Es necesario empezar la presente exposición definiendo la postura sobre la que versarán las siguientes líneas. Aunque el título del documento propone la idea de un problema de la técnica, entendiéndola como un concepto negativo per se, es necesario aclarar que la autora no considera que la técnica o tecnología tengan una negatividad intrínseca que la convierta en problemática, sino que son ciertos efectos del uso de dicha técnica o tecnología los que suelen tornarse confusos y problemáticos frente al accionar ético, sobre todo en la actualidad.
Así, si bien los avances científicos nos permiten conocer, predecir y transformar gran parte de la realidad que hasta hace un tiempo resultaban difíciles de imaginar, dichos avances no siempre tienen efectos positivos en la realidad respecto de la que actúan, sino que muchas veces esos efectos son impredecibles tanto en su dimensión temporal, como también en las dimensión espacial y sobre todo, subjetivas. De tal manera que, si bien por un lado la técnica actualmente nos ofrece la posibilidad de crear las condiciones necesarias para nuestra vida sobre la tierra, de otro lado, también colabora con su destrucción y con la transformación de nuestra naturaleza personal y es a partir de este hecho que se convierte en un problema filosófico y motivo de reflexión en este post.
La técnica se presenta ante nuestros ojos como un efecto de la ciencia moderna, la cual respondiendo a criterios matemáticos sobre la concepción de la realidad se propone al mundo bajo dichos términos[1]. Pretendiéndose justificar la intervención en todo proceso relacionado con la vida, incluso la vida humana, partiendo de la presunción de que cualquier realidad es modificable y en ciertos casos, superable. Por tanto, se propone a sí misma como el modelo a seguir para encontrar el sentido de la humanidad y su éxito consistiría en lograr el máximo dominio sobre las cosas y los propios hombres, pues –siguiendo esa misma línea- a través de la técnica se lograría la realización del destino humano[2].
A diferencia de épocas anteriores, las intervenciones que tiene el hombre en la naturaleza no son superficiales sino son tan profundas que pueden transformarla hasta dañar permanentemente su equilibrio. La idea de inviolabilidad de la naturaleza ha desaparecido. Lo natural ha sido devorado por la esfera de lo artificial. La naturaleza es ahora vulnerable.
Ahora, no sólo importa éticamente la realidad humana en sentido estricto, sino que al proponernos la modernidad la facultad de conocer potencialmente la naturaleza (en sentido amplio) y hacerla objeto de nuestro dominio, las realidades no humanas son también problemas éticos[3]. Como consecuencia directa de lo anterior, y siendo tanto la naturaleza de las cosas como la naturaleza humana, objetos amplios de conocimiento, los fines sobre los que fundamento mi accionar sobre aquellos ya no son fines próximos que puedo ver y controlar. Sino que exceden los límites sobre los que puedo ejercer dominio espacial y temporal, pues la técnica me ofrece la posibilidad de transformar la naturaleza y utilizarla para mis propios móviles (sean éstos lícitos o no, loables o despreciables, solidarios o egoístas) y propaga las consecuencias de mis actos al infinito, al menos potencialmente.
Es así que, la tecnología o técnica cobra significación ética por el lugar central que ocupa ahora en la vida de los fines subjetivos del hombre[4] y plantean un problema ético sobre la exigencia ineludible de pensar en el futuro, como consecuencia de la modernidad en que vivimos. Con el uso indiscriminado de las posibilidades ofrecidas a través del uso de la técnica, se ha perdido (o difuminado) la noción de responsabilidad y de la premisa de convivencia de que: todos los actos tienen consecuencias. Por tanto, la ética ya no puede ser vista como antes. Los efectos tienen además de la característica de irreversibilidad, la del carácter acumulativo, pues se suman de tal modo que la situación para el obrar y ser posteriores ya no es la misma que para el agente inicial, sino que es progresivamente diferente de aquella y es cada vez más el producto de lo que ya fue hecho[5]. Aún cuando esas consecuencias, como sucede hoy en día, no sean fácilmente cuantificables tanto en sus efectos materiales como en los sujetos sobre los que acaecerán.
Es propio de la técnica que sus productos o las creaciones producidas a través de ella, aparezcan y funcionen mucho antes de conocer y medir las consecuencias de éstas. Una vez que hacemos algo que nos permite la técnica, somos capaces de conocer –recién a posteriori-las consecuencias de ella y en su caso, de hacernos responsables por nuestro conocimiento limitado de los daños producidos. La técnica pasa de ser un conocimiento producido por el hombre a ser una especie de ente individualizado que cobra cierta autonomía frente al ser humano y sólo a través de un acto posterior es posible establecer ciertos límites a nuestras propias creaciones; ya que, la técnica por sí misma tiene la capacidad de transformación[6].
En esa línea, la técnica está provocando que abandonemos progresivamente el aspecto más característico de nuestra esencia: la racionalidad. Pasando de ser homo sapiens a homo faber, seres que sólo hacen y han olvidado la contemplación de la belleza y la verdad. Estamos, a través de la transformación de la realidad exterior, transformando nuestra propia naturaleza, nuestro ser personal. Nuestra técnica está modificando a tal grado la naturaleza del mundo y la naturaleza humana que somos capaces de extinguirla. En palabras de JONAS: “el artefacto total está engendrando una nueva clase de naturaleza con una dinamicidad propia en la que la libertad humana se confronta en un sentido totalmente nuevo”[7].
En plena concordancia con lo anterior, el concepto de “vida” ha cambiado radicalmente al punto de reducirla a la mera consecución de procesos biofisiológicos y aparentemente modificables a través de la técnica, ya que, la vida plena es concebida como la ausencia de limitaciones y de ahí que se justifica la preocupación por la trascendencia de los límites propiamente humanos o naturales.
En correspondencia a este cambio respecto a la concepción de la vida, el concepto de “persona” también pierde su sentido y se difumina. El sujeto de la técnica ya no es el individuo, sino un sujeto colectivo: la sociedad. Nuestras acciones ya no tienen como referente a la persona sino a un ente despersonalizado: la sociedad contemporánea o la sociedad futura que inspiraría o, en su caso, reprimiría cierto tipo de actuar técnico.
La técnica no es razón ni motivo para obrar. Es necesario buscar actuar sobre unos parámetros éticos proporcionados a las posibilidades –verdaderas y actuales- de acción que tenemos sobre la realidad a través de la técnica y considerando en todo momento, la responsabilidad por los actos resultantes de la aplicación de dicha técnica.
Es una exigencia volver la mirada sobre lo más importante para la humanidad presente y futura: el ser personal del ser humano con el que nos sabemos y sentimos comprometidos. Los logros de la técnica no nos pueden deslumbrar al grado que nos vuelvan vulnerables ante ella misma.
Notas:
[1] Cfr. JONAS, Hans. 2010. “El principio vida: hacia una biología filosófica”. Madrid: Editorial Trotta. Pág. 117.
[2] Cfr. JONAS, Hans. 1995. “El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica”. Barcelona: Editorial Herder. Pág. 37.
[3] Íbidem. Pág. 32.
[4] Íbidem. Pág. 36.
[5] Íbidem, Pág. 33.
[6] Íbidem. Pág. 31.
[7] Íbidem. Pág. 38.