Por Pablo Castellanos López|
El entorno de las recientes elecciones en Estados Unidos ha servido de catalizador para poner en evidencia otros problemas que hasta hace poco tenían poca visibilidad y parecían ser de relativa importancia.
Me refiero al clima de crispación y animosidad en las redes sociales que poco a poco se va desplazando de lo político a lo religioso y a otros terrenos de la vida social. Seguramente el aislamiento provocado por la pandemia del covid-19 ha contribuido para que el nerviosismo y la susceptibilidad estén a flor de piel.
Me refiero a lo que se podría denominar el “complejo de Armagedón” que consiste en llevar un problema cualquiera a su “solución final” de una manera radical. Estamos pasado de tomar la bandera de la causa que sea para desfogar el resentimiento acumulado y el coraje provocado por una injusticia real o aparente para resolverlo radicalmente a cualquier precio, a afrontar de la misma manera “los problemas del mundo”.
Las ideologías siempre han tenido un componente emocional, para la movilización de sus seguidores; por ello, quien es preso de una ideología no le importan ya los argumentos a favor o en contra, ambos igualmente servirán para la confirmación de la posición tomada.
La reactivación de las ideologías, cuando se pensaba que había llegado la hora de su ocaso, es un fenómeno que da mucho que pensar. Hoy las nuevas ideologías ya no representan las luchas por el sentido de la historia, ni pretenden proveer el criterio para montarse en el tren del progreso, única medida del destino humano; ahora, por lo visto, se ocupan de conflictos de carácter escatológico. Asi del “todo o nada”, en problemas sectoriales, se pasa a la toma de posición en la “batalla final” de la historia y a nivel planetario.
En clave ideológica, se considera que la “eterna lucha entre la luz y las tinieblas” está llegando a su momento definitivo en el que hay que tomar partido. En este contexto las “teorías de la conspiración” sirven de lecturas ad hoc, para “develar” los mecanismos ocultos y el sentido “real” de lo que está en juego en estos “últimos tiempos”.
Nuevas “guerras de religión”, que como casi siempre son guerras políticas, legitimadas con motivos religiosos. Lo sustantivo, como se puede ver al principio o al final, es el extremismo político.
La manipulación política de la religión – observable a nivel nacional o a nivel mundial – está a la orden del día. A nivel sutil y subliminal en las pasadas elecciones en México; más explícito y agresivo en las recientes elecciones de los Estados Unidos.
En el contexto de la “dictadura del relativismo” y de la “posverdad”; potenciadas por las redes sociales y las fake news y sus ejércitos de bots, se añaden más notas de confusión que hacen difícil juzgar lo que esta en juego.
Como se ha dicho tantas veces, lo propio de las ideologías es la absolutización de lo relativo, sobre todo en política, donde las alternativas siempre son entre bienes limitados y precarios. En cambio, las ideologías nos los presentan como la disyuntiva entre el Bien y el Mal considerados como absolutos.
En política no hay soluciones ni sistemas perfectos, y todos llevan la huella de las limitaciones y miserias humanas. El sano realismo político es desplazado por la hipertrofia de las ideologías: que hoy señaladamente mezclan la pasión política y la pasión religiosa; de este modo se desacreditan las opciones “políticas” que miran al bien posible, en nombre de una lucha “todo o nada” que va por la eliminación del enemigo. En nombre de bienes reales pero aislados se olvida que el Bien común es una unidad en la pluralidad, que integra diversidad de bienes.
La política, en la perspectiva de estas nuevas ideologías escatológicas, se entiende como lucha “amigo-enemigo”, que hoy es trastocada en lucha entre el Bien y el Mal; por esto mismo, el deber político se convierte directamente en deber religioso y viceversa.
Esta confusión no sólo afecta el orden objetivo de la diferencia y la relación entre religión y política, sino, y tal vez es lo más grave, confunde y tiraniza las conciencias.
Ideologías híbridas
Estas nuevas ideologías, a diferencia de las ideologías de la modernidad, contienen un resabio de posmodernidad: son ideologías híbridas. Tocadas de un raro eclecticismo que junta la herencia de Joseph de Maistre con la de Tocqueville; al conservadurismo a la norteamericana con el tradicionalismo a la europea; a católicos intransigentes con liberales (o neoliberales) agnósticos; a apologistas del conservadurismo con predicadores de la rebelión global. No menos llamativas son las alianzas entre tradicionalistas y neo lefevrianos con los poderes de “este mundo” (poderes de distinto color) con los cuales amenazan fracturar a la Iglesia.
