Filosofía, mujer y covid-19: Sobre la experiencia filosófica de la indignación

 

Por María Guadalupe Martínez Fisher|

 

Para mi amiga Ana María  

                                  

El asombro inauguró la pregunta sobre el Ser desde la razón que se pregunta cuestiones como: ¿por qué el Ser y no la Nada? y ¿cuáles son los principios, causas y elementos que constituyen la naturaleza de las cosas? Se trata de un sentimiento que vislumbra la actividad contemplativa de la razón, sin pretender cambiarla, sino más bien observarla y conocerla.

La experiencia del asombro puede transformarse en indignación y ésta tiene la fuerza narrativa de convertirse en denuncia social. Ya no se trata de contemplar la realidad sino de cambiarla. La indignación, en este sentido, es un sentimiento moral que supone la ruptura entre lo que es y debería de ser y por ende, abre los horizontes de la razón como transformadora del mundo. Su narrativa es la denuncia y su objetivo, la ética y la política.

¿De qué debemos indignarnos hoy y porqué la filosofía en estos tiempos debe suponer que la conciencia filosófica es también conciencia de la indignación? Tan importante es el asombro como la experiencia de la ruptura en la indignación. Porque precisamente, la experiencia de la indignación es la voz de la ley moral dentro del ser humano. Lo que Kant consideraba el faktum de la razón práctica, es el hecho que nos revela libres y con la capacidad de transformar el mundo interno y el externo. La indignación es un indicador de libertad y conciencia crítica.

El COVID-19 irrumpió la historia de la humanidad. La pandemia tiene el poder de hacernos mirar hacia atrás en el contexto de la historia de la humanidad pero también nos revela nuestro propio mundo interno. Nos muestra nuestras carencias, límites, prejuicios y deficiencias.

Somos, desafortunadamente, una sociedad construida desde muchos prejuicios, entre éstos, muchos patriarcales y machistas. Y esto, no porque el coronavirus discrimine sino porque la reacción de la sociedad ante la crisis revela sus propios prejuicios y agudiza sus consecuencias. La actual pandemia revela una sociedad construida y alimentada desde la desigualdad social y de género.

Me gustaría que reflexionemos juntas y juntos sobre cómo valoramos como sociedad las tareas del cuidado, el hogar y la limpieza. Es un hecho que son mal remuneradas y por supuesto, pensadas desde el imaginario colectivo, como exclusivamente femeninas.

Las mujeres y las niñas se ven afectadas por la pandemia de manera desproporcionada y diferenciada. El solo hecho de que las tareas del cuidado sean en general atribuidas a las mujeres, las deja en una situación de mayor exposición a la enfermedad.

El sistema requiere de ellas para que siga funcionando. Más del 70% de las trabajadoras del sistema sanitario y social son mujeres. Dato que corrobora el prejuicio de que son las mujeres las únicas responsables de estas funciones y a pesar de la importancia que suponen estas labores no son ni social, ni económicamente valoradas. De tal manera, que la mujer que sale a la calle después de cuidar de los suyos, para cuidar de los otros, no sólo no se le reconoce, sino que se le explota.

Una de las violencias contra la mujer en nuestro país, incluso antes de la pandemia, pero que el COVID 19 recrudeció, es la precariedad de la economía informal de las empleadas domésticas.

En el fondo este hecho revela cómo valoramos en la sociedad mexicana a las trabajadoras del hogar. Esto se puede percibir de distintas formas, una de ellas es en el análisis del lenguaje que utilizamos de forma peyorativa y por supuesto, en el sueldo y seguridad laboral que se les da. La violencia contra ellas se puede observar incluso en el modo en que la sociedad se refiere a ellas: “chachas”, “criadas”, “sirvientes”, “muchachas”… una gama de distintas maneras de discriminar a través del lenguaje.

Antes de la pandemia se trataba de una situación injusta porque la mayoría de las empleadas domésticas no tenían acceso a un sistema de salud digno, ni propiamente un contrato, sin embargo, la pandemia dejó a las empleadas domésticas en una situación de mayor riesgo; muchas de ellas se encuentran en el limbo de la necesidad y de la caridad de sus “patrones”.  Pues dado que su trabajo no está respaldado por un contrato propiamente jurídico, deja a la “benevolencia” lo que debe ser asegurado por medio de la legalidad.

En una situación similar se encuentran las mujeres que se dedican a la limpieza en las instituciones públicas y privadas como los hospitales públicos y privados. Muchas de ellas contratadas “legalmente” por “outsourcing” sin cursos de capacitación que les permitan movilidad social o económica. De esta forma, la explotación laboral de estas mujeres es incluso “legal”. Si bien pudiera darse el caso que tuvieran seguro médico, al estar los hospitales colapsados y ellas tener que ir a trabajar, las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad.  Cuidan sin poder ejercer el derecho a ser cuidadas.

Como ya hemos dicho, el sector sanitario, aquél que no pudo “quedarse en casa”,  es mayoritariamente femenino. Por lo que estarán en contacto directo con los pacientes de COVID-19 y corren un mayor riesgo de contraer el virus. A esto hay que agregar que si bien, las mujeres constituyen más que la mayoría del sector de salud, ocupan pocos puestos de liderazgo y de toma de decisiones. Los hombres ocupan el 75% de todos los puestos de liderazgo en el sector de la salud.

