Por Sagrario Chávez Arreola|
Ordinariamente quienes nos dedicamos a la docencia, independientemente del nivel educativo, pasamos una buena parte del día preparando los contenidos de cada una de las clases. Cuando decimos contenidos también nos referimos a los propósitos, modalidades y ambientes con los cuales los alumnos puedan apropiarse críticamente de una propuesta para resignificar sus experiencias.
Y aunque la inercia o la rutina puedan enfrascarnos, también hemos sido capaces de levantar la mirada para reconocer que el acto educativo es un acontecimiento que renueva la vida de quienes en este participan. Cómo no recordar esos momentos educativos que se manifiestan, por ejemplo, en una buena clase. Es como si una parte de la realidad se abriera, se clarificara, permitiéndonos comprender o al menos apreciar, no sólo algo, sino alguien.
Pero ¿cómo es eso posible? ¿Qué circunstancias, posturas, oportunidades se entrecruzan para que un momento así se realice? En lo siguiente desarrollaremos algunas ideas que nos permitan hacerle frente a preguntas como esta que, seguramente, nos hemos hecho más de una vez pero las prisas y las exigencias cotidianas pueden propiciar que las dejemos de lado.
A algunos puede preocuparnos que haya docentes seducidos por la convicción de que basta con exponer la clase preparada para agotar las posibilidades de nuestra labor. Pues reconocemos que nuestra tarea no se reduce a la transmisión de lo que hemos planeado. Como dije al inicio, buena parte del día se nos va en esa preparación, pero es esencial para la comprensión del fenómeno educativo darnos cuenta de que eso no es suficiente.
Así, podemos identificar que hay algo más que la transmisión ordenada de un conjunto de conceptos por parte del docente. Y hasta podemos aventurarnos a decir que ni siquiera en el momento previo a la clase nuestra atención esté enfocada sola y principalmente en un qué sino en quién. Si estamos de acuerdo en que el centro del acto educativo es la persona humana en toda su integridad, y no sólo uno de sus aspectos, nuestro compromiso educativo estará permanentemente dirigido al crecimiento humano de aquellos con quienes nos relacionamos. Aquí podemos vislumbrar una postura que permita vivir un acto verdaderamente educativo: la educación centrada en la persona.
En el CISAV queremos proponer una educación que reconozca que son las personas el núcleo de todo acto educativo. Mas ¿qué significa esto, dada la situación actual en la que nos encontramos? ¿Qué otros elementos nos permiten comprender una educación personalista? ¿Qué fines tienen ante sí quienes educan y son educados desde esta propuesta?
Advirtamos que son preguntas que merecen ser pensadas con los conceptos, las teorías, el diálogo y la reflexión filosófica. Precisamente asumir el riesgo de pensar la educación es lo que deseamos hacer a través de varias actividades dentro del CISAV: una es el diplomado en filosofía de la educación: “las preguntas filosóficas por la educación”; otra es la Maestría en Filosofía de la Educación; una más es el Seminario de Filosofía Social que ofrece conferencias sobre temas propios de la filosofía de la educación.
En cada uno de estos espacios, buscamos -además de lo ya mencionado- tomar en serio nuestra responsabilidad como educadores en el cambio de época por el que estamos atravesando así como conformar una comunidad de reflexión con quienes estén tanto o más interesados.
Como muestra de ello, vale recordar la conferencia de Eduardo González Di Pierro ofrecida el pasado 29 de enero, “Edith Stein: una pedagogía para nuestro tiempo”. Entre las ideas desarrolladas por Eduardo, consideremos la siguiente: en toda propuesta pedagógica subyace un fundamento antropológico y ético. Por lo que, a partir de las ideas que tengamos de «persona» y de su relación con otros, desarrollaremos una cierta práctica pedagógica.
Incluso en ese momento de planeación de la clase, hay una respuesta implícita a quién es la persona humana, qué posibilita su relación con otros, a qué le podemos llamar un acto propiamente educativo, entre otras preguntas. Desafortunadamente nos hemos encontrado con educadores que, por diferentes razones, dejamos de ver a quienes tenemos enfrente o llegan a parecernos «dolores de cabeza» con quienes hay que lidiar para cumplir con una determinada carga laboral. Como alguna vez me dijo un alumno de bachillerato durante una entrevista acerca de su clase de Lógica: “lo más duro no es que nosotros [los estudiantes] digamos ‘ay no, otra vez es lunes’ sino que sea el profe quien lo diga’”.
Señalamos lo anterior no para despreciar la poca entrega de educadores y educadoras para con los educandos sino, una vez más, para hacer ver la necesidad de detenernos a pensar el acto de educar, con los recursos de la tradición filosófica. Suponemos que el diálogo y la reflexión, en compañía de otros pensadores y educadores, puede traernos claridad y la oportunidad de potenciar nuestra labor.
Volviendo a otra de las ideas compartidas por Eduardo González, en la mencionada conferencia, reparemos en una que vale la pena que todo educador considere reflexivamente: la empatía. Fundamentado en la antropología fenomenológica de Stein, Eduardo nos explicaba que la empatía puede ser entendida como el aspecto distintivo de la persona humana que “permite establecer las relaciones entre seres humanos y captar al otro como otro”.
Se trata entonces no sólo de mostrar la idea de que la persona humana es relacional, es decir, que realiza su ser personal con otros, sino de reflexionar las implicaciones pedagógicas que podemos derivar de ello. Imaginemos a un educador que realice su práctica a partir de un fundamento ético y antropológico como aquel ¿cómo serían sus clases? ¿qué tipo de relación forjaría con los educandos? Por cierto que al final de la conferencia mencionada, un profesor me comentó que a él le llevó un tiempo darse cuenta de que durante las clases, no es que no importen los contenidos, pero que estos no son el centro del acto educativo, sino el encuentro que posibilita el crecimiento personal de los estudiantes.
Para decirlo de una manera más precisa: «¿Por qué la educación (que no la instrucción) requiere ineludiblemente el rostro a rostro, el contacto interpersonal? Porque la educación es algo más que comunicación objetiva; es contacto intersubjetivo, es encuentro entre libertades distintas, entre singularidades diferentes (Torralba, 2001:70)”. Volvamos una vez más a una de las ideas que Eduardo González nos ofreció: es parte importante de la filosofía de la educación revisar los supuestos antropológicos y éticos de toda propuesta pedagógica pero, al mismo tiempo, analizar críticamente las implicaciones pedagógicas de todo intento de comprensión del hombre. Incluso fue más allá al afirmar, a partir de Edith Stein, que si una propuesta antropológica y ética carece de consecuencias pedagógicas, entonces es una propuesta incompleta para comprender filosóficamente a la persona humana.
Así pues, en esta tarea de la filosofía para afinar la mirada y juzgar qué es lo verdaderamente educativo, puede ser importante dar paso a interrogantes como: ¿qué idea de persona subyace en cierto enfoque que privilegia un modelo de persona dirigido a obtener un empleo que, bien o mal remunerado -casi siempre lo segundo-, lo único que parece posibilitar es una subsistencia precaria? ¿Es realmente un enfoque educativo?
Tomemos las oportunidades que nos ofrece la realidad socio-educativa para pensar y actuar considerando profundamente nuestra condición como personas. De otro modo la vida y sus vicisitudes no son sino una pesada carga, y nuestros jóvenes no merecen eso.
Referencia bibliográfica
- Torralba, F. (2001). Rostro y sentido de la acción educativa. Barcelona: edebé.