Esta nueva ola ideológica en forma tácita o explícita identifica, al “Nuevo orden mundial” o la “Agenda globalista” con la manifestación del Anticristo, el enemigo, ante el cual, llama a alinear los ejércitos del bien bajo la bandera de un líder político, al que algunos quieren investir con la espada del Arcángel Miguel como el gran cruzado.
La vieja teoría de conspiración crea categorías nuevas como las de “estado profundo” (depp state) e “iglesia profunda” (deep church), con las que se pretende desenmascarar, los poderes ocultos que gobiernan al mundo y a la Iglesia Católica.
Reconocer la existencia de poderes que, de facto, influyen poderosamente en el conjunto de los acontecimientos mundiales, es una cosa, se trate de diversas “mafias internacionales” de la delincuencia organizada, de medios de comunicación que promueven agendas e intereses globales, de organismos internacionales que condicionan ayudas y financiamientos a los gobiernos a cambio de implantar políticas y agendas de control natal, aborto, ideología de género, de programas y políticas impuestas a los países pobres, que con toda razón podemos considerar “colonizaciones ideológicas”; otra cosa, muy diferente, es la narrativa conspiracionista para la que el “Nuevo orden mundial”, en alguna de sus versiones, es un proyecto dirigido por doce poderosas familias y los Clubes de magnates que intentan someter a esclavitud a todos los pueblas y esterilizarlos con las vacunas y el control natal.
Desde luego que es muy importante prestar atención a los procesos globales y evidenciar la influencia en ellos de esta compleja trama de poderes e intereses. Precisamente por esto, construir una “mitología simplificadora”, que da cuenta de lo que se ve y de lo que no se ve, hace que la observación de tales fenómenos sea totalmente irrelevante.
La deriva religiosa de una ideología posmoderna
El Concilio Vaticano II, recordando a San Agustín, señaló que la Iglesia que peregrina en la historia “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”. (Lumen Gentium n. 8) siempre ha estado sujeta a las presiones de los poderes del mundo que pretenden ya sea eliminarla o usarla a su favor.
En la barca con Jesús, ante la furia de la tormenta no faltaron entre los apóstoles quienes reclamaran al Señor haberse quedado dormido (Mt, 4, 37-40 ); hoy, la barca de la Iglesia parece naufragar, en nuestras tormentas, y se acusa a Pedro de estar llevando la barca a pique en complicidad con los enemigos de la Cruz.
La nueva ideología escatológica, en algunas de sus versiones, incluye nada menos que a Pedro, como uno de los poderes ocultos del “Nuevo orden mundial”; por lo tanto, no sólo como enemigo de la Iglesia sino de la humanidad. Ante el anunciado desastre de la tormenta, algunos pasajeros desesperados, parecen haber decidido tomar el timón y arrojar a Pedro por la borda.
Esta situación que a veces da la impresión de ser un montaje teatral se ha vuelto la narrativa “fin de los tiempos”. También en el terreno de las redes sociales, los sitios y las plataformas de Internet, se observa una lucha por la “interpretación” de la realidad, que atrae likes y comentarios. El entorno de estas opiniones cada vez más exaltadas y llenas de animosidad, aglutina una masa crítica propicia para la manipulación política y trágicas aventuras religiosas.
Muchas personas de buena fe, por ejemplo, al defender la vida del no nacido, se han acercado sin darse cuenta a estas redes y corren el peligro de ser absorbidas poco a poco por esta nueva ideología. Desde luego que hay que defender la vida del no nacido, sobre todo cuando esta amenaza adquiere dimensiones a gran escala, pero de no hacer un sereno discernimiento de este enredo, quién saldará perdiendo será la misma causa de la vida. La defensa del derecho a la vida del no nacido y la promoción de la cultura de la vida de la persona humana están corriendo el riesgo de ser identificadas con esta confusa pero absorbente ideología. La cultura de la vida no es puntual, abarca todo el arco de la vida de la persona humana, individual y social, y prácticamente es sinónimo de cultura sin más. De verdadera cultura en orden a la realización de la persona humana.
La causa de la vida y la familia, de la justicia y el desarrollo, de la libertad religiosa y de conciencia, del respeto a la dignidad de todos y de los derechos humanos, de la fraternidad, la amistad cívica, la ecología y la paz, no pueden aprisionarse en los esquemas de la ideología. No hay que aprisionar la verdad en la injusticia (cf. Rom, 1, 18), ni en el terreno de la política ni en la vida de la Iglesia.