La desinformación en tiempos de la pandemia

 

Por Ludivina Enríquez Gómez

 

Actualmente vivimos un fenómeno no sólo epidemiológico; sino social y cultural. El Covid 19 desestabilizó la salud, la economía, y las políticas públicas; pero también desató interminable propagación de noticias falsas o <fake news> que trajeron graves consecuencias para la vida de las familias.

Durante las primeras semanas de contingencia sanitaria, el Gobierno de México minimizó el problema. Mientras los países de todo el mundo establecían cuarentenas rigurosas, con controles de fronteras, pruebas masivas y apoyos económicos para empresas locales y población, las autoridades mexicanas negaban la necesidad de aplicar cualquiera de esas medidas. El uso de cubrebocas es una sencilla y clara muestra de ello, pues mientras la OMS y los especialistas de todo el mundo recomiendan su uso como una medida eficaz para protegerse de los contagios, el Subsecretario de Salud Hugo López Gatell desestima su importancia y desalienta su utilización.

El negacionismo de las autoridades mexicanas durante las primeras semanas de emergencia sanitaria ayudó a propagar numerosos bulos y teorías conspirativas. Corrió el rumor de que la pandemia era una mentira propagada por las grandes farmecéuticas para vender sus productos, que se trataba de una conspiración del capitalismo global y, en el colmo del ridículo, que los muertos por contagio de Covid-19 no eran tales, sino víctimas de un complot para extraer a la población el líquido de las rodillas y venderlo a millonarios de EEUU.

No deja de ser llamativo que las mismas personas que anunciaban la gran conspiración del capital, fueran las mismas que vaticinaran que la pandemia por Coronavirus traería el fin del capitalismo mundial. También llama la atención que los gobiernos de países tan beligerantes y adversarios como Venezuela, Cuba, EEUU, Inglaterra, Rusia, Corea del Norte y China, decidieran hacer a un lado sus diferencias para colaborar unidos en esta gran conspiración.

Pero la información que proporcionan los organismos que deberían darnos confianza y protección tampoco ayudan. La Secretaría de Salud del Gobierno de México informa todos los días sobre cientos de camas disponibles, mientras el personal médico advierte que las instalaciones están sobrepasadas y los familiares de personas contagiadas reclaman que no hay suficiente cupo para sus pacientes ¿Quién miente?

Ejercicios de investigación como los realizados por los periódicos The New York Times y El Universal, señalan que las muertes reportadas por la Secretaría de Salud son significativamente menores al reporte de casos confirmados por el servicio de emergencias (911) y por el Servicio Médico Forense (SEMEFO). Los informes de gobernadores estatales y el monitoreo por municipios que realiza la UNAM en el portal covid19.ciga.unam.mx tampoco arrojan cifras consistentes con las del Gobierno Federal ¿A quién creerle?

Cuando la población no recibe información clara y confiable de las autoridades, la busca por sus propios medios, y de acuerdo con sus propios recursos. Las publicaciones científicas y especializadas pueden proveer la información más confiable, imparcial y racional, pero son tan difíciles de hallar como de comprender; las publicaciones de divulgación son más accesibles para el público en general, pero se les relaciona (con o sin razón) con corrientes ideológicas, lo que de antemano las desacredita como fuentes confiables para gran parte del público. Quedan las publicaciones fáciles de encontrar y comprender, los videos de Youtube, páginas de videntes, redes sociales y foros, en donde los prejuicios se refuerzan en la medida que las personas leen o escuchan lo que les gusta leer y escuchar.

Al final, la población reproduce la respuesta del gobierno al no tomar decisiones de acuerdo con la evidencia científica o lógica, sino a partir de sus propios sesgos ideológicos. Así es fácil caer en  el relativismo (“yo respeto tu opinión y tú respetas la mía”), o el dogmatismo mental ( el famoso “no tengo pruebas pero tampoco dudas”).

¿Por qué sucede esto en pleno siglo XXI? ¿Por qué cuando pensábamos que las enfermedades ya habían sido erradicadas y controladas por la ciencia en el siglo XIX? Veneramos a Louis Pasteur en Francia y a Koch en Alemania. Y había institutos dedicados a la investigación de virus y bacterias. Incluso habíamos controlado la gripa aviar y el H1N1. Así que confiados en que enfermedades como la peste, la viruela, el sarampión, el dengue, la gripe, la malaria, la poliomielitis, la tuberculosis eran historia; incluso habíamos encontrado tratamientos para el VIH SIDA o el Papiloma humano.

¿Por qué las personas prefieren las noticias falsas, al grado que las propagan seis veces más rápido que las noticias verificables?  (Lazer, 2018). Podemos culpar a los bajos índices de lectura e incapacidad al diálogo y debate; también a la ausencia de criterios lógicos que puedan orientar la conducta de los individuos, e incluso al desprecio por la comunidad científica que propagan líderes como el presidente de México (en la conferencia matutina del 14 de febrero de 2019 habló de “la mafia de la ciencia”).

En realidad estamos ante un problema complejo que afecta a toda nuestra generación. El apogeo del pensamiento New Age se basa en el desprecio de la llamada ciencia occidental, ciencia neoliberal o ciencia patriarcal es síntoma de un resurgir de la ideología, la irracionalidad y la superstición por encima del pensamiento formal. La población desconoce principios axiológicos relevantes, incluso útiles que dan cuenta de los hechos, y los desprecian porque que no son fantasías o saberes simplemente opinables.

Por ejemplo, el movimiento antivacunas ha provocado que miles niños sufran enfermedades ya radicadas desde el siglo XIX como la viruela , el sarampión o la poliomelitis. En este sentido, la bioética (rama de la ética filosófica) es una disciplina ontogenética, es decir, estudia la ética del ser y del hacer médico: sus límites y posibilidades de acuerdo a la dignidad de la persona humana. Esta reflexión filosófica implica un saber interdisciplinario que conoce las leyes y principios de la genética, la farmacología y la biología, y toma decisiones desde la base de una antropología realista y personalista.

No hay nada más práctico que una buena teoría”. La reflexión filosófía de los problemas de la salud distan mucho de ser prácticos o aburridos. La ética no se opone a las artes plásticas; sino a la asepsia intelectual y a la indiferencia de lo relevante.

La conciencia crítica es la capacidad de realizar un examen crítico de sí mismo y sus creencias. El discernimiento de las falacias es crucial para detectar argumentos no sólo falsos sino incorrectos. Las fake news recurren comúnmente a la falacia de bola de nieve, donde a partir de dos o tres premisas, construyen una teoría conspiratoria que atiende más a sus fobias y miedos que los hechos científicos. Sabemos que mentir es malo, disfrazarlo de ciencia es perverso, creerlo es estupidez y defenderlo es patético.

El gran problema que generan la desinformación, la promesa de terapias alternativas y milagrosas, las decisiones oficiales que se toman con base en criterios ideológicos y el negacionismo, es el empeoramiento de la pandemia. Las personas seguirán muriendo mientras elijan la comodidad de sus prejuicios, antes que la dura verdad de la ciencia.

 

 

 

Fuentes consultadas: