Una guerra sin religión

 

Por Giampiero Aquila 

 

Es noticia grave y dolorosa, en Niza un joven de 25 años, tunecino, asesina a tres personas, dos mujeres y un hombre al interior de la basílica de Notre Dame de esa ciudad, gritando “Allah akbar”, el grito “Dios es grande” en árabe, enarbolado como grito de guerra.

Una escalada de estos asesinados al arma blanca que nos toma algo desprevenidos a nosotros, ya acostumbrados a revisar las estadísticas de la pandemia, mirando al mundo desde nuestros escritorios que organizan el confinamiento en el cual nos encontramos. 

Se trata de un hecho que vuelve a levantar las sospechas de que la religión huele a integralismo e intolerancia. El hecho sigue de pocas semana otro atentado en contra de un profesor, también él degollado por un Checheno, siempre en Francia, por haber vuelto a sacar las tiras satíricas de Charlie Hebdo. 

Una historia que en la laicísima Francia ya ha provocado muchas víctimas y que la ha transformado en el blanco del terrorismo árabe, tanto de las organizaciones estructuradas que hemos aprendido de memoria a partir del 11 de septiembre de 2001, como de los fanáticos imprevisibles. Han pasado casi 20 años y varias guerras siguen activas, sin embargo nos despertamos hoy y nos damos cuenta de que seguimos en la misma situación y de vez en cuando vuelve a salpicar nuestra adormecida conciencia algo de la “guerra mundial a pedacitos” como la llama Papa Francisco y nos sacude de nuestro torpor.

Varios hecho y todos en pocas horas, en coincidencia con el aniversario del nacimiento del Profeta. Diferentes los intérpretes: el joven tunecino en Niza, el afgano radicalizado detenido en una calle de Lyon, con un puñal en la mano. El hombre arrestado en el norte de París porque quería imitar a Niza y otro con una navaja bloqueado en extremis en Aviñón y finalmente, el ataque a un guardia del consulado francés en Jeddah. Prófugos e inmigrados, figuras anónimas que se tornan en asesinos en el País que los ha acogido.

La pregunta que surge espontánea es porqué invocar a Dios para asesinar, ¿es a caso la experiencia religiosa un factor de división y de intolerancia? Oliver Roy (2017) es tal vez el investigador más importante de este fenómeno del islamismo y de la violencia en Europa. Él habla de la “islamización del radicalismo” contraponiéndolo al discurso dominante que en estos días con tanta facilidad encontramos en los comentarios periodísticos de los hechos mencionados.

En síntesis lo que afirma Roy es que los jóvenes europeos, varios de ellos que ni siquiera son árabes, encuentran en la fanatización del Islam un punto de coágulo del nihilismo que acomuna la vida de tantos jóvenes que no acaban su vida necesariamente reventándose con un cinturón de explosivo, sino con una sobredosis de Cristal o entrando en las filas del narcotráfico, donde la expectativa de vida sabemos que tan corta es.

Oliver Roy invierte el paradigma de la ilustración que contrapone fe y razón, podemos decir que se trata justamente de una ausencia de una fe auténtica lo que lleva a inmolar la propia vida en un acto “heroico” que de sentido a una vida que probablemente sentido no tiene o no lo logra encontrar.

El perfil que Roy describe de los yihadistas en buena medida no ha cambiado en los últimos 20 años por lo menos en Francia. Dos categorías dominantes: las segundas generaciones (60%) y los convertidos (25%). Los que pertenecen a las primeras generaciones y en menor medida las terceras generaciones constituyen el 15% que queda. El predominio de las segundas generaciones se podría explicar por el hecho que la radicalización se da cuando los hijos de los inmigrados alcanzaban la edad adulta, después de las reunificaciones familiares de 1974 en Francia. Pero en los últimos veinte años siempre han sido las segundas generación que han dominado la escena a pesar de que las terceras generaciones han alcanzado la edad adulta: ¿porqué estas últimas son menos radicalizadas?

La capacidad que una cultura tiene de dar sentido a la realidad cotidiana, al trabajo y a la vida de la familia, es la tarea más relevante que los padres tienen para con sus hijos y es frecuente que las familias de primera generación son las que más tienen dificultad para comunicar una tradición que no sea solamente repetición ritualista en un contexto social nuevo. Una religión ignorante y ritualista es el caldo de cultivo perfecto para generar radicalismo y violencia.

