Bioética y gerontología

 

Dr. José Enrique Gómez Álvarez|

 

La Bioética y la Gerontología comparten en común el ser interdisciplinas.  Ambas suelen compartir una pregunta común que guía sus reflexiones aunque la respuesta debe darse en una conjunción sinérgica de varias disciplinas. Así la bioética trata de responder la pregunta de ¿Qué es lícito (éticamente) hacer ante determinados estados de la vida humana, entre ellos, los relacionados con la salud y enfermedad? Pero para responder debe preguntarse eso mismo apoyada en el derecho, las ciencias médicas, el trabajo social y otras. 

En el caso de la Gerontología sucede algo semejante: la pregunta es ¿Cómo incrementar y en qué sentido, la calidad de vida de las personas que están en la ancianidad? Esa pregunta se le realiza de nuevo a la medicina, las sociología, la ingeniería, el derecho y un largo etcétera de disciplinas que pueden participar en responder esa pregunta. 

Ambas interdisciplinas tienen un elemento que las une. Ese concepto es el de “calidad de vida”. La Gerontología busca así incrementar la calidad de vida en la vejez. Ese incremento de la calidad de vida es visto como un deber individual y social.  La Bioética también ha utilizado ese término para hacer alusión a las condiciones de vida con pacientes, comprometidos en su salud por distintas dolencias que padecen y en donde se considera se debe intervenir de un modo u otro para incrementar o evitar el disminuir la calidad de vida. 

La noción de “calidad de vida”, al quererla clarificar, por ejemplo, el convertir la noción en un concepto operacionalizable de modo que pueda obtenerse puntajes específicos como pueden ser desde el ingreso económico, como la presencia o no de enfermedades, la presencia o ausencia de dolor, etc parece dejar de lado otros componentes subjetivos que también constituyen a la misma. Así, por ejemplo algunas definiciones hacen énfasis a la “satisfacción de vida” otras a “condiciones de vida y satisfacción de vida”. Así esta última categoría:

… la CV es definida como un estado de bienestar general que comprende descriptores objetivos y evaluaciones subjetivas de bienestar físico, material, social y emocional, junto con el desarrollo personal y de actividades, todas estas mediadas por los valores personales. Bajo este concepto, cambios en los valores, en las condiciones de vida o en la percepción, pueden provocar cambios en los otros, bajo un proceso dinámico. (Urzúa, A. Caqueo, A. 2012: 64)

No es propósito examinar toda la variedad de definiciones y sus problemas. No obstante, el considerar la calidad de vida con elementos objetivos y subjetivos se vislumbra, desde una perspectiva filosófica, la aplicación de la prudencia como virtud intelectual y moral. El tratar de establecer los elementos que constituyen la calidad de vida de una persona depende de las condiciones individuales y sólo, en el sentido estricto, puede juzgarse apropiado el aquí y ahora en cada situación. ¿Quiere decir entonces qué los diversos procedimientos de convertirlo en variables medibles, sobre todo para acciones de planeación en políticas públicas son superfluos? La respuesta otra vez no es simple como un sí o un no. Hay factores de calidad que se requieren para ser felices y que en general pueden planearse o considerarse para todos. Ya Aristóteles reconocía esto en la Ética Nicomaquea: se requieren ciertos niveles de bienes y de salud para aspirar a la felicidad. Así medir componentes objetivos ya dichos de, por ejemplo, tipo de vivienda y las personas que lo habitan, acceso a la educación, escolaridad da pistas de los posibles factores que ayuden a ese estado de bienestar subjetivo que no siempre es fácil de medir. 

Por otra parte respecto al componente subjetivo se ha señalado (Urzúa, A. Caqueo, A. 2012) que los estudios transversales de la calidad de vida dan una visión que bien puede verse alterada por el tiempo. Así las personas en la madurez consideran como calidad de vida y felicidad lo que quizás los jóvenes no lo piensen así. Las mediciones de este tipo digamos corren el riesgo de estar sesgadas por la subjetividad del momento de la medición.

Es claro pues, que bienestar no es felicidad, pero felicidad sí implica bienestar y la condición humana nos lleva a depender de situaciones materiales para la realización de los bienes humanos. Así intentar acceder a ciertos bienes culturales siendo analfabetas es casi imposible. Estando alguien severamente desnutrido difícilmente sera un atleta si tiene interés en los deportes.  Así que hay buenas razones para sostener que la calidad de vida tiene componentes medibles. 

En cuanto a lo subjetivo hay un componente que altera la percepción de la calidad de vida y qué es de importancia: el deseo. Nuestros deseos de ciertos bienes o satisfactores hacen que aunque tengamos más bienes que otras personas, nos sintamos menos satisfechos lo que va en contra de la idea de cuantificar la calidad de vida. Pero por otra parte, se ha defendido que hay una cierta identidad personal que se mantiene a lo largo de la existencia que estabiliza nuestros anhelos y deseos y permite medir mejor el alcance de los mismos a pesar de ser subjetivos (Urzúa, A. Caqueo, A. 2012). 

Lo último que se ha indicado es crucial: que haya subjetividad en la sensación de bienestar y en la categorización de la felicidad no significa que no sea evaluable con buenas o malas razones acerca de lo que es más conveniente para el desarrollo. Así, por más que una persona se convenza que le satisface y le da “calidad de vida” el dedicarse a la venta de narcóticos, podemos hacerle ver que la supuestas ventajas entran en conflicto con bienes que dan satisfacción subjetiva, como podría ser no poner en riesgo su vida o la de sus parientes por ejemplo al involucrarse en actividades ilícitas. 

La calidad de vida puede ser interpretado como una categoría meramente descriptiva como los componentes que se consideran genera satisfacción personal, pero a su vez tiene un componente normativo implícito: la aspiración humana a la felicidad y al bienestar asociado no es elegible, se quiere ser feliz.  Esa aspiración a la felicidad conlleva ciertos bienes necesarios para conseguirla y si en verdad todos somos iguales en dignidad entonces de algún modo nos debemos entre todos esos bienes. La cuestión es entonces evaluar en cada caso como los bienes humanos esenciales se ajustan a la situación de vida de cada persona y establecer los mecanismos que permitan el acceso a los mismos.  

 

Conclusión

La Bioética y la gerontología comparten un elemento común: la calidad de vida. Esta calidad de vida ha sido un criterio tanto empírico como normativo. La calidad de vida es un concepto que nos da elementos para establecer los bienes que se necesitan para el ejercicio de las capacidades propiamente humanas. Ese establecimiento es útil para determinar los siguientes pasos: estrategias y acciones para proporcionarlos. En el caso de la Gerontología para lograr una vejez plena. En el caso de la Bioética para establecer o proporcionar criterios para evaluar las situaciones, como las enfermedades, en donde debemos actuar para aliviar y/o eliminar el sufrimiento y el mal físico y mental de los pacientes.    

 

Referencias

  • Urzúa, A. Caqueo, A. (2012). Calidad de vida: Una revisión teórica del concepto. Terapia psicológica, (30), 1, 61-71.

En este trabajo se reúnen algunas facetas de la filosofía actual. Recientemente se han destacado algunas de sus corrientes, a las que conviene atender, para estar al día en nuestro conocimiento filosófico. Pues todo depende del diálogo que logremos sostener con esas escuelas o tradiciones. Dentro de ellas se encuentran: la filosofía analítica, la fenomenología, la hermenéutica, con especial énfasis en la hermenéutica analógica y el nuevo realismo.

Perspectivas actuales de la filosofía

Mauricio Beuchot

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