es un filósofo más.

[iii] Cfr. SLCJ: p. 15.

[iv] Cfr. SLCJ: pp. 19-20.

[v] Para Marx, la religión se crea desde una carencia, el Estado debe ser quien cubra tal carencia. Cfr. SLCJ, p.17.

[vi]  Cfr. Karl Marx: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2005, p. 50.

[vii] Cfr. SLCJ: pp. 21.

[viii] Ibíd. p. 28.

[ix] Ibíd. p. 29

[x] Ibíd. p. 47.

[xi] Ídem.

[xii] Cfr. SLCJ: pp. 39-40. En la edición que estamos utilizando hay una interesante nota al pie que vale la pena citar íntegramente. “Este es el punto de partida esencial del materialismo, contra la visión idealista, para explicar la “cuestión judía” durante la historia, como subraya acertadamente Abraham Leon en “Concepción materialista de la cuestión judía” (Editorial Coyoacán, 1969). El autor desarrolla el punto de vista de Marx, explicando también cuáles son las condiciones geográficas de Palestina que determinan la diáspora y a su vez el carácter comercial de los judíos y la hostilidad que frente a ellos se desarrolló históricamente por parte de los pueblos que vivían de la agricultura y que producen para el valor de uso. El papel del judío en la historia lleva a Abraham a afirmar que representan el valor de la mercancía en oposición al valor de uso y que su función social haya hecho que históricamente se constituyan en clase: “Los judíos constituyen en la historia, ante todo, un grupo social con una función económica determinada. Son una clase, o mejor dicho un pueblo clase”. Resulta imprescindible que agreguemos que ese papel del judío como burgués corresponde al capitalismo comercial y usurario que se desarrolló en los intersticios del mundo antiguo, afuera de las comunidades y que en última instancia terminó por disolverlas. Con el capitalismo como modo de producción social mundial, lo que implicó un proceso de varios siglos (sobre todo desde el siglo xvi), también los judíos se polarizan en clases sociales contrapuestas y la vieja hostilidad contra el judío en tanto representante del capital, que las comunidades humanas habían desarrollado, es desvirtuada y manipulada por burgueses (judíos y no judíos) para ocultar el carácter antiguo y clasista de la misma y hacer de ella una cuestión nacional, racista e imperialista, transformando así la guerra social en guerra y masacres generalizadas entre Estados imperialistas”.

[xiii] Cfr. SLCJ: pp. 49.

[xiv] SCLJ. P.49.

[xv] SCLJ. P.49.

 


Bibliografía

Bauer Bruno (2009).  La cuestión judía. Trad. Manuel Reyes Mate. Barcelona: Anthropos-UAMI.

Biblia de Jerusalén (2000).  Salamanca: Descleé de Brouwer, 2000.

Marx Karl (1984). Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Trad. Wenceslao Roces. Ciudad de México: Editorial Grijalbo.

Sobre La cuestión judía, en Páginas Malditas. (2008). Buenos Aires: Libros de Anarres.

Miranda José Porfirio: Marx y la Biblia (Crítica a la filosofía de la opresión). (1973). Salamanca: Ediciones Sígueme.

Sánchez Vázquez Adolfo (2003). El joven Marx: Los manuscritos de 1844. Ciudad de México: UNAM-Itaca, 2003