Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Parece connatural a todo ser humano, en condiciones normales, la aspiración de superarse hasta alcanzar la meta suprema de la vida. Como seres humanos vivimos ese proceso de crecimiento ascensional desde la condición inicial embrionaria hasta el pleno desarrollo biológico, caracteriológico, humano, espiritual y profesional; hasta donde lo permitan las circunstancias y el anhelo ferviente. El deseo de triunfo se identifica con lograr el éxito profesional, el bienestar económico, una calidad de vida aceptable y una vida afectiva equilibrada. Se trata de sentirse muy bien, sin complicaciones de la vida y un cuidado suficiente de la salud.
Pensar en los demás no entra propiamente en los planes para quienes van en esta línea de la ‘autosuperación personal y profesional’. No hay que complicarse la vida con la preocupación por los otros, menos, si son diferentes e inferiores por su condición social o cualquier otra limitante humana. Quien tiene la mentalidad del éxito, propiamente no le importan los demás; se sirve de ellos como ‘objetos instrumentales’ o ‘sujetos de interés’ por cuanto son escalones de ascenso; al final son también cosificados.
Jesús Maestro, en su educación vital e itinerante con sus discípulos, les señala la clave esencial de su vida: el servicio. No se trata de ocupar los primeros lugares.
Él ha venido no a ser servido, sino a servir y entregar su vida en rescate por los muchos, es decir, por todos (cf Mc 10, 35-45). Este es propiamente el seguimiento de Jesús, el servicio. Un servicio que pasa e implica el misterio del sufrimiento. El Siervo doliente de Isaías es un personaje misterioso, profecía y a la vez promesa; Varón de dolores, que ha probado el sufrimiento humano y se ha convertido en luz, libertad y salvación para todos (cf Is 53, 10-11).
Este Siervo de Yahvéh, es Jesús de Nazaret, el Sumo Sacerdote que ha penetrado los Cielos, que intercede por nosotros y asume nuestros sufrimientos; por eso hay que mantener la fe firme en él (cf Heb 4,14-16). Así como él ha padecido en el servicio de Siervo Doliente hasta la muerte de Cruz, nosotros compartimos su servicio en el sufrimiento, participaremos de su gloria. Por la Cruz ignominiosa a la luz gloriosa. El fracasado, es el triunfador; el vencido es el vencedor, el humillado es el glorificado. El Siervo de Yahvéh, el Siervo doliente, Varón de dolores, se identifica plenamente con Jesús el Mesías de Dios. La Iglesia postpascual así lo entiende y así lo proclama en su predicación o kerigma de los Apóstoles: Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y en su momento, para nuestra glorificación.
El Papa Francisco, quiere una Iglesia que viva el ‘evangelio sin glosas’ al estilo de san Francisco de Asís. Por eso su invitación a ser una Iglesia, en permanente ‘sinodalidad’, no solo de los pastores, sino de todo el Pueblo Santo de Dios; caminar juntos con Jesús en el servicio a los pobres, a los débiles, a los vulnerables. Una Iglesia que supere el autoritarismo, el clericalismo y los sometimientos, por supuesto, lejos de posturas inmaduras.
Como discípulos de Jesús, no hemos de ambicionar el poder o buscar el prestigio; el ser ‘autorreferenciales’. Lo importante es capacitarse para servir mejor, en una entrega plena de caridad en el servicio, aunque se tenga que pasar por el crisol del sufrimiento.
Quizá a nuestros contemporáneos este Jesús Crucificado, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida, los mantenga indiferentes y no suscite su interés. Quizá ya no se tendrá la presencia cultural o el prestigio de otros tiempos; hemos de soportar la avalancha de los escándalos, pero hemos de mantenernos firmes en la fe, con posturas de humildad, de sencillez y de un servicio a toda prueba, seguidores de este Siervo Doliente, Cristo Jesús de Nazaret, enraizados en la Iglesia con decisión y valentía.
El participar en el Triunfo de Jesús, pasa por la Cruz del servicio, a toda prueba. Para gozar de la gloria escatológica del Vencedor Jesús, es necesario recorrer el calvario del amor incondicional a los hermanos. La aspiración del triunfo, se mantiene viva en el seguimiento de Jesús por el servicio y se llega a su meta definitiva, más allá del tiempo y del espacio, en la gloria, junto a él y junto a todos ‘los que mantuvieron el testimonio de Jesús’, como sentencia el Apocalipsis.