Otra característica común a todos los países occidentales es que en ellos, los radicalizados, frecuentemente son unos born again; después de una vida profana, de repente descubren la práctica religiosa ya sea de manera individual, ya sea en un pequeño grupo, nunca en una organización religiosa formal.

Es posible observar una dramática dificultad en la transmisión de la tradición tanto de la familiar como de la religiosa. El discurso del Islam radicalizado, dice Roy, afirma que la religión de los padres es una tradición domesticada por el colonialismo, los jóvenes rechazan la autoridad de los padres y su Islam, el discurso de los predicadores radicales se podría resumir de la siguiente manera: “El Islam de tu padre es la herencia de los colonizadores, el Islam de quien se dobla y obedece. Nuestro Islam es el del combatiente listo para darlo todo, del que se resiste”. 

Demasiada similitud con el discurso de los miles de jóvenes que engrosan las filas del narcotráfico en México, ya no viven la religión de los padres, viven otra religiosidad la del poder a toda costa, devota y supersticiosa, dispuestos a morir pronto, muy pronto, pero ante la promesa de una vida breve e intensa que se vincula con un delirio de omnipotencia que las armas que tienen en sus manos parecen confirmar ya sea un cuchillo de carnicero o un AK-47. 

En síntesis me parece que no estamos asistiendo a un exceso de religiosidad sino a su opuesto, es decir a su defecto en nuestras sociedades. Como decía Chesterton “cuando alguien deja de creer en Dios, cree en cualquier cosa” y no hay cosa más terrible que una religión que quiera coincidir con el poder político, es el caso del Islam, también es el caso de políticos mesiánicos que rechazan someter la razón a la experiencia. Ante esto sólo una fe que va de la mano de la razón y una razón que se abre al significado último de la realidad promueven la felicidad de la persona y es no violenta sino incluyente y dialogante.

Tenemos que preguntarnos si aquello a lo que estamos mirando, en Francia como aquí, es religión o no y por lo tanto la pregunta es: ¿qué es una verdadera religión? Y no “cuál es la verdadera religión”.

La contraposición entre fe y razón es una herencia que la ilustración nos ha transmitido. Comprensiblemente, si pensamos que una parte significativa de la tradición ilustrada nace de las cenizas de las Guerras de Religión que se dieron en Europa después de la reforma luterana y que la ensangrentaron durante décadas, hasta la Paz de Westfalia (1648) que se ratificó con la fórmula cuius regio eius religio (la religión de un país será la de su gobernante). A posteriori sabemos que las Guerras de Religión fueron guerras políticas, marcadas por la necesidad de los príncipes de emanciparse del control del emperador. Se entiende que en el calor de los eventos fuera difícil distinguir qué estaba pasando. Lo que más extraña es que después de cuatro siglos sigamos con las mismas confusiones. 

La fe, que se expresa como religiosidad y religión, florece en el extremo límite la razón es decir cuando la razón llega a preguntarse el significado último de todo o, dicho de otra manera, el origen profundo de todo. La religiosidad auténtica está cargada de respeto, una palabra bellísima que en su etimología latina, indica “mirar con el rabillo del ojo”; tener presente el valor que está detrás del objeto que tengo en primer plano, el hombre auténticamente religioso no puede mirar a los demás y al mundo sin comprender que todo es signo; que nada es mío, que todo es dado y regalado.

La cultura que se considera a sí misma dueña de la realidad es la que ha elevado la propia idea, o más bien opinión, a ser la medida de todas las cosas y como toda ideología que podrá ser teísta o antiteísta, pero seguirá asesinando con armas de alta tecnología o con armas blancas, destruyendo la Amazonia o explotando el trabajo de más desprotegido. En todos los casos es la aplicación irrestricta de una razón separada de la religión cuando, en palabras de Juan Pablo II, “la fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (Juan Pablo II, 1998).

 

 

Bibliografía

  • Juan Pablo II. Encíclica Fides et Ratio. Recuperado de http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091998_fides-et-ratio.html
  • Roy, O. (2017). Generazione Isis: Chi sono i giovani che scelgono il califfato e perché combattono l’occidente. Milano: Giangiacomo Feltrinelli Editore