La popularidad y aprobación bajo las emociones

Por Cristóbal Barreto Tapia
Octubre 21 de 2021

Con frecuencia la persona común se pregunta por qué fulano o perengano con estudios universitarios y hasta con doctorado o con un buen nivel de vida apoya al candidato y después gobernante que dice incredulidades para alguien racional, que comete pifias y que es mal gobernante. Este es un cuestionamiento común que se repite en los diálogos de familia, del trabajo y en toda reunión social. La respuesta más frecuente a esta interrogante es, porque le llegaron al precio, porque lo ofrecieron un cargo o porque forma parte del partido político gobernante. Sin embargo, cuando se mira más allá de estas posibilidades y dado que la persona no milita en ese partido político, no trabaja en el gobierno y sigue con el mismo nivel de vida que tenía antes, se tendría que mirar más allá de la respuesta común y de la “simple” racionalidad para ubicarse en lo que Pierre Rosanvallon (2021: 68) llama las emociones políticas de posición, de intelección y de intervención.

La influencia de las emociones en política no es un tema nuevo, ni siquiera de este siglo, ni del XX, ni de la modernidad, este tema fue abordado por los griegos. Tucídides, cita Martha Nussbaum (69), narra cómo los “atenienses habían votado a favor de ejecutar a todos los hombres de Mitilene, una colonia rebelde, y de esclavizar a las mujeres y a los niños.” Decisión que toman a partir de la incitación que hizo Cleón como gran orador y manipulador de la emoción del miedo, dado que su argumento era, si no castigaban a esos rebeldes otras colonias se levantarían y los atenienses tendrían que estar arriesgando su vida permanentemente para someter a los pueblos sublevados. Por razón semejante a dicho argumento Platón como Aristóteles no simpatizaban con la democracia como la mejor forma de gobierno, porque temían que el político que tenía la capacidad de lograr que su audiencia se imaginara una realidad como la que él plateaba podía resultar electo sin tener las virtudes para ser un buen gobernante.

En nuestro tiempo, con el alcance de los medios de comunicación y de las redes sociales, las campañas mercadológicas se dirigen a las emociones de las personas, buscando con ello lograr su propósito, sean de miedo, esperanza (políticas) o satisfacción (consumo). Un primer gran impacto de las emociones en la política se experimentó en la mayor parte del mundo occidental con la crisis financiera en Estados Unidos en 2008-2009, que alentó discursos de culpables específicos y visibles: las élites, los técnicos (burocracia especializada), los partidos gobernantes y sus políticos y todo aquel que no compartiera ese señalamiento. Los resultados pronto se vinieron reflejados con el referéndum (Brexit) por la permanencia o salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2015, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en 2016, los triunfos del partido Podemos en elecciones locales y federales en España de 2014 a 2019 y la aparición del partido Vox (en buena medida contra parte ideológica de aquel) y su avance en las elecciones locales en 2019 y 2022, y en México lo está el partido Morena con su triunfo electoral en 2018 y su ejercicio gubernamental a partir de finales de ese año y qué decir de la victoria de Samuel García en la elección de la gubernatura de Nuevo León en 2021 con el apoyo de su esposa, la influencer Mariana Rodríguez.

Para el español, asesor de campañas políticas, Antoni Gutiérrez-Rubí (2019,12) “Cuanto más fuerte son los sentimientos, más fácil los transformas en indignación y más influyentes.” Por lo mismo cree que, lo que el corazón de la persona siente es lo que acaba pensando. En este entendimiento las campañas políticas cada vez se escuchan más enfocadas a estimular las emociones (positivas y negativas, más estas últimas) para que el ciudadano se mueva y decida a quién elegir en función de la emoción estimulada. 

El sentirse no reconocido, abandonado, despreciado y hasta sin importancia a los ojos de los poderosos, genera resentimiento contra quienes gobiernan y sus aliados o sostenedores (Rosanvallon, 69). Esta es la emoción de posición, en la que la persona se ubica y auto percibe en una determinada condición que le provoca un sentimiento de rechazo a unos y aceptación política a otros.

Creer que el mundo en general y la vida de cada uno en particular la deciden unos cuantos, para favorecer ciertos intereses, en concreto el de los grandes capitales trasnacionales, el de los políticos de determinada tendencia ideológica, es un supuesto que se ve favorecido con argumentos de que al no conocer o entender un entramado se valora opaco u oculto, lo que detona la suposición de conspiración. Esta es la emoción de intelección (Rosanvallon, 71), donde aquello que no se conoce el procedimiento o no se entiende es tomado por algunos y difundido como acción para afectar al pueblo, a los progresistas, a los luchadores sociales que defienden a los vulnerables. 

Una consigna de determinados líderes políticos carismáticos es “¡Que se vayan todos!” (Rosanvallon, 74). Con esto, lo que pretenden es generar una idea de rechazo y hasta cierto punto odio a quienes gobiernan, “reduciendo al pueblo a una comunidad de repulsión y frustración”. La idea es dar salida al enojo acumulado contra aquellos que son considerados responsables y culpables de su situación económica, social y hasta de vida. Esta es la emoción de intervención, que pretende desalojar el gobierno para ser ocupado por quienes estaban fuera, que se considerar moralmente por encima de los que desalojaron del poder.

Esta argumentación ofrece elementos para entender el apoyo a un candidato que dice incoherencias, cosas fuera de la realidad y hasta contradictorias, o a un gobernante con mediana o alta aprobación a pesar de sus malos resultados y del sufrimiento que causa a sus gobernados con sus decisiones.

Estas emociones niegan la posibilidad de un juicio racional y lógico en un ejercicio electivo o de calificación al desempeño gubernamental, porque quien las asume opta por la posición de considerarse aceptado, valorado, tomado en cuenta cuando antes se percibía rechazado, intrascendente e invisibilizado. Ahora se considera que forma parte del gobierno o cuando menos se siente orgulloso porque quien lo ejerce es una persona que sufrió como él en el pasado.

Estas emociones son explotadas por aquellos políticos que están ganando elecciones y una vez en el cargo quieren más poder, poder sin restricciones (Naím, 15) que les permita hacer cuanta cosa se le ocurra para satisfacer su ego y en parte el de quienes lo aprueban, porque de esta manera cobran venganza de quienes los hicieron sufrir.

 


Citas bibliográficas 

Gutiérrez-Rubí A. (2019). Gestionar las emociones políticas. Una guía para entender la irrupción de las emociones en la política y en la opinión pública. Barcelona, Gedisa.
Naím M. (2022). La revancha de los poderosos. Barcelona, Debate.
Nussbaum M. (2019). La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual. Barcelona, Paidós.
Rosanvallon P. (2020). El siglo del populismo. Barcelona, Galaxia Gutenberg.