Estos ejemplos nos revelan que existen prejuicios machistas en la sociedad que colocan la carga del trabajo del cuidado y la limpieza sobre las mujeres y las niñas y por supuesto, especialmente, en las mujeres y niñas con condiciones económicas desfavorables. De tal manera que el confinamiento o el mandamiento moral “quédate casa” no fue tan razonable para muchas mujeres. Se presentó un mandato social casi inquisitorio socialmente hablando, sin importar las condiciones de las mujeres que están obligadas a salir a trabajar.

Ahora bien, el escenario de quienes sí se pudieron quedarse más tiempo en casa no es tampoco optimista.  Una consecuencia del confinamiento ha sido el aumento del número de casos (reportados o no) de los casos de violencia sexual, física y psicológica. La posibilidad de reportar agresiones y, en consecuencia, de recibir protección se ha visto reducida por el aislamiento. Ni adentro de su casa ni afuera, la mujer esta segura.

Así que, encontramos la paradoja del sistema capitalista de la salud: a quien le hemos asignado la tarea de “cuidar” no es prioridad cuidarla. Es sólo un eslabón instrumental para que el sistema funcione. Este es para mi la gran contradicción y el por qué la actitud ética y filosófica ante esto es la indignación porque esto supone el ultraje de la dignidad de la mujer como persona.

¿Qué es, entonces, lo que debe de indignarnos respecto a la situación de vulnerabilidad de las mujeres y las niñas durante la pandemia? Las mujeres a las que se le ha asignado el rol del cuidado, del hogar y la limpieza en la sociedad, no son valoradas, ni social, ni económicamente, más bien son explotadas.

A todo esto, qué podría decir la filosofía. El filosofar debe dirigir su mirada hacia dos mundos para contemplarlos de nuevo. El del espectáculo externo que observamos diariamente develándolo y ejerciendo crítica pero sobretodo debe dirigir su mirada al mundo interno. Nosotros nos revelamos en esta crisis; en nuestras formas de relacionarnos con nosotros mismos y con los que vivimos.

La indignación si no quiere caer en un fariseísmo posmoderno de la denuncia que alimenta su autoestima con followers y likes en redes sociales, debe implicar la invitación al verdadero compromiso. Me refiero a la denuncia pero también a la práctica de la justicia en lo concreto y cotidiano..

La eutanasia de la razón filosófica es la falta de racionalidad crítica. La filosofía debe cultivar el sentimiento de la denuncia como sentimiento de la ruptura entre el ser y el deber, entre lo justo y lo injusto.

Marx apuntaba una idea muy poderosa sobre cómo debería ser el papel de la filosofía en los tiempos modernos. Por un lado, criticaba que antes los filósofos habían tenido lista en sus pupitres la solución de todos los enigmas…ahora, continua Marx, la filosofía se ha mundanizado. La demostración más evidente de ello la da la misma conciencia filosófica, afectada por el tormento de la lucha no sólo externa sino también internamente. Es necesario criticar sin contemplaciones, en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos.

El giro de estos tiempos debe dirigir su mirada hacia las condiciones de injusticia. La racionalidad crítica es fundamental en estos tiempos en que la crisis de derechos se pone de manifiesto, las decisiones bioéticas están en el ojo del huracán y se vuelven todavía más dolorosas con un presupuesto indigno para cubrir lo que implica el Derecho Humano a la Salud de todos los seres humanos. Y por lo mismo, la mirada filosófica debe denunciar la importancia de incluir a los grupos en situación de vulnerabilidad.

Si el discurso de la Modernidad nos ha dejado la noción de dignidad, si la Declaración Universal de los Derechos Humanos ya ha reconocido la dignidad intrínseca de todos los seres humanos, ¿por qué no hemos como sociedad reconocido plenamente la dignidad de la mujer como persona?

No hay filosofía humanista, ni verdaderamente cristiana, sin la reivindicación de la dignidad de la mujer. Sin la conciencia de la dignidad de la mujer, el pensamiento político, social, religioso y filosófico es en parte ideológico. Es por eso que creo que la conciencia de la indignación ante la injusticia, debe ser la antorcha que ilumine el camino. La filosofía debe ser la reformadora de nuestros derechos como humanidad.

Por supuesto, que de la conciencia de la indignación a la denuncia todavía nos queda el camino de la virtud y la congruencia. Sin la firme convicción de actuar conforme a lo que denunciamos caemos en un fariseísmo posmoderno de la denuncia sin verdadero compromiso existencial.

Por último, quisiera cerrar diciendo que la filosofía si quiere ganarse el apodo de ser humanista, debe ser también feminista. La tarea de la filosofía es optar por la razón, apostar por la racionalidad ante la posibilidad del sin sentido, barbarie o nihilismo que supone desconocimiento de la dignidad de la mujer en el mundo.

 

Imposible callar.
obligación de hablar.
Y si la política, que se filtra por todos lados,
falseara las intenciones originales del discurso,
hay obligación de gritar.
Emmanuel Lévinas