Siempre que el mal ocurre, es un evento nuevo. Matizo: el mal es viejo, y además envejece al mundo, es estructural e impersonal, aunque no anónimo. Arrebata a las cosas su carácter de nuevas, quita la infancia al mundo y a los hombres. El Bien, en cambio, renueva la vida. El Bien limpia y vuelve a comenzar. El Bien es descanso y en él hay porvenir. Sin embargo, es imperativo para el alma de los hombres reconocer la singularidad de todos los eventos en los que el mal ocurre, pues éste se da siempre en la vida de una persona y se encarna en la experiencia del dolor y el sinsentido. Y ese dolor, ése sí, es siempre único, irrepetible, singular e irreversible. Pocas experiencias hay más mías que mi dolor, y nada me individualiza tanto como el dolor del prójimo, pues no hay nada que sea tan radicalmente un mandato.
En ese sentido, debemos cobrar conciencia de la estructura impersonal del mal que México ha tejido durante tantos años, a través del corporativismo y el clientelismo, a través de la infamia y la vulgaridad de la corrupción. Pero no podemos permitir, por ningún motivo y de ninguna manera, que el dolor, la corrupción y el maltrato se nos vuelvan una costumbre. Hay que decir que el mal es estructural, pero también hay que pelear contra él siempre como la primera vez.
El pasado lunes 9 de julio la revista Proceso dio a conocer algunas de las prácticas que el narcotráfico llevó a cabo en el “triángulo dorado” –la zona que produce el 80% de la mariguana y la cocaína en México, y cuyos vértices están en los estados de Chihuahua, Sinaloa y Durango– para colaborar en la compra de votos en favor del Partido Revolucionario Institucional.
En esencia, y para resumir lo que ha de ser más bien largamente investigado, lo que ocurrió fue que los grupos armados amenazaron vía telefónica a la ciudadanía para conminarlos a votar el PRI y, durante días, recorrieron la sierra para capturar a cientos de indígenas rarámuris, los encerraron en bodegas vigiladas por hombres armados y el domingo 1 de julio, el día de la elección, los enviaron a votar por el PRI completamente alcoholizados. Luego, cada quien como pudo, volvió a su comunidad en la Sierra Tarahumara. Esto es solamente un ejemplo de lo que ocurrió. La nota completa puede consultarse aquí: http://www.proceso.com.mx/?p=313630
Los habitantes no quieren denunciar estas prácticas porque tienen miedo. Y este miedo, como el mal entero, no es nuevo. Es el miedo del ser humano a seguir sufriendo, es el miedo con el que el amo controla a los esclavos. Es el miedo con el que durante décadas, el PRI construyó un país supuestamente en paz y con el que supuestamente liberó a México de una dictadura militar. Es el miedo que el mal aprovecha para esconderse.
El narcotráfico tiene copados muchos poblados de México y es quien ejerce verdaderamente el poder, es quien ha expulsado la política y ha instalado la violencia, y ha generado ya, gracias a la cooperación en muchos casos del gobierno, una estructura anónima que reproduce estas prácticas, por ejemplo, haciendo depender la economía de algunas comunidades de la venta de las drogas.
Sin embargo, aunque el mal sea estructural, cada vez que ocurre, lo hace de un modo nuevo, pues produce sufrimiento y todo sufrimiento es siempre singular e injustificado. Si queremos comenzar a revertir la perversa espiral del mal en México, debemos notarlo, publicarlo, sacarlo a la luz, iluminarlo, y luego repudiarlo y combatirlo construyendo comunidad. Solamente sacando del anonimato a las personas y ofreciendo una compañía que nos haga abandonar la soledad, podrá surgir la valentía necesaria para reivindicar la justicia que en tan escaso bien se ha convertido.